Apóyanos

José Antonio Ramos Sucre (3/5)

Suprimir el “que” es uno de los métodos de Ramos Sucre para regenerar la lengua poética, para reconducirla a su origen. El texto que sigue contiene la quinta sección del prólogo a su “Obra completa”, recién publicada

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La elipsis del que

Expuesta así la conciencia poética de Ramos Sucre para construir el poema y su discernimiento retórico, se aclara el reiteradísimo lugar común de la crítica, nacido de la observación inicial de Fernando Paz Castillo en “El solitario de La torre de Timón” de 1925: “Dije que era un temperamento maniático y bien a las claras se advierte: en ninguno de sus poemas aparece la palabra que…”. Comenzando por objetar que Paz Castillo previó lo que será cierto en los futuros poemas de Las formas del fuego y El cielo de esmalte, pero verdad solo en los poemas de La torre de Timón compuestos según el paradigma final. Porque en los poemas de la primera y segunda faz de su escritura abundan tanto el que pronombre relativo como el que conjunción enunciativa, introductora de la subordinación. Usos que en la segunda faz intermedia se restringen y moderan como en “Vestigio”, elegido último poema de La torre de Timón donde solo una vez persiste el que como conjunción subordinante: “y yo recuerdo que entonces acrecentaba la melancolía del poniente e inundaba la ciudad patricia una procelosa irrupción de nieblas, indómitas mensajeras del mar”. O en “La vida del maldito”, uno de sus poemas más largos, de nueve estrofas, donde aparece nueve veces como pronombre relativo y tres de conjunción enunciativa (“Detesto íntimamente a mis semejantes, quienes solo me inspiran epigramas inhumanos; y confieso que, en los días vacantes de mi juventud, mi índole destemplada y huraña […] despertaba las observaciones irónicas de las mujeres licenciosas que acuden a los sitios de diversión y peligro”) hasta omitirse de un todo en su última escritura.

Retomando el análisis anterior, la omisión de la partícula gramatical que en sus diferentes funciones se corresponde con la supresión de las frases subordinadas y, por tanto, con la elisión de las partículas que las introducen, sean pronombres, adverbios o conjunciones. Aunque esta supresión fue absoluta para el que y otras partículas relacionantes, usó contadas veces las conjunciones “cuando” o “donde” para introducir frases dependientes que connoten el tiempo o el espacio evocados como en “Omega”, último poema de El cielo de esmalte: “Cuando la muerte acuda finalmente a mi ruego […] yo invocaré un ser primaveral…”.

No resultaba, por tanto, bizarro, ni requería tan disímiles y antagónicas explicaciones puesto que es el mismo procedimiento de elidir toda frase dependiente y, por tanto, también las introducidas con que, notables por ser las más comunes (Carlos Augusto León escribió su ensayo de crítica biográfica Las piedras mágicas sin usar el que “en homenaje a mi maestro”, y nadie se dio cuenta). Además, sobre esta elisión consta, trasmitida por el novelista Julián Padrón, entonces su alumno, la respuesta tajante del propio Ramos Sucre: “Era muy conocida entonces la renuncia de Ramos Sucre a emplear el vocablo que […] Una vez le pregunté las razones de su aversión. —La palabra que es un vocablo insignificante –respondióme”. Adecuándose a la adolescencia del demandante le recordaba la falta de importancia de esta partícula subordinante que podía o debía suprimirse en una escritura compuesta solo por palabras exactas e irremplazables. En efecto, cuando nos remontamos al origen de la lengua, en la sintaxis primitiva o más antigua del latín se yuxtaponían o coordinaban las frases, y la dependencia e introducción de partículas gramaticales fue posterior. Es evidente que Ramos Sucre prefirió esta primaria simplicidad para acercar su escritura a la síntesis genésica del latín. Suprimir el que es uno de sus métodos para regenerar la lengua poética, reconducirla a su origen. La supresión de estas partículas, como el que, lleva a la restitución de un orden más antiguo y elemental, más misterioso, de la lengua (los oráculos solo usaban imágenes sueltas esenciales). En el caso del que, cuando es pronombre relativo introduce una frase explicativa o determinativa sobre el sujeto y, por tanto, adjetival, así que puede ser reemplazada por un adjetivo. El mismo Ramos Sucre dejó prueba de estas sustituciones, por ejemplo, en una frase del poema “El viaje de Himilcón” de La torre de Timón: “Venía a cumplir los votos enunciados, debajo del peligro, en un mar desconocido”. (En latín no habría “a”, “los”, “en”, “un”, apenas sub periculo). Cuando fue publicado en El Universal el 1 de noviembre de 1924 era: “Venía a cumplir los votos que enunciara, debajo del peligro, en un mar desconocido”. Es decir, Ramos Sucre sustituyó la frase con que por un participio pasivo actuante como un adjetivo predicativo, pospuesto siempre, según su exigencia, para conferirle valor impersonal, tal como sostuvo en su artículo “Filosofía del lenguaje”, donde negó la subjetividad del adjetivo defendida por Pedro Emilio Coll. Así como el yo insistente de sus poemas que no es subjetivo o personal sino impersonal, o neutral, inexpresivo ante los acontecimientos. Resulta, por tanto, que un punto firme y fuerte de su retórica, la posposición del adjetivo, deriva y está unido a la eliminación del que relativo, cuya sustitución lleva a la necesaria invención de adjetivos imprescindibles: (señalo con un acento la prosodia): “Recatába dentro de mí / un amór reverente / una devoción abnegáda / pasiónes macerántes / a la dáma cortés / lejána de mi alcánce”. (“El romance del bardo”, La torre de Timón). En esta poética de lo tácito y lo elíptico, el verbo recataba es una mot clef, una palabra clave, revisitada en vez del común “ocultaba” o “escondía”, carentes de connotación del pasado. Y los acentos rítmicos de la frase, los tiempos fuertes, caen sobre los cuatro adjetivos: reverente y macerante son participios presentes, abnegada, participio pasivo, mientras cortés, derivado de “cortesía”, es atributo invariable del amante en los romances y libros de caballería, como lejana, de “lejos”, lo es de la dama de aquellos y de los poemas de Ramos Sucre. Por consiguiente, de esta sustitución del que relativo proviene la gran abundancia de adjetivos sorprendentes, en los que resalta la preferencia por el participio pasivo, como en el latín donde predomina en las formas verbales usadas más que las activas. Ejemplo de sustitución del que relativo solo por participios pasivos es esta frase de “Las aves de la visionaria” de La torre de Timón: “He visto la doncella retraídasujeta al pesar, obsesa de memorias”. En prosa “normal” sería que es “retraída”, que está “sujeta”, que vive “obsesa”… este y no el usual obsesionada porque Ramos Sucre reintroduce obseder, el verbo del cual deriva: “Una mujer de facciones imperfectas y de gesto apacible obsede mi pensamiento” (“Carnaval”, Las formas del fuego). Verbo no registrado por el DRAE pero que existe en francés e inglés y quizás también en el español antiguo dejando de usarse hasta el reencuentro de Ramos Sucre, así que no es un neologismo como se repite, sino un latinismo o un préstamo. La frase arriba citada ilustra la renovación generada por la elisión del que, por la posposición de los predicados, por la yuxtaposición de frases desenlazadas y por la sorprendente invención metafórica: “Una luz febril recorría los cielos”, así comienza “La huella” de El cielo de esmalte, otro ejemplo de la función dominante del adjetivo inédito que suscita múltiples lecturas.

¿Y el que conjunción después de verbos similares a decir, pensar, imaginar, como en “Entonces” de la primera faz de su escritura: “Sueño que sopla una violenta ráfaga de invierno sobre tus cabellos descubiertos, oh niña, que transitas por la nevada urbe monstruosa…”. Su uso sería inevitable puesto que una situación tipo de sus poemas es el yo sujeto que refiere o rememora un acontecimiento, pero también del latín emanan las formas de sustituirlo en esta lengua por un infinitivo y su predicado en caso acusativo, en español por un infinitivo o por predicados verbales o nominales, opción que ya está en su escritura intermedia. Cito el prodigioso “Sobre las huellas de Humboldt”, donde predomina la conjunción pero alternada con su elisión: “Mira que el caballo decide originalmente la suerte de las naciones […] observa que el colono español, aturdido por la naturaleza americana, asombrado por las circunstancia de la nueva morada, concibe un alma nueva […] Habla de estudiar en el hombre salvaje el desarrollo paulatino de la mente […] emite discretas opiniones sobre el desenvolvimiento de las sociedades primitivas…”. En su escritura icónica la sustitución será completa, como la resuelve en “La alucinada” de La torre de Timón: “Se decía hija de los antiguos señores del lugar” (en vez de: decía que era hija…), o en “La venganza de Viviana” de Las formas del fuego: “La señora ordena guarecerlo y prohíbe su caza a los arqueros” (y no: que lo guarezcan y prohíbe a los arqueros que lo cacen). En suma, es un método poético de elisión y concentración suprimir las partículas relacionantes, entre las que se cuenta el frecuentísimo que. Así que habría que agregar también su tendencia a eliminar las preposiciones, partículas obligadas en el español para indicar las funciones de las palabras luego de la desaparición de los casos o terminaciones que las indicaban en latín (anima mundi: el alma del mundo). Eludir la preposición es regresar a un estadio anterior cuando no era necesaria, pero también es una técnica poética de renovación. No es trasgredir las normas gramaticales del español sino ceñirse a una gramática más antigua, la latina, para rememorar el origen. Sobre esto, la gramática española norma la preposición “a” cuando el complemento directo es una persona (ama los árboles, ama a su hijo), y Ramos Sucre lo cumple en sus escritos no poéticos, pero en sus poemas prefiere no usar la preposición: “Captura la más espigada de sus hijas”, “El acontecido”, de Las formas del fuego, aunque también usa una vez “Capturamos al invasor…”, “El real de los cartagineses” de Las formas del fuego. Son, por lo tanto, dos gramáticas, una cercana al latín y, por tanto, etimológica, y otra que mantiene la norma actual. Doy ejemplos de “El escudero de Eneas” en La torre de Timón: “El héroe conforta sus amigos y se aleja hasta perderse en el horizonte caldeado”. En “Omega” de El cielo de esmalte: “yo invocaré un ser primaveral […] y un solaz infinito reposará mi semblante”. Si en estos casos omitir la preposición puede pasar desapercibido, se nota su falta después de verbos que comúnmente la requieren: “Si el morador de la llanura venezolana y el de la pampa argentina hubieran conocido y domesticado el generoso animal […] habrían subido las altiplanicies…” (“Sobre las huellas de Humboldt”, La torre de Timón). O, el más sorprendente: “Los autores de la asonada entran la cámara…”, en “Crónica” de Las formas del fuego, que las reediciones del MEN y de la UCV “corrigen” por “entran en la cámara”, así como enmiendan con “escapado de”: “Yo había escapado la saña de mis enemigos, retirándome dentro del país…” (“El avenimiento de sagitario”, La torre de Timón). Esta omisión devuelve al verbo su uso latino transitivo y lo reconstruye de nuevo en español: “transitaba la calle hundida bruscamente en el río lánguido” (“La ciudad de los espejismos”, El cielo de esmalte). “La niña pasea la ribera umbrosa del Tajo” (“Saudade”, Las formas del fuego). Destituido el verbo de estas partículas “vacías” se reactiva su sentido. Así Ramos Sucre, en vez de usar “maravillarse de”, le devuelve su transparencia al elidir repetidamente la preposición rompiendo el lugar común: [Humboldt]… “maravilla el poder físico del indio que rema quince horas en contra de la corriente…” (“Sobre las huellas de Humboldt”, La torre de Timón). “Juntos los dos, desde el balcón florido, maravillábamos la selva trémula” (“Falena”, El cielo de esmalte). Maravillar o asombrar es recobrar los sentidos, el misterio de la lengua, la visión germinal del origen, su plenitud y vacío.

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