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Isekai y el viaje del héroe de una autora

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Por ALBERT TOLA

Escribir teatro es muy difícil, porque en el teatro es muy difícil innovar. Si intentas escribir narrativo, resulta que escribes demasiado narrativo. Si intentas escribir poético, resulta que escribes demasiado poético. Si intentas escribir dialógico, resulta que escribes demasiado dialógico. Y resulta demasiado clásico. O demasiado moderno. Como dijo el dramaturgo cubano Abilio Estévez: «En el teatro siempre estás entre Aristóteles y Heiner Müller, que es peor».

Entonces, ¿qué podemos hacer? ¿Cómo encontrar un lenguaje teatral propio?

Una de las posibles salidas a este problema, de haberlas, ¿quizás sea la mezcla de géneros? Otra, ¿la aplicación o traslación de técnicas de un lenguaje artístico a otros? Por citar un ejemplo: durante el siglo xx e inicios del xxi, muchos han experimentado con la traslación de la estructura de la forma sonata, aplicando su principio de repetición y variación a la escritura para el escenario, fuera del ámbito musical.

En la obra Isekai: historia de un secuestro, publicada recientemente por Ediciones Mutis (Barcelona, 2024), la brillante y joven autora Loredana Volpe se ha propuesto la noble intención de innovar. Sin embargo, no es sólo joven y brillante, también está políticamente comprometida con la realidad y, sobre todo, con la palabra: Loredana busca en su teatro, en su poesía, en su narrativa, una encomiable intimidad con la palabra. Por ello, ha trabajado para que la forma de su pieza no fuera vacía, sino que hubiera una coherencia entre forma y contenido, entre aquello de lo que quiere hablar (o no quiere, pero acepta valientemente hablar) y la forma a innovar.

Sin embargo, antes de continuar, permítanme citar el argumento de la obra.

Después de quince años exiliada en Barcelona, Olivia, que apenas salía de su habitación, vuelve a Venezuela para asistir a la boda de sus amigos de infancia: Marc y Jung [atención a este nombre tan junguiano]. Al reunirse con ellos, serán víctimas de un secuestro de terribles consecuencias… 

Y justo cuando pensamos que todo ha terminado, empieza la aventura: la protagonista se reencarnará en una samurái magical girl en el mundo virtual-fantástico de un videojuego, en el cual tendrá nuevas habilidades y la oportunidad de ganar la experiencia necesaria para conseguir un amuleto que le permitirá viajar en el tiempo y volver a su mundo, para intentar rescatar a sus amigos y quizás salvarse a sí misma.

Tuve el honor de acompañar la escritura de esta obra dentro del contexto de la beca de creación El Cicló del Teatre Tantarantana de Barcelona, diseñada para promover a las compañías, así como la autoría contemporánea, y por ello fui testigo de cómo Loredana, del mismo modo que la protagonista de su obra se adentra en una realidad paralela fantástica, en su isekai, la autora se adentraba en la escritura de la obra como un viaje simbólico (de fuerte raíz junguiana, cercano al famoso viaje del héroe), en donde se enfrentaba con valentía a los grandes temas de su vida: el exilio, el miedo al secuestro, el amor y la muerte (o la no-muerte) pero, sobre todo, a la tensión entre el dolor de la realidad y la evasión de la misma. Sin embargo, en este difícil juego entre las propias emociones y la literatura y el teatro, Loredana logra algo muy valioso gracias tanto a su evidente talento como a su evidente tesón: que el viaje a los paraísos artificiales constituya una forma de enfrentamiento.

Y, sobre todo, un viaje con pleno compromiso político sin renunciar a escribir un teatro imaginativo, vertebrado entorno a la imaginación y a la innovación por tratar de aplicar un género, el isekai, la realidad virtual, el videojuego, a la forma dramática del teatro de texto, atrayendo con ello al teatro un público que no suele visitarlo, ampliando posibilidades formales en estricta conexión con la realidad.

La primera vez que salí a comer con Loredana Volpe me llevó, evidentemente, a un restaurante japonés, escogido y delicioso. Recuerdo mi sorpresa cuando, después de contarme su experiencia como autora, como poeta y como productora teatral, capitaneando su compañía La Salamandra (fundada en Caracas en 2011), así como su periplo vital, me reveló su edad, su aparente juventud. Sin embargo, hice bien en no creerme la máscara de aquella fresca belleza bajo las grandes gafas: su mirada revelaba la profundidad atemporal que uno descubre en sus textos.

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