Papel Literario

Felipe Márquez, el eco de las cosas calladas

por El Nacional El Nacional

Si uno mira de golpe a Felipe Márquez puede tener la impresión de que se trata de una sola persona. De a poco, a medida que lo va conociendo, se da cuenta de que Felipe lleva en sí no solo a muchas personas, sino también un cúmulo de imágenes, recuerdos, objetos, experiencias. Tal vez es la característica que hace de él un verdadero coleccionista, aunque más que de objetos, especialmente de libros –una pasión muy conocida por todos–, colecciona momentos, estampas, retratos, voces, sonidos.

No es una broma. Pudiera decirse que, propiamente hablando, Felipe es una especie de museo viviente y un museo vivo, es decir, dinámico, como se aspira a que sean los museos modernos. Pocos imaginarios como el de él son compendio de algunas épocas. Hablo, por ejemplo, de las décadas del sesenta al ochenta del siglo pasado. La fidelidad y la consecuencia interior con la que ha explorado este mundo tan particular es lo que, pienso yo, le ha permitido escribir un libro como este que nos convoca para su presentación, El eco de las cosas calladas.

El título es perfecto y dibuja un punto de madurez, quiero decir de conciencia creadora, en los escritos de Felipe. El eco lo podemos entender por lo menos en dos de sus acepciones, para no entrar en el terreno de la mitología. Como “sonido reflejado” y como elemento compositivo que designa casa, morada, ámbito vital, según lo dice con toda claridad la Real Academia Española. Pero resulta por lo menos paradójico y contradictorio el eco de algo, un sonido, que no ha sido pronunciado. Y es justamente en este ámbito espiritual donde él se mueve con toda delicadeza, como un maestro del buceo; la inquietud atenta a lo que ocurre y a las huellas que la realidad va dejando en el cuerpo y en la conciencia, equipado como está para este tipo de excursiones. Dispuesto con ligereza y humor, con desprendimiento interior y con gracia. Como siempre es capaz de reírse de sí mismo, es capaz de someter el mundo que lo rodea al mismo escrutinio y con la misma agudeza. Y sí, en buena parte de los escritos de este libro hay, para decirlo con una metáfora bergmaniana, escenas interiores, solo que despojadas de tragedia, vistas con una muy humana compasión. Al igual que la de Robert Walser, el escritor suizo, la de Felipe Márquez es una obra miniaturista. Susan Sontag, refiriéndose a Walser, dice unas palabras que podrían aplicarse palabra por palabra al escritor caraqueño: “Tanto en la prosa larga como en la corta, Walser es un miniaturista que promulga las reivindicaciones de lo antiheroico, lo limitado, lo humilde, lo pequeño; como si respondiera a su punzante sentimiento por lo interminable”. El propio Walser escribió: “No necesitamos ver nada fuera de lo común. Ya vemos demasiado”.

Pero se me ocurre que esa visión le viene a Felipe de familia, muchas veces al contacto con lo que escribe lo he visto como si formara parte de alguno de los paisajes interiores de su abuelo Federico Brandt y, así como ahora las cargas genéticas son fundamentales para el diagnóstico y prevención de enfermedades, también las pulsiones artísticas vienen de largas y convulsas herencias y heredades –que de todo hay– y hay personas que parecieran haber servido de esponja para recibir tantos cromosomas, Felipe Márquez uno de ellos.

Acabo de revisar lo que he escrito y aunque estoy en todo de acuerdo veo que hay algo que se me escapa y es esa forma, consciente, que en su escritura reproduce o crea estados alterados de consciencia, sabiéndose muchas veces en un borde, o al borde o, como Alicia en el país de las maravillas, en el conducto hacia otra realidad.

                                      “(…). Únicamente

considero imprescindible la

capacidad de dudar, de comparar

una roca con la posible edificación

de un templo sideral. Mi amigo

Morrocoy (Adolf Baasch), viejo

compañero del colegio Humboldt,

representaba la certeza y la

continuidad, estaba en presencia

de un escenario abarrotado por

formas gelatinosas y coloridas.

¿Habré tomado una sobredosis?

¿O será un accidente como

los días que transcurren, como

las noches? De nuevo confundo

una hormiga con un clip, un

ornitorrinco con la presencia

de Dios”.

Unos y otros, escenas cotidianas, estados alterados de la consciencia, brillan en este libro porque están sometidos a un riguroso examen; quien habla luego de haber cultivado muchos silencios, muchos ecos, lo hace con el asombro de quien descubre para sí mismo y para los otros, y nos entrega con generosidad lo que ha sido producto de una extrema atención:

          “A veces abro la nevera

          y me percato de que el durazno

          aún permanece en su sitio, en

          un lugar simbólico que me

          aproxima al paraíso perdido,

          a Milton, de nuevo a Ana Isabel,

          a la convicción de que el infinito

          es transitorio y habitable.

Creo que es un asunto de costumbre, de hábitos

y de modales aprendidos”.

Pero esta mirada, como la de todo verdadero escritor, es producto de un determinado sesgo, una cierta forma de acercarse a lo real, que nos permite descubrir a veces lo que por tan cotidiano hemos dejado de percibir. Tal vez a eso es a lo que podemos llamar un método. El de Felipe Márquez lo expone en este libro como una poética, una aspiración que en verdad es una forma de vivir:

“En cierto modo admiro a los taxidermistas emocionales, a ciertos seres que por genética o herencia escamotean con gran naturalidad sus emociones y sus pulsiones afectivas”.

El eco de las cosas calladas está compuesto por siete partes: “Permanencia, “El eco de las cosas calladas”, “El final de los deseos”, “Mi encuentro con Jimi (Hendrix)”, “Mi hermano Dumbo”, “Pepita” y “Textos para Raquel”.

No hace falta seguir orden alguno. Tómenlo desde cualquier lugar, abran sus páginas donde diga el azar, los personajes se intercambian, se camuflan, pasan de un texto al otro sin pedir permiso, sin anunciarse. Son producto de una larga conversación, es el eco de las cosas calladas. Las de él y las nuestras.

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El eco de las cosas calladas

Felipe Márquez

Editorial S.O.S.

Diseño gráfico: Carolina Arnal

Corrección de textos: Miguel Márquez

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Apostillas musicales a El eco de las cosas calladas (DVD)

Editorial S.O.S.

Selección: Felipe Márquez

Realización: Luigi Miano