Papel Literario

Enciclopedia Venezolana de la Destrucción: D-F

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Desinformación totalitaria

Vulneración del derecho humano a la información y la comunicación, es decir, de la posibilidad de emitir y recibir información libre y plural, veraz y oportuna.

El Estado ha desmantelado el ecosistema mediático, teniendo como norte la imposición del  pensamiento único.  En esta línea estratégica, ha destruido  la pluralidad informativa y  la libertad de prensa a través del cierre de numerosos medios impresos independientes que no pueden acceder al papel, la censura de decenas de emisoras de radio y televisión, nacionales e internacionales, la compra de medios privados y el otorgamiento discrecional y arbitrario de las concesiones.  Asimismo, el sector radiodifusivo público ha sufrido un manejo propagandístico e ideológico de tipo estatal (partido/Estado), que castra su carácter de servicio público. Las restricciones legales y administrativas, el hostigamiento judicial,  las intimidaciones, estigmatizaciones y difamaciones, las agresiones físicas y verbales,  la confiscación y hurto de equipos, la propagación de fakenews  y las detenciones arbitrarias a comunicadores sociales han convertido su profesión en un asunto de alto riesgo. La información pública es cada vez más inaccesible.

Las redes sociales recibieron la migración de la disidencia, pero no están exentas de la desinformación oficial a través de ataques cibernéticos, diversas modalidades de bloqueo a sitios web y el uso distorsionante de bots y trolles. Adicionalmente, encontramos la desconexión infraestructural, dada por las fallas, las caídas y la lentitud del servicio de las telecomunicaciones. Este colapso ha generado incomunicación en todos los niveles sociales: micro, meso y macro.  Aparecen desiertos de noticias locales y de interés público como producto de una estrategia estatal.  La criminalización de la opinión  genera autocensura y restringe la libertad de expresión.

El panopticismo comunicacional y la hegemonía gramsciana generan miedo,  la espiral cotidiana del silencio y la desconfianza interpersonal. Listas, plataformas y carnet digitales, aunados a los micropoderes psicosociales (colectivos) constriñen las libertades informáticas y ciudadanas. El Estado irrumpe en el hogar e invade la privacidad de los ciudadanos, irrespetando el carácter privado y de pago de los servicios de Cantv e Internet.  Venezuela es uno de los países con menor velocidad de navegación y menor libertad de Internet en el mundo.

Carlos Colina


Emergencia y tortura

“Fuertes golpes e intentos de asfixia mecánica. La apuntaron con un arma en la cabeza en dos ‘oportunidades y le decían que la iban a matar. Le echaron vinagre en la cara, golpes contundentes y puntapiés, ambas fueron vendadas y esposadas por más de 12 horas. Fueron objeto de torturas sexuales de desnudamiento forzado y amenazas de violación. A Gloria le arrancaron la camisa, le aplicaron múltiples descargas eléctricas en las uñas, las muñecas, los senos y la vagina mientras sus pies estaban en un envase de agua. Les sacaron fotos y las expusieron en redes sociales dando sus nombres y dirección de domicilio. Fueron objeto de torturas psicológicas durante toda su permanencia en el comando, recibieron múltiples amenazas de muerte y fueron obligadas a ver como torturaban a los otros detenidos”

Informe La determinación de los hechos. ONU


El tiempo

En aquel entonces, el país era solo espacio. El tiempo externo parecía haber sido abolido. El tiempo de los viajes, de las esperas, de los trámites, de las compras, de las colas, de los recaudos, de las marchas, de las clausuras y de las cárceles no tenía medidas para ser contado. No existían las puntualidades ni los horarios de salida. El tiempo interno, sin embargo, seguía su ritmo perverso en las pieles grises y en los órganos resquebrajados. Sin repuestos.

Entrar en aquella carretera alterna para poder llegar al Oriente fue entrar de lleno en ese espacio sin horas, solo sucesión de kilómetros en la ventana que ni siquiera el contador de distancias del carro podía especificar, detenido desde hace años. Tampoco el reloj marcaba las horas. En su teléfono había una hora extranjera. No recordaba cuánto debía restarle o sumarle para llegar al tiempo alargado en el que se encontraba ahora, nuevamente en su país. Aquella hora parecía también inmóvil. Resplandeciente en un teléfono que apenas podía usar para no agotarle la batería. Escondido en el fondo de su bolso.

Un país sin tiempo. Solo una carretera inconmensurable y destartalada que la separaba, incalculable, de su padre enfermo.

Liliana Lara


Escritor venezolano

En Venezuela hay dos tipos de escritores, los que optaron por marcharse y los que no. Unos escribirán desde la distancia, otros desde las ruinas, pero ninguno saldrá ileso. Su escritura llevará a cuestas los daños morales, espirituales, de esta destrucción. De cualquier forma, un escritor venezolano, de finales de siglo XX y de la primera mitad del XXI, será un ser desgraciado y errante, aunque nunca salga de su cuarto de libros, pero no me refiero al viaje de la lectura sino a la búsqueda de un lugar que ya no existe, a la desconexión entre él y su espacio y las referencias cotidianas que le brindaban sosiego. Un escritor venezolano es incapaz de ser otra cosa que “escritor venezolano”, por eso cuando se exhibe desnaturalizado de su esencia, suele verse como un mequetrefe triste, un tonto extraviado. Un escritor venezolano es un zombi que intenta recordar para salvarse y salvar a otros de la extinción. Un escritor venezolano de finales del siglo XXI ya no será “escritor venezolano”, sino la mutación de algo amorfo, sin definición, especie de materia oscura que alguien llamará historia y que la mayoría contemplará en silencio.

Norberto José Olivar


Fin del espacio-tiempo

Con insólita agilidad, Ulises le roba a un buhonero un pote de agua. Como si nada, lo destapa y bebe. Cada átomo de Hidrógeno contenido en ese pote se formó hace trece mil ochocientos millones de años. Ulises tiene diez y se le considera el prospecto más talentoso de una banda infantil dedicada a violar puertas de camiones tres cincuenta en un concurrido mercado popular de Caracas.

Momentos cercanos al Big Bang, cuando la temperatura y la densidad del Universo eran enormes, hubo una transformación de energía en masa. Se originaron numerosas partículas subatómicas, quarks, protones y neutrones, piezas que componen un átomo, que erróneamente significa sin partes.

La tabla periódica en los primeros 20 minutos del universo solo contaba con tres elementos. Hidrógeno, Helio y Litio.

A los eventos cósmicos originales, le siguió una edad oscura de la que hasta ahora no se precisan rastros. Se extendió por doscientos millones de años. En otra etapa oscura, de veintidós años, y en un espacio determinado, se experimenta con el fin del espacio-tiempo.

Los diluvios, los meteoritos y los sismos siempre estarán allí, como el punto final de una civilización. También, los agujeros negros. El Mercado Mayor de Coche es una variante de estos fenómenos. Acaso, un laboratorio donde se descompone la civilización, se hace difusa, gaseosa, y nos queda la vilización, que adquiere solidez, desgarra, castiga, y es capaz de borrar cualquier vestigio de cordura.

En una acera del mercado tapizada de conchas de plátano y pimentones podridos, Rosaura interpreta su cover de Hechizo de Ana Gabriel. Ulises lanza el pote vacío y este impacta en el rostro de Rosaura. El niño lo ignora aún, pero en pocos minutos le hundirán un cabillazo en la sien y será testigo adelantado del fin del espacio-tiempo. Ulises quedará atomizado, sin partes, diluido en una piscina radioactiva. Aunque las moléculas de Hidrógeno persistirán por quién sabe cuántos millones de años.

Mario Morenza


Desmembrados

Un monumento al óxido y a la detención social es la virtual imagen que bien podría resumir la hechura de los últimos veintidós años de abrumadora destrucción. El chirrido metálico de cuantiosas estructuras desvencijadas crepita junto a otra humillante ruindad, la dolorosa transformación del cuerpo de los venezolanos. Esa desolación en el rostro, esa riada de personas enclenques -literalmente en el hueso- peregrinando por las vías del territorio. La nuestra es una historia compleja que exige un esfuerzo de interiorización, abordar lo periférico, lo háptico para procesar evidencias descritas hasta el hartazgo; el miedo como una forma de control, la infame cola del pan, la persecusión, la gente apretujándose mientras espera la mísera Caja del hambre, vimos la aparición de un sujeto metamorfoseado en insecto, cuando bachaquear -traficar con víveres- se volvió un verbo común. Todo devino en una alimentación selectiva, en teteros con pasta o agua azucarada. Desconsuela recordar la pudrición de toneladas de alimento que no alcanzaron a equilibrar esta desgracia -la importación resultó otro siniestro negocio-. Hoy, la descomposición es realmente atroz, y la desahuciada búsqueda de comida en basurales, ha terminado convirtiéndose en una lastimosa estampa del país; familias completas hormiguean entre envoltorios de plástico negro para colectar sobras con apariencia digerible. La desnutrición infantil y el raquitismo puntean en cualquier listado de tribulaciones del cuerpo y del alma. Agreguemos, fallas renales,  hipertensión o ACV  -dolencias controlables en otro contexto-. Para colmo, la pandemia global está devorando el cuerpo de una nación, como sabemos, hecha escombros. Me pregunto entonces, cuándo podremos salir de esta trágica enumeración de hechos, cuándo.

Xiomara Jiménez