Apóyanos

Julio Cortázar: «Lo confieso, tengo momentos de desánimo»

Dos años antes de su muerte, Julio Cortázar (Bruselas, 1914 - París, 1984) estuvo en Caracas. Cuentista, novelista, poeta y reputado traductor, era entonces un escritor más que consagrado. La entrevista que sigue fue publicada en el diario El Nacional, el 16 de marzo de 1982

    • X
    • Facebook
    • Whatsapp
    • Telegram
    • Linkedin
    • Email
  • X
  • Facebook
  • Whatsapp
  • Telegram
  • Linkedin
  • Email

Una mosca dulcera, saltona y caprichosa quiere recorrerlo y se agarra con sus patitas a la superficie marrón de los zapatos. Luego avanza como alpinista por la larga pierna de un bluejean viejo, se ciega con el resplandor de una guayabera blanca y vuela hasta el hombro. Parece indecisa ante la barba, el cabello largo y medio despeinado. La cara de gladiador está allá arriba, la frente sobresaliente como un leve casco que se arruga y los ojos, dos peces azules suspendidos e inmóviles, pero atentos, están también en la cima. La mosca se decide, revolotea y en ese instante Julio Cortázar lanza un torbellino de humo de tabaco y la aventura llega a su final.

Julio Cortázar y su esposa Carol hablan con Jacobo Borges y, cuando Diana abre un poco las cortinas, sienten que aún no les desaparece el trasnocho, porque se han vuelto a deslumbrar. Pasaron unas pocas horas en Caracas en escala Managua-Panamá-Maiquetía.

Cortázar habla de Nicaragua: ―De hecho los nicas están en pie de guerra, la invasión parece inminente, no son nada optimistas en ese plano, esa es la impresión que se saca. Los milicianos se preparan, aunque creo que no son fatalistas, reina un clima de tranquilidad: van a enfrentar lo que venga pero esperan que no venga nada. Nicaragua está obligada a aprestarse a la defensa dedicando enorme energía y tiempo a eso. Encontré que han superado muchas cosas y hay alimentos, mercados nuevos…

Están oyendo Jacobo, Diana, Teodoro Petkoff y José Carrasquel. El escritor llegó a Caracas con ganas de conversar con el pintor Jacobo Borges, uno de sus mejores amigos y con otro amigo suyo, Petkoff, a quien de vez en cuando le pregunta ¿cómo está la crisis del petróleo?

―Usted ha tenido mucho contacto con Nicaragua, ¿medita una novela sobre la revolución sandinista? ―se le planteó la interrogante.

Cortázar explica entonces que hizo un cuento: ―Me motivó un viaje clandestino que hice a Nicaragua antes del triunfo sandinista. Estuve en Solentiname con Ernesto Cardenal y Sergio Ramírez durante tres días. Hablé con los pescadores… ¿Somoza?, no se enteró nunca porque allí me ciudaron mucho.

Comenta que ha escrito muchos artículos sobre la cuestión nicaragüense. Opina que la revolución nica es diferente a la cubana. “Las revoluciones calcadas, en general, no funcionan. Me he dado cuenta de que es exagerado usar la palabra revolución porque en Nicaragua ha habido una liberación, no una revolución: ellos se liberaron de una tiranía pero las estructuras se han mantenido”.

Carol se mueve desde diversos ángulos tomando gráficas de la charla. Cortázar habla en ese instante de la vez que estuvo en Berkeley, y se percató de que los estudiantes norteamericanos no estaban enterados de lo que pasó en Cuba. Creían que Cuba era una nación independiente que de improviso fue sojuzgada por la URSS.

―¿Hay posibilidades de invasión en Nicaragua y El Salvador?

―La posibilidad existe ―responde― porque Ronald Reagan como persona es una suerte de típico fascista y tiene una violencia personal que quizás se debe a aquellos papeles de cowboy en el cine… además, es muy bruto e ignorante y se ha rodeado de gente como Haigh, quien es un paranoico.

Cortázar hace notar que en EE.UU. hay grandes diarios que le hacen a Reagan una oposición que el mandatario no esperaba, y es que el pueblo norteamericano no desea otro Vietnam. El Salvador les parece algo así.

―Podía haber una intervención armada sin que apareciesen los yanquis por parte alguna: en Honduras hay unos cincuenta asesores argentinos. Yo vi, por cierto, en San José de Costa Rica, hace pocas horas, varios helicópteros norteamericanos con soldados. Venían del Canal de Panamá, dicen que en ejercicios militares. A mí se me apretó el estómago y pensé: “Carajo, esto es la frontera con Nicaragua”, y uno se da cuenta de que hay unas tenazas cerrándose.

―¿Qué sucede con Argentina?

―Los cementerios son muy pacíficos y allá los militares se pasan el poder como se suceden los pases en el fútbol, pero los militares juegan en el mismo equipo…

Julio Cortázar se refiere a la situación económica argentina, con un dato que le parece el mejor símbolo de esa crisis: el mate, la yerba que para la gente del Paraná, por ejemplo, es mitigante a la hora de acabarse la comida, fue siempre lo más barato que hubo en el mercado.

―Hoy ―explica― el hombre va al almacén con su calabacita, para que le pongan hierba, porque no puede comprar un kilo de mate: cuesta demasiado.

¿Por qué francés?

Los brazos largos, delgados de Cortázar, llevan y traen las manos grandes, de nudos visibles, pecosas. Hace un gesto después de contar que él y Gabriel García Márquez enviaron a François Mitterrand un telegrama señalando que en Nicaragua se siente la amenaza de la invasión. “Lo hicimos desde Managua”. Cortázar piensa que lo de El Salvador fue el punto principal en la reunión del Presidente francés con Reagan.

A esta altura rebota la pregunta que todo un público lector ha querido hacer a Julio Cortázar: ―¿Por qué la ciudadanía francesa?

Cortázar sonríe. Sus dientes con nicotina, cortos, infantilmente rotos, a través de los cuales las palabras salen con un gangueo francés, subyacente en el “¿Vos qué creé?” se quedan para siempre fijados en la película de la cámara.

―Las objeciones que tenía en los aeropuertos o con cada polícia, la pérdida de media hora mientras el polícia veía mi pasaporte, han desaparecido con el pasaporte francés. Ese pasaporte me resuelve grandes problemas. Yo en este momento soy un ciudadano francés que continúa siendo un escritor latinoamericano: eso no tiene que cambiar, el corazón lo tengo en el lado izquierdo y el pasaporte en el derecho ―dice.

“Agente cubano”

Chupa su tabaco y agrega: “Desde hace 30 años vivo en Francia y no me había nacionalizado porque la embajada argentina y la CIA habían dado información falsa al gobierno francés. Decían que yo era un agente cubano pagado con el tabaco de La Habana… (ríe y comenta: “En vez de estar pagado con el oro de Moscú”), me consideran sospechoso de estarme metiendo en problemas franceses. El mismo día de la toma de posesión de Mitterrand, él invitó a muchos intelectuales, estaban Miguel Otero Silva, García Márquez, y yo también. Mitterrand me dijo que él conocía la injusticia cometida conmigo y a los quince días me entregó el pasaporte francés…”.

Más adelante expresa:

―La normalización de mi situación en el plano francés, no cambia mi posición hacia Latinoamérica, que es de gran fidelidad. En América Latina, en cualquier país latinoamericano me siento como en casa y me adapto en pocos días y esto que digo no es simple palabrerío.

Cortázar señala: “La idea de que renegaba de la nacionalidad latinoamericana venía de los argentinos”.

―Allá ―dijo― el chauvinismo y el nacionalismo son de los peores males. Convierten a los niños en patrioteros. De chico mis maestros me enseñaban cuidadosamente que éramos los más heroicos. “San Martín era superior a Bolívar, cuidado con los chilenos que son traidores, con los uruguayos que fueron provicia argentina, cuidado con los brasileños”… era un chauvinismo que nos metían en la cabeza y nosotros lo creíamos. Algunos lo siguen creyendo y ahora son generales…

Cortázar es un hombre tan sencillo como alto, tan humilde como modesto. Parece asombrado todavía del triunfo determinante de su literatura en el mundo.

Cree en el nacionalismo sano, en la identidad nacional y en la unidad de Latinoamérica en la diversidad. “¿Soñamos porque somos poetas?”, se pregunta.

―La política también es un cuento fantástico, arguye para repetir después algo que dijo Lenín: “Hay que soñar y tener control de los sueños”.

―¿Está inscrito en algún partido político?

―Siempre fui independiente.

―La política… ¿no le coarta su trabajo creativo en algún momento?

―Mi vocación es literaria ―dice Cortázar―, y de pronto parece sentir muchos deseos de hablar de ese tema:

―Hay días, en que he estado de viaje entre una reunión de un comité y un congreso, me digo “Caray, no tengo tiempo para escribir una novela”. Lo confieso: tengo momentos de desánimo. Pienso que me llaman para defender una causa, porque soy un escritor conocido, pero no me dejan escribir, me cuesta trabajo. Luego reflexiono y sé que uno siempre encuentra tiempo para escribir. Por ahora me dedico a los cuentos, pero tengo dos novelas en la cabeza.

La mosca ha vuelto y esta vez observa a Julio Cortázar desde una posición más estratégica: se ha posado en el borde de un florero de mesa.

―Una novela lleva de ocho meses a un año de tranquilidad, eso requiere para que te entregues a ella. Si la interrumpes, se enfría como la sopa y a nadie le gusta la sopa fría, pierdes el control de los personajes y esas cosas. Un día me voy a ir a una isla del Pacífico a escribir. Volveré con una novela…

Interrumpe el hilo de lo que dice para contar que en Argentina se sorprendieron en una ocasión porque apareció un cuento suyo que estaba dedicado a Borges. “No puede ser”, comentaron los lectores argentinos y tenían razón: al final del cuento decía: Este cuento se lo he dedicado al pintor venezolano Jacobo Borges.

Hace poco estuvo reunido con uno que se escribe sin “s” al final: Tomás Borge, el hombre fuerte de Nicaragua. Cuenta Cortázar que Tomás Borge lo observaba leer los diarios de Managua y le decía: “Lee también La Prensa”.

―Borge me dice: “Lee La Prensa”. Todos los días hay ataques contra el régimen sandinista. Lo he visto leyéndola y a veces se pone lívido de rabia. Si dependiera de sus vísceras la mandaría al diablo, pero él sabe que es necesario que eso siga… en Nicaragua hay mucha libertad, aunque lo tergiversen con informaciones que sostienen lo contrario. Los sandinistas tienen una gran paciencia.

Durante unas pocas horas Cortázar estuvo en Caracas. Durmió y desayunó en la capital venezolana.

―¿Cuál ha sido el libro suyo más vendido?

Rayuela… ―apunta sin dudas. “Es el que me gusta más también”.

―¿Y entre sus cuentos?

―Soy más cuentista que novelista y creo que mi mejor cuento es “El perseguidor”.

La mosca se ha llenado de valor para llegarse hasta la altura de aquella cara. Quizás le atrae el brillo de los anteojos.

Cortázar medita un instante y pregunta:

―¿Por qué vos me decís usted si yo te estoy tuteando?

Y en ese momento, de conversaciones menos periodísticas, la mosca pasa en vuelo aguerrido rumbo a la barba del escritor.

Precisamente cuando Julio Cortázar se pone de pie y lanza su bocanada de humo que oculta al florero de mesa por unos segundos y llena el espacio con el fuerte aroma del tabaco.

La mosca se mareó, dio varias volteretas y cayó al piso.

Un zapato marrón se le vino encima.

___________________________________________________________________________

(Esta entrevista fue publicada originalmente el 16 de marzo de 1982).

El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!

Apoya a El Nacional