Por RAFAEL ARRÁIZ LUCCA
Observaciones finales
Hemos llegado al final de este viaje compacto y súbito por la literatura de un poco más de doscientos años. Esto no pretende otra cosa que ser un aperitivo y, como tal, ruego se me excusen omisiones y hasta desenfoques. Lo importante es que en los años más recientes hemos asistido a una suerte de aceleración de la condición profesional del escritor, no sólo en su condición como tal sino en los aspectos de la realidad que comienzan a interesarle. Alguna vez le oí confesar a Uslar Pietri que su generación no entendía los textos de Ramos Sucre, es decir: que le resultaban ajenos a la “realidad nacional” y, por ende, exóticos. Pues bien, lo que ha venido ocurriendo es precisamente esto: paulatinamente hemos ido saliendo de nosotros mismos a ver el mundo exterior, ya no nos asomamos y asustados regresamos corriendo a la madriguera. No me refiero al cosmopolitismo que, de paso, siempre le hace bien a las provincias, me refiero a que la literatura con su asunción profesional ha dejado de ser para los escritores venezolanos un instrumento de comunicación de un cuerpo de ideas o un credo, la literatura es un problema y un universo y un cuerpo en sí misma y, en tal sentido, no puede ser abordada sino en su totalidad.
En lo relativo al tema que convocó estas páginas, la influencia de Francia en la literatura venezolana, intentemos una suerte de resumen final. Es evidente que el cuerpo de ideas que dio pie a la creación de las repúblicas fue el Liberalismo, bien sea el de raigambre inglesa o escocesa o bien el de impronta francesa. Pero no es fácil precisar la influencia del Liberalismo en la literatura que se sustenta en la imaginación (poesía y narrativa), en cambio sí lo es en el género del ensayo, que naturalmente se nutre y trabaja con las ideas, de allí que sea el género intelectual por excelencia. Sí es más evidente para la literatura fundada en la imaginación el neoclasicismo y su reacción romántica. Y si bien en Francia anidó el espíritu del Neoclasicismo, lo cierto es que el Romanticismo, como dijimos antes, fue una reacción frente al Racionalismo Neoclásico. Como vemos, bien sea para ser espacio genésico o negación, Francia ha estado presente hasta este momento.
Luego, el Parnasianismo es de raigambre francesa plena, y tuvo cultores fervorosos en la poesía venezolana del siglo XIX e, incluso, del XX. El Modernismo no puede atribuírsele sino a los hispanoamericanos, con Rubén Darío y José Martí a la cabeza, pero cabe preguntarse: ¿dónde bebieron del Cosmopolitismo que alimentó al Modernismo? En París y Nueva York, evidentemente, pero sobre todo en París, que fue la capital cultural del mundo occidental durante muchos años.
En cuanto al Positivismo que influyó poderosamente en los intelectuales venezolanos de finales del siglo XIX y comienzos del XX, no cabe la menor duda acerca de su partida de nacimiento francesa, por más que el embrión de este movimiento haya estado en la obra de Charles Darwin: La evolución de las especies; una de las piezas centrales para la autoridad de la ciencia, frente al mundo de dogmas de fe de la religión católica y protestante.
Algo similar ocurre con el Surrealismo, que tanto influyó en las promociones literarias venezolanas del siglo XX. Me refiero a su partida de nacimiento francesa, a partir del Manifiesto Surrealista de André Breton. No obstante, es imposible no vincular a este movimiento con las puertas que abrió para la humanidad Sigmund Freud y sus trabajos sobre la naturaleza del subconsciente. Así como Carl Gustav Jung contribuyó con la incorporación a la cultura de los conceptos de Arquetipo, Inconsciente Colectivo, Sombra, entre otros.
Imposible no ver en la poesía aforística venezolana de los años 70 la influencia del aforismo francés, sobre todo en aquella cultivada por poetas que vivieron en París durante varios años (Alfredo Chacón, Víctor Fuenmayor, Luis Alberto Crespo, Alfredo Silva Estrada, Patricia Guzmán, entre otros).
Imposible no advertir las lecturas de Roland Barthes, Georges Bataille, Jean Baudrillard, Michel Foucault, Jacques Derrida, Lucien Goldman, Pierre Francastel, Maurice Blanchot, el rumano-francés Emil Cioran e, incluso, el psicoanalista Jacques Lacan, en muchos sociólogos, filósofos, politólogos, historiadores, críticos literarios venezolanos que cultivan el ensayo. Basta leer los trabajos de Colette Capriles, Armando Rojas Guardia, Luis Pérez Oramas, Nelson Rivera, Miguel Ángel Campos, Rafael Rattia, Rafael Castillo Zapata para catar estas influencias entrelíneas o explícitas, ya en franco fervor. De este último, se acaba de reeditar su penetrante estudio El semiólogo salvaje. Roland Barthes y la semiología. Sin duda, Castillo Zapata es de los autores que más y con mayor profundidad ha abrevado en las fuentes del pensamiento literario francés de las últimas décadas, junto con otro venezolano que estudió y vivió muchos años en París: Pérez Oramas.
Lo anterior nos conduce a afirmar que la influencia francesa más evidente de los últimos años ha sido la del pensamiento, que ha irradiado en diversas disciplinas científicas y en la literatura y el arte. Incluso diría más: ha incidido marcadamente en el discurso literario: hay un regodeo inteligente en nuestros ensayistas que recuerda páginas de sus maestros franceses. Es una manera de abordar los asuntos, un camino más elusivo que directo, no por ello exento de precisiones etimológicas; es una vía exhaustiva que sin desdeñar el detalle busca esencializarlo, trascenderlo, abstraerlo para diseccionarlo.
Hasta aquí este breve recorrido precisando influencias francesas en nuestro corpus literario. Seguramente hemos inadvertido influencias, pero creemos que las sustanciales están consignadas, al menos en sus coordenadas principales a lo largo de un poco más de doscientos años. Quizás pueda servir este breve trabajo para una investigación exhaustiva que, sin duda, debería algún académico emprender pronto.
*Las primeras cuatro entregas de este ensayo, cuya parte final se publica a continuación, fueron publicadas los días 29 de noviembre (parte 1), 30 de noviembre (parte 2), 1 diciembre (parte 3) y 2 de diciembre (parte 4).
Bibliografía
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