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Jo-ann Peña Angulo: Venezuela vive un estado de excepción

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Por NELSON RIVERA

Uno de los fundamentos de la dominación totalitaria es la instauración de un régimen de vida donde la violencia es omnipresente y cotidiana. ¿Es esta la situación de Venezuela?

La dominación totalitaria comprende la institucionalización de la violencia, eso es lo que ha pasado en Venezuela desde 1999. Desde su ascenso al poder político, el chavismo convierte a la violencia en política de Estado, pero también en cotidianidad, para tal fin, configura mecanismos y procedimientos, ejecutados por grupos institucionalizados o no dentro del aparato estatal. Al margen de la ley se articula con ellos, deja de lado el castigo y en su lugar propone la impunidad y hasta la recompensa del delito. “La revolución es la tentativa del uso de la violencia” decía Bobbio. ¿La llamada revolución bolivariana ha hecho algo distinto?

El chavismo estableció su propio itinerario a través de las redes de la violencia, con el único objetivo de mantener el poder, lo cual involucra necesariamente el sometimiento de los ciudadanos, característica de todo régimen totalitario.

Hannah Arendt define el carácter instrumental de la misma y su necesaria justificación en un fin futuro. En el programa del chavismo, la violencia consigue justificación para el logro de su revolución bolivariana y posteriormente para la consecución del socialismo el siglo XXI, ambos para la instauración de un Estado corrupto, violador de DDHH, tal como se demuestra en el Informe de Michelle Bachelet.

Esto nos pone de frente con la anatomía del chavismo, al mostrarnos sus dos caras: como poder, surge del contexto democrático en crisis, al ganar el voto de los venezolanos. La inacabada apelación romántica al pretérito heroico consiguió darle legitimidad. Como bien dice Arendt, “El poder necesita legitimidad no justificación” y el chavismo supo legitimar su poder.

En la otra, glorificó la lucha armada, los grupos guerrilleros y paramilitares, así como también a personajes como Fidel Castro, Che Guevara, Sadam Hussein, solo por nombrar algunos. En este aspecto la inversión de los valores de vida por los de la muerte resulta fundamental y allí están los especialistas de la violencia para ejercerla, en escenarios de represión y tortura. Así todo aquel que se enfrente o se oponga a la violencia, “descubrirá que no se enfrenta a hombres sino a artefactos de los hombres”, como los llama Arendt. De esta forma la violencia moral, material y simbólica nos asedia desde el inicio del proyecto ideológico del chavismo, es su naturaleza y así ha quedado demostrado desde febrero de 1992.

Se tiene la percepción de que, en el país previo al régimen de Chávez y Maduro, la violencia era menor y distinta. ¿Es posible tal distinción? ¿Hay diferencias?

No solo la percepción del venezolano con respecto a su aumento durante el chavismo se cimienta en bases sólidas, sino que hay una clara distinción de la misma antes y durante el chavismo. A partir de 1999 es alimentada desde y por el propio Estado, debido a los altos niveles de impunidad y al resquebrajamiento institucional, asociada al continúo llamado a la confrontación.

El Observatorio de la Violencia en su informe del año 2011, expone que entre 2001 y 2011 hubo un aumento de 1.000 homicidios más. Estos niveles de violencia, homicidios y violencia criminal, son propios de contextos de guerra, ¿cómo explicar lo ocurrido? El informe concluye que la respuesta a esta situación reside en los continuos llamados a la guerra, el elogio de la violencia y a la impunidad. Así, “La vida social del venezolano regida por normas ha sido substituida por el uso de la fuerza”, destaca dicho informe. Año tras año, la violencia ha ido en aumento en Venezuela.

En un reciente artículo suyo, referido a la Venezuela de hoy, habla de “construcción de la violencia”. ¿Podría exponer cómo se ha construido la violencia de hoy?

Quiero destacar en primer lugar, los planteamientos neurálgicos que hice en otro escrito, “Breviario sobre la ritualización política del odio”, para comprender aspectos fundamentales del chavismo como tal. En este escenario tribal, el odio y el resentimiento se convierten en ritos iniciáticos. Ambos cohesionan a la tribu política del odio y al mal como institución.

Denomino prácticas políticas del odio al conjunto de procesos formales y no formales, que avalados o no por el Estado, expropian la dignidad y la condición humana. Dichas prácticas se convierten en actividades cotidianas, articuladas gracias al apoyo de las redes de la violencia, que las ritualizan y le atribuyen una función “sagrada”, vinculada a la “misión o venganza histórica”, como parte de los ritos del ente totalitario. Se materializa la idea de la venganza histórica, que no es otra que la revancha de un grupo, que se toma para sí la concreción de sus propios resentimientos, miedos y complejos.

La construcción de la violencia por parte del chavismo comprende las representaciones discursivas, simbólicas y materiales, en su propósito de transformar radicalmente los valores y significaciones de la sociedad venezolana. De allí que la creación del imaginario de la violencia y la exaltación constante del maniqueísmo, constituya para el chavismo, un programa imprescindible aunado a la biopolítica y el biopoder como mecanismos de control y sumisión.

Otra vertiente: la exhibición, por parte del poder, de su capacidad de violencia, potencial o real. En el caso de Venezuela, ¿el poder venezolano, oculta o exhibe la violencia que ejerce?

El chavismo nunca ocultó su naturaleza violenta. En realidad, no le ha hecho falta. Lo que sí ha hecho es enmascararla, paradójicamente a partir de los mecanismos democráticos. Muchas de estas prácticas desapercibidas al principio, se generalizaron como parte misma de la política.

El enamoramiento ideológico de los simpatizantes del chavismo, bien nos recuerda la idea de Derrida sobre la fascinación admirativa que ejerce en el pueblo, la «figura del gran delincuente, que “no es alguien que ha cometido tal o cual crimen», por quien se experimentaría una profunda admiración, es alguien que, al desafiar la ley, pone al desnudo la violencia del orden jurídico mismo”.

Bajo este contexto es lógico que al chavismo no le haga falta ocultar su violencia, hacerlo es contraponerse a su esencia misma.

Hay poderes que se fundamentan en el uso instrumental de la violencia. Su lógica es: a más violencia, más poder. ¿El poder del régimen venezolano es cada día mayor? 

Poder y violencia no son sinónimos, aunque suelen ir de la mano. Debo aquí hacer una distinción de dos momentos precisos: una cosa es el poder obtenido por Chávez y otra cosa, el poder conseguido por Maduro, especialmente sí se hace referencia a las elecciones presidenciales de 2018.

En el segundo caso, se acrecienta la instrumentalización de la violencia al deslegitimarse el poder. La misma puede justificarse, pero jamás legitimarse, como nos dice Arendt. Esto no siempre se cumple y la historia lo demuestra. Por ejemplo, la llamada Ley Constitucional contra el odio, por la convivencia pacífica y la tolerancia, 2017, se asegura de un mecanismo legal para acechar a sus víctimas, en su artículo 11.

La amenaza y la tortura instrumentalizan la violencia ante la pérdida de legitimidad del poder. A cambio, el miedo y el terror de los ciudadanos, los ensimisma en un letargo emocional. Algunos sin esperanzas y desmoralizados, otros asumirán el desafío de contradecir la violencia del chavismo en el poder, se conseguirán allí con los artefactos de los hombres no con los hombres.

Rafael Sánchez Ferlosio escribió que la tortura es un delito peor que el asesinato. ¿Constituye la tortura una demarcación, el límite que marca el fin de la política, el embrutecimiento total del régimen?

Sin duda alguna. La tortura es un ataque a la dignidad humana, es una frontera entre el bien y el mal, ante la indiferencia. Inflige daños corporales, morales y espirituales. Dereck Jeffreys habla del “horror espiritual” de la tortura y la imposibilidad de medir sus consecuencias espirituales.

El uso de la violencia y de la fuerza contemplados en la tortura van en contra de la razón. Dice Ayn Rand que la condición previa de la civilización es impedir que la fuerza física sustituya a las relaciones sociales. Ante el abandono de la razón se impone la violencia. De allí que podemos hablar del embrutecimiento como naturaleza inequívoca de todo régimen totalitario. Se impone el dolor como mecanismo de control.

Lamentablemente ha sido justificada y legitimada como práctica política, su ejecución y todo lo que implica amerita de cómplices, indiferentes o neutrales, como les gusta autodenominarse. Hillo Ostfeld, sobreviviente de la Shoá, preguntaba ¿qué es lo contrario al bien?, la gente solía decirle “el mal”, él respondía: “la indiferencia”.

La instauración de un estado permanente y cotidiano de violencia, ¿constituye un estado de excepción? ¿Venezuela vive en estado de excepción?

La cotidianidad de la violencia, sus usos desde el Estado y la tendencia a “normalizarla” van en contra de la convivencia y la libertad. En este sentido, no hay duda que Venezuela vive un estado de excepción. Una sociedad caracterizada por el llamado permanente a la guerra y cuya tranquilidad es sustituida por la socialización del peligro, proceso que permite compartir el miedo o el temor de todos sus ciudadanos, no puede considerarse una sociedad sana.

Si nos referimos a la categoría estado de excepción, hecha por Carl Schmitt, colaborador del régimen nazi, en dichos estados se justifican en las crisis políticas e institucionales. Básicamente plantean la omnipresencia y la omnipotencia del poder soberano sobre la vida de los ciudadanos, al apelar a la normativa jurídica de las garantías constitucionales. Fueron precisamente esas disposiciones las que sustentaron, los campos de concentración nazi. Giorgio Agamben expresa que los estados de excepción se han convertido hoy en la norma. No es de gratis que el chavismo hasta el 2018 lleve 16 prórrogas del decreto de estado de excepción, contemplado en el artículo 337 de la constitución venezolana.

Por último, quiero preguntarle sobre el modo en que la violencia ha destruido los espacios de actuación de personas, familias y grupos sociales. ¿Se han logrado preservar espacios de actuación? ¿Hay una resistencia activa en Venezuela?

Las universidades venezolanas han logrado mantenerse como espacios de reflexión y defensa de la libertad. Sin embargo, hacernos conscientes de la impronta de la violencia en Venezuela es sustancial en la organización y planificación de las políticas post-chavismo, orientadas a programas educativos, que consoliden ámbitos de estudio sobre las amenazas a la libertad. Esto disminuirá sin duda que los individuos no se conviertan en artefactos de hombres, como propagadores y perpetradores de la violencia.

Con las diferencias históricas del caso y sin intenciones comparativas, quiero rescatar experiencias de resistencia activa. Al respecto, una de las enseñanzas más importantes, luego de mis estudios en Yad Vashem, Jerusalén, Israel y de la cercanía de los testimonios de los sobrevivientes de la Shoá, no rendirse y resistir, debe convertirse en un acto de contenido espiritual no necesariamente religioso, es ese proyecto de vida, el que permite seguir a pesar de las dificultades. Si se carece de esto, fácilmente se renuncia a la propia vida. Allí está el secreto, tal como lo hicieron los niños y adolescentes del guetto de Theresienstandt, cuando a escondidas de los nazis publicaron su revista KAMARÁD, hecha con los materiales que conseguían. ¿Podemos imaginar el significado que tiene tal hazaña? Una revista escrita a mano, con dibujos e historietas. Su editor usaba el seudónimo de Ivan Polak.

En Venezuela, hay elementos claros para hablar de resistencia activa. Es la resistencia de las ideas y de las palabras, librada en los espacios de conocimiento y saber que se oponen a la política de la barbarie. Existir, resistir con palabras, defender a la libertad y denunciar a sus enemigos. No en vano Ideas en Libertad, en algunas semanas publicará su primer libro titulado El Mal y la Política. Es nuestra forma de resistir.

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