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Ese amigo bueno llamado «Joseíto»

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Por CORINA YORIS-VILLASANA

Quienes somos amantes del lenguaje sabemos que hay una gran diferencia entre decir una «buena persona» y una «persona buena». Independientemente de la relación con la bondad que comparten ambas locuciones, y de la contextualización necesaria cuando aplicamos la caracterización a alguien, hay rasgos diferenciadores.  La primera suele ser alguien sin mucha malicia, generalmente de discreto perfil, es respetuosa, ve al «otro como un par» y cuando algo malo le sucede, sentimos una cierta compasión.  Pero la segunda es una persona también generosa, con altos grados de honestidad, y, sobre todo, capaz de asumir grandes responsabilidades, incluso teniendo la certeza de que hay un fuerte riesgo de que no sean viables. Si a una persona buena le sucede algún percance, nos produce, sí, algo de tristeza, pero, sobre todo, pensamos en ella con admiración en su temple y capacidad de levantarse ante la adversidad.  Ese fue Francisco José Virtuoso Arrieta, sj, «Joseíto» (Caracas, 17/9/1959 – Caracas, 20/10/2022), era buena persona y persona buena. Ambas locuciones se las podemos aplicar.

Lo conocí hace unos cuantos años, todavía no se había ordenado sacerdote, consagración que se realizó en 1990. Desde esa época, entablamos una linda amistad que perduró hasta su fallecimiento.

Entró como profesor de Filosofía Política en la Escuela de Filosofía, cuando yo era la directora y eso propició que nuestra fraternidad se consolidara; años más tarde, también dictó clases en la Maestría de Filosofía, que yo también dirigí hasta hace muy poco tiempo. Cuando fue nombrado rector, siempre le tomaba el pelo para recordarle que yo «había sido su jefe». No fueron pocas las diferencias de visión que tuvimos sobre distintos aspectos, bien fuesen políticas esas diferencias, bien académicas. Y, precisamente, ese lazo de amistad permitió que nunca nos alejásemos.

Un rasgo distintivo de su personalidad era su cercanía; voy a decirlo con la palabra adecuada: era campechano; es decir, tal como lo define el DLE, afable, sencillo, sin interés alguno por ser ceremonioso y, hasta diría yo, con despego a los formulismos. Esta nota de su carácter le permitió acercarse con mucha naturalidad a la comunidad universitaria. Podíamos ver a José almorzando en el cafetín con algún profesor, pero también se reunía a dialogar con los obreros, a tomar un café con ellos. Muy cercano a los estudiantes y si hubo algo resaltante en su trato fue, precisamente, que sabía aprovechar los espacios para «amar y servir».

Son muchos los recuerdos gratos y momentos vividos juntos que han acudido a mi memoria, como los almuerzos y convivios en mi casa, donde siempre disfrutamos de la buena compañía de amigos en común.

Entre esas reuniones «hogareñas», recuerdo con especial cariño la realizada con motivo de la inauguración del Congreso Iglesia Católica y Fundación de las Universidades, que, en el marco de la celebración de los sesenta años de creación de la Universidad Católica Andrés Bello, organizaron la Sociedad Venezolana de Filosofía, la Maestría en Filosofía, la Escuela de Filosofía y el Centro de Investigación y Formación Humanística, evento que se trazó como objetivo reivindicar el papel de la Iglesia Católica como precursora del nacimiento de las primeras universidades. Ese día, con la presencia de los invitados internacionales, de Polonia e Italia, y varios profesores de nuestra universidad, el rector Virtuoso anunció a varios de los que estábamos presentes, que habíamos sido elegidos para recibir la Orden Universidad Católica Andrés Bello.

Han transcurrido diez años desde ese almuerzo, y en este septuagésimo aniversario, José no estará presente físicamente. Sin embargo, tendremos ante nuestra vista la obra que logró consolidar, sin olvidar el aporte dado por cada rector de nuestra universidad, Carlos Guillermo Plaza, sj, (1953-1955); Pedro Pablo Barnola, sj, (1955-1959); Carlos Reyna, sj, (1959-1969); Pío Bello, sj, (1969-1972); el ingeniero Guido Arnal (1972-1990); Luis Ugalde sj, (1990-2010) y desde 2010 hasta 2022, Francisco José Virtuoso, sj.

Esa conjunción de esfuerzos ha permitido que la UCAB, inserta en una Venezuela cuya sociedad está sacudida por una profunda crisis política, social y cultural, ha logrado desempeñar un papel crucial, en medio de una turbulenta época donde los mismos valores religiosos se encuentran envueltos en la crisis, y nos obliga a recordar las guías que señala la Constitución Apostólica Ex Corde Ecclesiae para impulsar el papel específico que la universidad católica debe realizar, y así cumplir su función ante la Iglesia y ante la sociedad.

En una ponencia que presenté en un congreso sobre la función de una universidad católica, decía que el desempeño de un profesor de una casa de estudio de esta índole no se cifra en reunir asuntos “confesionales” en las diversas asignaturas que imparte, sino en favorecer en sus estudiantes el pensamiento crítico; auspiciar el debate que les faculte para interrogarse a sí mismos y a los demás sobre aspectos que posiblemente nunca les han preocupado, pero que definitivamente forman parte de las virtudes cívicas que requieren nuestras sociedades. Dice la Gaudium et Spes: «Comprometidos con una visión trascendente de la realidad y de la persona humana y con los valores morales y éticos cristianos, los docentes católicos infundirán a la interdisciplinariedad, una visión coherente de la persona humana y del mundo y una visión iluminada por el Evangelio y por la fe en Cristo como centro de la creación y de la historia humana».

Cuando fue juramentado para el período 2018-2022, se expresó de esta manera: «Ser rector de una universidad como esta, aun en tiempos de normalidad, es una tarea difícil y exigente. Se trata de conducir una institución universitaria que trata de formar integralmente a sus estudiantes, brindarles formación profesional de alta calidad, transmitirles inspiración cristiana, compromiso con la sociedad y acompañarlos en esta difícil época de cambio que atravesamos».

Si aspiramos restablecer la convivencia en el país y la democracia, intento que en este período en específico es titánico, debemos tener presente que por democracia hemos entendido un método o una serie de reglas de procedimiento “para la constitución del gobierno y para la formación de las decisiones políticas de carácter vinculante». Dicho en estos términos, la convivencia pacífica, la tolerancia está caracterizada por la trascendencia que en un régimen democrático posee la diversidad de posturas. ¡Y cómo ha costado y cuesta que esto se entienda a cabalidad! Es, precisamente, la ausencia de la aceptación de la diversidad uno de los detonantes que ha ocasionado la confrontación. En una democracia no moramos en una zona restringida y privilegiada donde tan sólo algunos son los amos de la verdad. Al revés, en una democracia vivimos en una especie de cosmos donde la complejidad y diversidad de opiniones es su distintivo. Y, en ese quehacer, José invirtió gran parte de su vida. Fue un activo promotor de la convivencia. Aunque, es indispensable aclarar que por tolerancia no estoy entendiendo, como tampoco fue la manera de comprenderlo José, “tragar saliva” y resignarse. Tal postura podría ser conceptuada escuetamente como indiferencia, por una parte, y, por otra, como miedo ante el despliegue de fuerza que podría impulsar quien así argumenta. Si fuese de esa forma, ¿estaríamos en presencia de la tolerancia como “virtud cívica”? Para decirlo en palabras de Fiódor Dostoievski, «de lo que se trata es ser una persona entre la gente, serlo siempre por muchas desgracias que nos sobrevengan, en ello reside la vida».

Cito las propias palabras de José (2014): «A lo interno, la universidad está empeñada en ser una buena noticia para el país. Mientras reina la violencia, nosotros queremos que reine la tolerancia; mientras reina la división, queremos ser equipo de trabajo. Estamos generando propuestas a los distintos problemas del país, a la vez que apoyamos a la Iglesia en la apuesta por un diálogo nacional».

Cuando supe de su enfermedad, me comuniqué inmediatamente con él. A medida que se agravó su estado, estuvimos chateando hasta pocos días antes de su hospitalización. Me llegó a decir, «Esto lo voy a superar». Justamente, cuando prestó juramento de cumplir con las obligaciones y deberes como rector para el período 2022-2026, escasamente una semana antes de su fallecimiento, subrayó en su discurso «Creo en este país, creo en la universidad, por eso miremos el futuro desde lo que venimos haciendo».

La partida de «Joseíto» nos dejó huérfanos en medio de esta crisis venezolana donde la UCAB ha logrado, no solo mantenerse a flote, sino descollar de manera significativa. Es nuestro reto continuar esa labor desde el lugar donde nos encontremos.

Hoy le digo hasta luego, y también agradezco a Dios por haberme concedido la Gracia de tenerlo como amigo. ¡Un abrazo, Joseíto!

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