Papel Literario

Isabel Palacios: la incesante búsqueda de la belleza

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Por GONZALO GRAU PALACIOS

I.

Desde que tengo memoria, la cotidianidad musical en mi casa, tamizada por la presencia de mi mamá, era permanente. La primera palabra con que la asocio es variedad. Y esa variedad, caracterizada por ser constante y de mucha calidad. Por supuesto, cuando uno es un niño, no tiene la facultad o el conocimiento para saber qué es de buena calidad y qué es de mala calidad. Pero visto desde ahora, que han pasado tantos años y también yo soy músico, me doy cuenta de que siempre tuve la suerte de estar rodeado de muchísima música, de muchísimo arte, siempre muy exquisito.

Y eso nunca dependió, nunca tuvo que ver con el costo de las cosas. Era un ambiente dispuesto a apreciar, por ejemplo, desde el mango más sabroso, desde una arepa y una sopa maravillosa, hasta las pastas más sofisticadas que uno pudiese probar. Esto, llevado a las cosas más diversas, que va desde lo más sencillo, pero de mucha calidad, hasta las cosas más exquisitas, también de una calidad excepcional. Eso mismo se producía en la relación con la música, con el arte o en la apreciación de una película. La calidad era un interés, una preocupación constante. Los 22 años que viví con mi mamá, de la calidad se hablaba siempre.

Por supuesto, todo esto se relaciona y se mantiene en las diferentes etapas de la vida personal y la vida profesional de mi mamá. En la época de mi primera infancia, cuando mi mamá estaba casada con mi papá, Alberto Grau, la interacción de ella con sus padres -mis abuelos Palacios- siempre tenía un plus, algo que lo hacía distinto. Hasta en los juegos. Jugábamos Stop, como cualquier otra familia. Pero resultaba una experiencia realmente especial porque las categorías con las que jugábamos no eran las más frecuentes -nombre, apellido, color, cosa y otras semejantes-. Eran categorías como pintores del Renacimiento, compositores del sigo XIX o cuestiones de ese nivel. Ese era el mundo de la familia Palacios. Y ese era el espíritu que predominaba en la relación con mis abuelos.

Luego vino la época en que ya mi mamá se había separado de mi papá. Ella venía con su propio desempeño como cantante solista y, a partir de ese momento, como ocurre cuando las personas inician nuevos ciclos de vida, ella floreció en lo profesional. Fue la época en que regresamos de Londres, luego de haber vivido un corto tiempo en esa ciudad. Al regresar funda la Camerata de Caracas. Fue un momento de expansión. Como un destape profesional. Su actividad como solista también adquiere entonces una mayor proyección. Hace recitales, uno tras otro; graba discos; canta como solista con diferentes orquestas; participa en la ejecución de grandes obras, como la novena sinfonía de Beethoven, Requiem de Mozart, la segunda sinfonía de Mahler, y otras de esa exigencia. Ella se multiplicaba.

II.

En aquellos comienzos de los 80, además fue directora del Museo de Teclado -fundado en 1973-, y lo convirtió en otra plataforma, en otro escenario, que tuvo en esos años un importante apogeo. Era un lugar pequeño, pero que logró una gran irradiación. Era una referencia, no solo entre los músicos, sino también entre el público caraqueño, que solía ser muy nutrido. Llegó a tener una programación diversa y muy importante. Y hay más. Tenía esa especie de ventana, que resultó de mucha proyección, en Radio Caracas Televisión. Fue la presentadora de aquel programa producido por Lorenzo Batallán, Clásicos Dominicales, que constituye un hito en la historia de la televisión venezolana. Como se ve, ha sido siempre una mamá muy activa, una mamá metida en mil cosas simultáneamente.

Como todo lo que recién nace, esa primera Camerata estaba dotada de una energía muy especial. Con sus músicos y cantantes fundadores. Ahí estaba Pancho Salazar, actor, director teatral y cantante, y que es uno de los grandes hermanos de mi mamá -hermano de vida-. Y estaba Pedro Stern, también cantante. Pedro había sido compañero de mi mamá en la Schola Cantorum, agrupación fundada por mi papá en 1967. A partir de ese trío inicial, Salazar, bajo, Stern, tenor, y mi mamá, contralto, comienza la Camerata de Caracas.

A ellos se fueron agregando varios músicos muy buenos, que tenían ya algún tiempo haciendo Música Antigua en Venezuela, como Fernando Silva Morván -chileno que en ese momento vivía en Venezuela, tocaba viola da gamba-; Leonardo Azpúrua, que tocaba flautas; Rubén Guzmán, que es uno de los que todavía se mantienen de esa primera generación; y estaba quien fue mi primera profesora de cello, estadounidense que formaba parte de la Orquesta Municipal de Caracas, Lauren Levenson; Mariela Valladares, soprano, fallecida en 2022. A este grupo se suman otros instrumentistas y, de todo este conjunto, surge aquella primera Camerata.

III.

Recuerdo que los primeros ensayos eran en el comedor de mi casa. A veces apartaban la mesa; otras veces ésta les servía de atril. Alrededor de esa mesa se exploraban distintas músicas; a veces era repertorio medieval, pero en su gran mayoría era repertorio renacentista. A partir de ese repertorio renacentista, mi mamá comenzó a soñar, a inventarse proyectos en un país que, en la década de los ochenta, era un país donde las cosas estaban dispuestas para las iniciativas. Cultural y artísticamente estaban ocurriendo muchas cosas, entre ellas, nuevos proyectos e iniciativas. Estaba, solo por citar un par de ejemplos, el Festival Internacional de Teatro de Caracas, que tenía proyección mundial; y un Teatro Teresa Carreño que arrancó con una extraordinaria programación. Era un país donde florecían los proyectos, y el de la Camerata de Caracas era uno de ellos. La Camerata, que ya tiene 45 años, es como una especie de tercer hijo de mi mamá (los otros dos somos Diego y yo).

La Camerata ha sido su proyecto de vida. Ha sido una gran compañera, en la que mi mamá ha depositado una parte grande de sus energías, de sus experiencias. También ha sido la plataforma desde la que ella ha aprendido, ha investigado y ampliado sus conocimientos. Al conocer cada vez más música, tuvo la oportunidad de grabar discos y de vislumbrar, hacia 1987, según creo recordar, la creación de la que será la Camerata Barroca de Caracas que es, en realidad, un coro pequeño, que operaba en el seno de la Camerata de Caracas. Eran unidades absolutamente interconectadas. La Camerata Barroca sería la experiencia que, más adelante, sería la base desde la cual mi mamá comenzó la exploración musical del barroco latinoamericano.

IV.

El trabajo que hizo mi mamá no se limitaba a lo que el público alcanza a ver, como los recitales y conciertos. Por ejemplo, contactaba a musicólogos de muy alto nivel para conseguir acceso a investigaciones o para conseguir obras, interpretarlas y  hasta grabarlas, o para obtener la autorización para estrenar obras inéditas, que habían sido escritas en Perú, México, Venezuela y otras partes de América Latina, durante el período barroco -desde mediados del siglo XVI hasta mediados de siglo XVII, aproximadamente-. Esto significa que asumió un rol importante, incluso de carácter musicológico.

Asociado con lo anterior, mi mamá hizo varias ediciones del que llamó Festival de la Música del Pasado de América. Se hizo por primera vez en diciembre de 1990. Asistieron agrupaciones de otros países, varios musicólogos e investigadores que presentaron ponencias. También vinieron maestros de Europa. Era como una misión: que los grandes maestros que alguna vez habían sido, en alguna medida, mentores de mi mamá, viniesen y se encontrasen con un repertorio que no conocían y no habían interpretado nunca. Puede decirse que venían y aprendían de la música de América Latina.

V.

Además de la carga genética que me viene por la vía de ambos padres -la herencia Grau-Palacios que recibí-, crecer en mi casa significó crecer en un ambiente de muchísima riqueza artística. No tenía escapatoria: desde que me levantaba -mi mamá me levantaba muy temprano para irme al Colegio Emil Friedman, donde recibía formación musical; al regresar del colegio, era frecuente encontrarla dando alguna clase de canto. Podían estar presentes dos o tres cantantes. O estaba mi mamá estudiando canto o estudiando alguna ópera.

Eso, en algún momento, se transformó en mi propia experiencia, cuando José Ignacio Cabrujas ya vivía en mi casa, quien, aparte de ser un gran escritor e intelectual, era un gran amante del género operático y de la música clásica en general. Así, mi contacto con la música era realmente constante. Si no estaba José Ignacio escuchando una ópera mientras cocinaba -era un cocinero extraordinario-, la sobremesa era, por ejemplo, con el equipo con el que trabajaba sus telenovelas. A veces venían Ibsen Martínez, Fausto Verdial, Boris Izaguirre y otros. Tuve la fortuna de estar presente en conversaciones de muy alto nivel. Y podía pasar, como pasó en más de una oportunidad, que el tema de conversación era la ópera que estaba sonando en el fondo. Tenía unos 12 o 13 años y mi hermano Diego no había nacido todavía.

Esa era, en buena medida, la vida en mi casa. También se realizaban ensayos de la Camerata. Pasaron varias generaciones de músicos, que se entrenaban en mi casa. Ocurría que algunos se marchaban del país o conseguían oportunidades en otros proyectos, y entonces surgía la necesidad de formar a nuevos músicos. Eso pasó muchas veces y mi mamá lo asumía como parte de su misión musical. En los 45 años de la Camerata, mucha gente aprendió a tocar los instrumentos de la música antigua. Aunque en ciertos momentos le resultaba frustrante afrontar que debía arrancar otra vez, y lo vivía con cierto dramatismo, para mí fue la oportunidad de ingresar en la Camerata.

VI.

Yo ya tocaba cello. Tocaba en la orquesta del Emil Friedman y en la Orquesta Nacional Juvenil. Un día -tenía aproximadamente 15 o 16 años- mi mamá me dice: me vas a disculpar, pero necesito que aprendas a tocar viola da gamba, porque se fue (alguien que no recuerdo en este momento), y no tengo violas y tenemos un concierto en dos meses. Pues, frente a esa situación, había que resolver de algún modo. Le pedí a mi mamá que consiguiera una viola da gamba. Apenas la tuve me puse a hacer escalas.

Recuerdo que Fernando Silva Morván -no logro precisar si todavía estaba en la Camerata o si él era uno de los que se marchaba-, que era el maestro de la viola da gamba que teníamos en Venezuela, me dio dos clases o algo así. Me puse a trabajar duro y, en dos meses, participé en mi primer concierto como violagambista. El hecho es que, la respuesta a una emergencia, no solo me permitió aprender un nuevo instrumento, sino que me enamoré de ese instrumento. Casi, casi, que terminó gustándome más que el cello. Así, pasé muchos años tocando viola da gamba y dando clases a muchos músicos que después se dedicaron al instrumento, incluso en otras partes del mundo. Estuve en la Camerata hasta mis 22 años, que fue cuando me fui a estudiar a Estados Unidos.

Y ahora, cuando lo veo en perspectiva, creo que el filtro de mi mamá y el filtro de la Camerata, obligaban a lograr un nivel muy alto. Había que trabajar muy duro siempre. Cuando ella fundó la Camerata Barroca, yo no toqué en ese primer concierto; estaba en el público, y escuché ese coro barroco, en la sala pequeña del que era el Ateneo de Caracas, y la emoción de todos esos cantantes era simplemente extraordinaria. Fue muy emocionante ver un coro de unas 25 personas, todas llorando de emoción.

A partir de eso vino el montaje del primer Mesías, en el que toqué cello. Si recuerdo bien, lo hicimos en la iglesia de San Francisco. La calidad de ese coro, aunque era un coro pequeño, era extraordinaria. Eran entre 20 y 25 personas. Todos en ese coro eran estudiantes de canto que, además, pasaban por la formación, por el filtro docente y artístico de mi mamá. El nivel, no era el nivel al que uno estaba acostumbrado. Lo superaba. Era una experiencia realmente exquisita. Y eso se explica porque la calidad es contagiosa. Tú puedes ser un buen cantante, pero si estás en un coro y sientes que todos los que te rodean están en búsqueda de la excelencia, entonces tú también trabajas para seguir mejorando. Sientes que estás en el lugar que te corresponde. Esta fue siempre una sensación presente en los proyectos de mi mamá. No importaba la generación o la camada de músicos a la que pertenecieras, eso siempre ha sido así. Compartías la sensación de que aprendías un montón.

VII.

En un documental muy bueno que hicieron sobre ella, Mi viaje a Italia, habla de su crecimiento musical, recuerda a su primera profesora de piano, a sus maestros, su relación con Morella Muñoz y con otros cantantes como Fedora Alemán, pero sobre todo, lo más significativo que hay en ese documental, es la relación de mi mamá con su mamá, la Nena Palacios, pintora y artista plástico.

La infancia de mi mamá, el hecho de crecer con mi abuela y mi abuelo -mi abuelo, aunque no era un artista profesional, en el fondo era un artista, un hombre sensible, un personaje de una luz y una energía muy especiales-; el hecho de tener una hermana cinco años mayor, como mi tía María Fernanda Palacios -una de las mentes más brillantes que hay en el país-, todos esos elementos hicieron que su crecimiento en esa casa fuese bajo un ambiente artístico muy estimulante. Los amigos que frecuentaban la casa donde creció eran personas como Miguel Otero Silva y Pablo Neruda -mi abuela y Neruda hicieron un libro juntos-. Músicos, cantantes, toreros, artistas importante que venían a Venezuela, violinistas, jazzistas, figuras como Pedro Vargas, grupos como el Trío Calaveras, en los años cincuenta, sesenta y setenta, visitaban en aquella casa, que era el punto de reunión de mucha gente con talento. Cuando Sergiu Celibidache, el eminente director rumano estuvo en Caracas, fue recibido y, durante la velada, mi mamá, que era una niña de cuatro o cinco años, estaba allí, sentada al lado del maestro, viendo y escuchando mientras Celibidache tocaba el piano. Quiero decir con todo esto que mi mamá creció en una familia y en una Venezuela muy potentes.

VIII.

Eso ha hecho que el activismo de mi mamá ha tenido una característica: la de ser expansivo. Ha tenido una constante voluntad de diversificarse. Pero su bandera se resume en la palabra calidad. Mi mamá nunca se propuso realizar grandes proyectos -por ejemplo, un gran espectáculo en El Poliedro-, porque no podía garantizar la calidad a la que aspiraba. El espíritu profesional de mi mamá se resume en el deseo de hacer cosas de gran belleza, sin igual, en una pequeña iglesia, por ejemplo, con solo un cuarteto, pero eso sí, que para la poca gente que asista, al regresar a sus casas, sientan que algo en sus vidas ha cambiado. Porque siempre se propuso ofrecer el más alto grado de belleza posible.

Te preguntarás, ¿por qué lo ha hecho así? No lo ha hecho por pretenciosa. Lo hace porque fue lo que aprendió. Y por eso, desde que era una niña, ha estado en una permanente búsqueda de la belleza. Eso es lo que está en el documental del que hablo. Allí expresa su emoción, cuando cuenta que, al despertarse en un sitio y no entender esos grados de belleza, resultaron en sensaciones que quedaron dentro de ella y que marcaron su vida.

Ese fue el impulso de pensamientos como, aunque yo estoy estudiando piano, el piano no me suena a eso que vi. Entonces es bajo ese estímulo que ella empieza a buscar música antigua, sonidos antiguos, instrumentos antiguos, y se enamora de ese movimiento -que creo que se inicia en los años sesenta y setenta bajo el empuje que le dieron grandes maestros europeos-, que se propone a reproducir la música antigua con instrumentos de la época -instrumentos construidos ahora, pero siguiendo los modelos y las técnicas de los instrumentos antiguos-. Y se enamora de ese sonido que, de algún modo, le recuerda a la estética que aprendió cuando era niña.

Esa búsqueda la llevó incluso hasta el ámbito institucional y administrativo. Cuando dirigió el Museo del Teclado, convirtió ese pequeño espacio en un espacio de excelencia, de recitales exquisitos, de conciertos incomparables.

Como profesora de canto, por ejemplo, sus preguntas eran, qué puedo hacer yo para que este cantante sea lo más exquisito, a partir de sus recursos y de su tipo de voz.

IX.

Ser docente es un camino muy difícil. Mucha gente no lo asume bien. He tenido docentes que, con un ego muy frágil, terminan compitiendo con sus alumnos. Mi mamá tuvo la suerte de tener grandes compañeros -mayores-, de los que aprendió, aunque no hayan sido sus maestros -como Morella Muñoz, quien además fue su amiga-. Tuvo además, maestros excepcionales. No le pasó lo que a otros, de tropezar con profesores que no tenían vocación.

En Londres, donde estuvo en varias oportunidades, tuvo una gran maestra de canto.  Vera Rozsa, húngara de nacimiento, se interesó por las habilidades artísticas de mi mamá;  prácticamente la adoptó y la convenció a quedarse durante un tiempo bajo su tutela, y aprender cómo ejercer la docencia de canto. Eso le dio la oportunidad de presenciar cómo eran sus métodos, y cómo enseñaba a los mejores cantantes de la época. Con esta maestra aprendió mucho de técnica. Mi mamá, que es una persona extremadamente generosa, no se reserva nada cuando da clases. Lo entrega todo para que de cada alumno, reconociendo las capacidades que tiene, florezca lo máximo que puede dar.

X.

La respuesta del público, a lo largo de los años, ha sido siempre la mejor. Entre ese público que se interesa por niveles artísticos muy altos, ese público que no es masivo, pero al terminar cada presentación, se ha ido para su casa levitando. Sea con la Camerata Barroca o la Camerata Renacentista o tras un pequeño recital, las reacciones han sido de enorme agradecimiento. Esa sensación de que lo que recibiste ese día, no lo encontrarás en cualquier parte.

Sin embargo, el reconocimiento que ha recibido, me parece a mí, no ha sido el que ha merecido. Obviamente ha tenido una alta exposición, muy buena crítica como cantante y como directora, pero lo que llamo la piscina cultural venezolana, es una piscina pequeña. Incluso en los mejores tiempos, el trato, la consideración, los presupuestos para la cultura han sido pequeños, a veces, ínfimos. Y de ese pedacito pequeño que se le concede a Cultura, entonces, para proyectos como los de mi mamá, que son proyectos pequeños, el apoyo que ha recibido ha sido irregular e insuficiente.

Creo que ella hubiese querido que la Camerata de Caracas tuviese más oportunidades, le hubiese gustado mostrar más el trabajo en escenarios internacionales. La Camerata tuvo giras internacionales, exitosas presentaciones en importantes salas de concierto en Inglaterra, Francia, Bélgica, España, Italia, Alemania, Portugal, Estados Unidos, compartir con agrupaciones de categoría mundial. Pero quizá los distintos proyectos han podido mostrar más, lo mucho que cultivaron y desarrollaron a lo largo de las décadas.

En 45 años ha dedicado mucho tiempo a buscar recursos para alcanzar las metas que se había propuesto. Ha costado mucho esfuerzo lograr que esas organizaciones sobrevivan. Ha sido un mantenerse a flote, a cuenta gotas. Ha habido momentos que han sido cuesta arriba. Ha sido una proeza.

Más sobre Isabel Palacios

A muy temprana edad inicia sus estudios en la Escuela de música Juan Manuel Olivares donde cursa piano y dirección. En 1977 egresa con honores de esa escuela como profesora ejecutante de canto.  Sigue luego estudios de post-grado en la Guildhall School of Music and Drama de Londres y estudios superiores de canto con las reconocidas maestras Vera Rozsa (Londres),  Helena Lazarska (Conservatorio de Cracovia) y Raquel Adonaylo  (Curtis Institute of Music in Philadelphia). Participó en numerosos cursos magistrales de interpretación en música medieval, renacentista y barroca con maestros de la talla de Anthony Rooley, René Clemencic, Ruth Gosewinkel, Reinhardt Goebel, Philip Pickett  y  David Roblou.

Como cantante solista se especializó en el recital y el oratorio actuando dentro y fuera de Venezuela. Cantó con todas las orquestas del país, siendo dirigida, entre otros, por Gonzalo Castellanos Yumar, José Antonio Abreu, Carlos Riazuelo, Alfredo Rugeles, Manuel Hernández-Silva, Eduardo Marturet, Odón Alonso, James Judd, Maximiano Valdés, George Cleve, Theo Alcántara, Vittorio Negri, Manuel Galduff, Eugene Colomer, Ton Koopman, Helmut Rilling, Gustavo Dudamel, Giuseppe Sinopoli,  Sir Simon Rattle y Claudio Abbado.

Ha compartido su carrera de vocalista con la dirección de orquesta y en ese campo ha dirigido en varias oportunidades a la Orquesta Simón Bolívar, la Orquesta Sinfónica Municipal de Caracas, Orquesta Filarmónica Nacional, Orquesta Sinfónica de Venezuela, Orquesta Sinfónica de Mérida, Orquesta Sinfónica de Aragua y la Orquesta Sinfónica y la Banda Sinfónica de Carabobo, tanto en conciertos como en ballet y ópera.

El reconocimiento internacional le ha merecido premios tales como Diapason D’Or, Choc de la Musique, Evénément Télérama, 9eme. du Repertoire, Goldberg y el premio Special Grammophon 2000, apareciendo dos CD’s de la Camerata dentro de las mejores 10 grabaciones de música antigua del nuevo milenio.

Actualmente es directora artística y Académica de la Ópera Teatro Teresa Carreño.