Apóyanos

Enciclopedia Venezolana de la Destrucción: A-C

    • X
    • Facebook
    • Whatsapp
    • Telegram
    • Linkedin
    • Email
  • X
  • Facebook
  • Whatsapp
  • Telegram
  • Linkedin
  • Email

Aleph-Tav:

Dícese del legendario álbum de cromos que recopila el principio —Aleph— y el fin —Tav— de todo el universo nacional, representado en las letras del alfabeto patrio.

Compuesto por cientos de láminas, las estampas y lo que ellas representan, desaparecen sin retorno desde hace años con la constancia de un reloj implacable.

A la fecha, en el catálogo quedan apenas unas pocas viñetas que aún no se desvanecen: las plazas Bolívar. El cerro El Ávila y el Teleférico de Mérida. El humor. Y el vino “La Sagrada familia”.

Sonia Chocrón


Armando Reverón

El 15 de diciembre de 1999, día en el que el barro arrasó con parte del litoral central venezolano, desapareció también el Castillete de Armando Reverón, edificación que fuera vivienda y taller de ese gran artista, y que constituía, de hecho, un ámbito simbólico para nuestra cultura: el lugar donde había sido creada una de las obras artísticas más lúcidas de la modernidad latinoamericana.

Tras años de abandono, el gobierno local lo reinauguró en 2018. Sin investigaciones serias que respaldaran este delicado trabajo, la “restauración” del Castillete nos lo devolvió transformado en un adefesio de palmas y cemento.

Pero la devastación es mayor. La desaparición de los archivos del Museo Reverón, entregados tras el deslave a la Galería de Arte Nacional, es un hecho, como lo es el menoscabo del material documental sobre nuestra historia plástica que era resguardado en las hemerotecas de los principales museos nacionales.

Hace poco el Museo de Arte Contemporáneo de Caracas fue rebautizado como Museo Armando Reverón. Se quiere reforzar una imagen tergiversada y manipuladora de este refinado y valiente creador, con fines populistas.

La destrucción que supuso el deslave del estado Vargas prefiguró para muchos un signo agorero de lo que vendría. La Venezuela de hoy corrobora, dolorosamente, este presentimiento colectivo.

Katherine Chacón


Aviso para navegantes

En Venezuela, desde 1999, la libertad de información ha venido desapareciendo no de un día para otro, pero todos los días un poquito más. Medios de comunicación —desde modestos periódicos de provincia y estaciones de radio locales hasta portales de difusión internacional y desde emisoras de amplia cobertura—, todos, o casi todos, han sido intervenidos, prohibidos, multados, enjuiciados, vandalizados, bloqueados, suspendidos, vendidos y finalmente extinguidos. Si se quiere un estudio consistente léase 20 años de censura en Venezuela (1998 -2018) de Andrés Cañizales (Alfa digital, 2019) y allí puede verse como los ataques a la libertad de información fueron perpetrados contra los propios medios y sus instalaciones, sus propietarios, directivos y personal, especialmente periodistas, muchos de los cuales han salido al exilio. Hasta hace unos días los escritores literarios no habían sufrido retaliaciones. Pero nada es permanente. El encarcelamiento de la escritora Milagros Mata Gil (Caracas, 1951), apresada el pasado 31 de marzo en El Tigre (Anzoátegui), por efectivos de la Comisión Nacional Antiextorsión y Secuestro, y posteriormente liberada bajo medidas cautelares, por ser autora de un texto titulado “Fiesta mortal”, publicado en una red social y difundido en un grupo de WhatsApp, en el cual se describe satíricamente un festejo privado, es en mi conocimiento el primer caso de detención de un autor literario por sus opiniones. Quedamos avisados.

Ana Teresa Torres


Archivar

Leo Paper Cadavers. The Archives of Dictatorship in Guatemala (Duke University Press, 2014), de la historiadora Kirsten Weld. El libro trata sobre el proceso de descubrimiento y recuperación de los archivos de la Policía de Guatemala, cuyos documentos revelan los crímenes perpetrados por la dictadura guatemalteca durante la larga guerra civil. Aunque se trata de un caso de estudio sobre el país centroamericano, pienso en Venezuela. ¿Recuperaremos archivos de tal magnitud como los estudiados por Weld o ha habido en Venezuela una sistemática destrucción de cada documento que registra los abusos y los actos de violencia del Estado? ¿Existirán burócratas silenciosos aplaudiendo diariamente a sus jerarcas del gobierno, pero fotocopiando y escondiendo documentos, actas y oficios? Leo Paper Cadavers y trato de imaginar que a pesar de la metódica política de la destrucción y la desmemoria llevada a cabo durante estas décadas, sobrevivirán trazos, huellas, papeles olvidados, capaces de develar las atrocidades, violaciones y atropellos de estos desgarradores años. Quiero gritar que archiven todo, que fotocopien todo, que conserven hasta las notas adhesivas desechadas a la basura. Porque a pesar de todo, a pesar de la destrucción, algún día esos papeles revivirán su latente memoriabilidad capaz de ofrecernos el derecho de poder mirar y juzgar con más severidad estas infames décadas de Venezuela.

Alejandro Martínez


Ateneo de Trujillo

Mediante Decreto Oficial, el Ateneo de Trujillo fue creado el 24 de julio de 1942, e inaugurado en la casa donde se firmó el Decreto de Guerra a Muerte, el 13 de noviembre de ese mismo año. Sesenta y ocho años y un mes después, el 13 de diciembre de 2010, la sede que desde marzo de 1960 ocupaba y que fuera construida por el Ejecutivo Regional de entonces “para asiento del Ateneo de Trujillo”, fue violentamente invadida por un grupo autodenominado Comando Kuikas. Una treintena de personas armadas con machetes y bombas de mortero tomaron la instalación expulsando violentamente a los directivos del Ateneo. Ese mismo día, el gobernador del estado, Hugo Cabezas Bracamonte, emitió un Decreto (No. 695) ordenando la intervención del Ateneo. Este Decreto, así como las acciones directas de los invasores del Ateneo, estuvieron instigados por el cronista de la ciudad, Huma Rosario Taveras, y el director de Educación del Ejecutivo, Benito Flores.

Lo que antes se llamó Ateneo de Trujillo pasó a llamarse Complejo Cultural Kuikas. Lo que durante casi siete décadas fue un activo espacio de discusión, formación y difusión cultural desapareció para dar paso a la espoliación, las ruinas, la nada.

Pancho Crespo Quintero


Caimanes

Somos el país cuyo mapa fue desdibujado como un hueso roído. Y las ciudades lanzadas cual piedras al pantano. Los caimanes voltean y bajo el sol relucen sus panzas llenas de monumentos, puentes, carreteras. Cuando eructan, luces de semáforos y neón alumbran intermitentes desde sus gargantas.

Los reptiles digieren la ciudad que les tiran aquellos que  la convirtieron en botín y se deshacen de sus restos.

Los forajidos apresaron a los agrimensores para obligarlos a redibujar la topografía con un suelo anémico, deforestado. Los forzaron a borrar los nombres, a eliminar de un zarpazo los ríos en el cauce de la sequía. Para divertirse, los dueños, los bandoleros, los conminaron a ilustrar monstruos medievales, como en los mapas antiguos, para señalar un territorio más

indómito. Tiemblan sus papadas al reír cuando miran el plano hecho a su antojo: el encabezado con dos pistolones, la calavera con sus tibias de bandera.

A los habitantes los echó el espanto, algunos llevaron consigo las ventanas para recordar las tardes frente a sus casas, los domingos cuando llovía.

Hay caimanes que se indigestan con los hornos de las fábricas, los laboratorios y sus reactivos. Otros mueren atragantados en plena deglución de un hospital. Pronto se hartan del concreto. Se aburren de estar en la ciénaga. Con precaución asoman sus hocicos a la orilla, luego sus cabezas completas. De a poco sacan el cuerpo y, de repente, sus colas atraviesan calles y autopistas.

Los dueños del mapa-hueso carcomido se cuidaban de los árboles porque alguna vez estos se movieron y derrocaron una monarquía; así que los talaron para evitar motines. Pero nunca pensaron en caimanes arrastrándose hacia sus dominios.

Nadie lo vio venir, y ahora estos rastreros insaciables comen palacios, muerden cuerpos grasosos, tragan jetas de carne podrida entre los dientes. La cabeza les cabe en un bocado;

aunque los bigotes les producen flatulencias.

El mapa entero es ahora un pantanal.

Carolina Lozada


Ciencia aprisionada

Versalles significó la humillación y el aislamiento  de Alemania tras su derrota en la Primera Guerra Mundial. La república de Weimar  heredó un país destruido donde Liza Minelli fingía bailar y cantar en un cabaret, pero nunca se abandonó  el “principio de que el conocimiento… debe ser incesantemente perseguido” que Wilhelm von Humboldt legó al fundar la Universidad de Berlín en 1810. Y así en esos tormentosos años veinte la mecánica cuántica fue elaborada en las universidades y ha permitido  todo el desarrollo tecnológico de nuestro tiempo. Se necesitó libertad de acción en las universidades y financiamiento en tiempos de crisis. En Venezuela, la ciencia como institución es de data reciente. La Asovac se creó en 1950. El IVIC en 1959 y las facultades de ciencias surgieron en la década de los sesenta. Con el fin del milenio, creció vigorosamente hasta alcanzar un status privilegiado en el Estado venezolano. Se implementaron el SPI y el CVI. Pero, irónicamente, a pesar que la Locti del 2005 proporcionó el mayor financiamiento a la ciencia en Venezuela, ahora está aprisionada, menoscabada.  Financiar sin libertad fue caer en un pozo de frustraciones. Así se destruye cualquier propósito, hasta un país.

Adel Khoudeir


Calle Newton, 2014

En ese entonces, la calle de la alcaldía. Sin estación del Metro, pero con sus obras: el nido de concreto de algún ave mitológica. Justo al lado, una pollera: una calle con sentido del humor. Con edificios medianos, grises, ocultos de la pendiente tras un restaurante Sichuan. Una calle en que todo fluye siempre hacia el río: las lluvias que se arrastran desde lo alto de la montaña, las marchas de los vecinos aporreando sus cacerolas. Protestar tenía sentido todavía. En el seno de la multitud, la generación espontánea: jóvenes con trajes de combate improvisados. Flotaba en el aire una amenaza imprecisa, cuando alzaron sus primeras barricadas. Cuando abrieron, feroces, las bocas de alcantarilla. Cuando hirieron los ojos rubios de cada poste de luz. La calle era una trinchera desierta. Un archipiélago en un planeta abandonado. Entonces la tan temida invasión se acabó produciendo, quién sabe si convocada por los propios vecinos. Un vehículo blindado se abrió paso en solitario. De sus tripas nacieron dos siluetas distintas: jóvenes, también, uniformados. Treparon las aceras bajo la mirada atenta y silenciosa de los balcones. No hubo lluvia de botellas, ni gritos de libertad. No hubo bombas lacrimógenas disparadas hacia las ventanas. La calle era una tregua: un primer paso hacia la prolongada posguerra. A partir de entonces se espació el camión de basura. Las tapas de alcantarilla tardan meses en reaparecer. Los postes, casi un año en volver a dar luz. La calle no volvería a ser la misma.

Gabriel Payares


Balcón del latín balcone

1 F. Ventana cerrada hasta el suelo del salón donde solo se asoma el hombre en la prolongación voladiza de la noche tragado por las multitudes él abre su hoja de metal y levanta los brazos sin acodarse  sobre el yeso del frisado y brama no articula torrente es y fuerza telúrica amalgamada es con la turba una hojarasca de gusanos es bullicio él la bulla hacia el bullicio patibulario en los cristales rotos por los retumbes de la banda marcial y el sandungueo del carnaval acrisolado en el meloso anís porque el soberano ha gritado lo dice el árbitro electoral y el teniente le baladra al pueblo.

2 F. En la terraza de la casa de mis abuelos quedó un viejo taburete con asentadera de cuero y se ha ido pudriendo desde entonces al menos en el recuerdo de quienes partimos y en el recuerdo de quienes se quedaron y no volvieron más a visitar aquel lugar donde todos coincidimos alguna vez ahora habitado por sombras desmemoriadas y que a pesar de cualquier día soleado pertinaz enmohece así el taburete se ablanda y ni siquiera es deterioro porque él se descompone a pesar de la imputricescibilidad de lo curado se transforma en gelatina bullente el país.

Israel Centeno


Ballet Ruso

Anna Pavlova et Caracas

Quisiera que mi pequeño país ruso se pareciera más al ballet y menos al zar.

Con dominios así de esbeltos como largas, firmes y estilizadas piernas por las que vibra, corre la sangre como autopistas. No se derrama, pérdida, en las calles rojas, huecas, muertas de la ciudad tras bombas, estallidos y fieras raudas en moto con armas en el cinto, matando perros en el aire de plomo, vicio bajo puentes, asfixia desde abril.

Quisiera que mi pequeño país ruso fuese grande, fino, lleno de luz y sabana, lleno de luz y sabana, con vida alegre en las butacas, sin aplausos ciegos en teatros rotos, verde de palma, no de oliva.

Betina Barrios Ayala

El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!

Apoya a El Nacional