Apóyanos

Elsa Gramcko. El sortilegio de transformar los desechos en arte

Vigésimoprimera entrega de la serie “Artistas olvidados”, por Beatriz Sogbe: “lo interesante, revelador y extraordinario ocurre desde ‘la etapa negra’. Ahí abandonará para siempre el color. Sus tintes serán la tierra, los óxidos, la huella del tiempo, lo desgastado, lo usado y esos objetos con una historia modesta, pero con su memoria intrínseca” 

    • X
    • Facebook
    • Whatsapp
    • Telegram
    • Linkedin
    • Email
  • X
  • Facebook
  • Whatsapp
  • Telegram
  • Linkedin
  • Email

Voy a revelar un relato íntimo para acercarnos a la artista Elsa Gramcko (Venezuela, 1925-1994). Su amiga de la infancia y vecina, la poeta Elizabeth Schön (Venezuela,1921-2007) nos había prometido la aproximación. Elizabeth tenía la poco usual virtud de que con ella no existían diferencias generacionales. Y era una mujer de una conversación inteligente, vivaz. Hasta el final de sus días así fue. Tres parejas habían constituido lo que se denominó “El grupo de Los Rosales” –en alusión a la zona de Caracas donde residían. Elizabeth estaba casada con el polifacético Alfredo Cortina (Venezuela, 1903-1988). Elsa Gramcko Cortina estaba casada con el fotógrafo Carlos Puche (Venezuela, 1923-1999) –el fotógrafo de los bosques nublados, etéreos y gaseosos. Su hermana la poeta Ida Gramcko (Venezuela, 1924-1999) estaba casada con el periodista José Domínguez Benavides. No resulta nada difícil imaginar la riqueza de esas conversaciones en ese grupo familiar tan unido.

Elizabeth organizó un pequeño almuerzo íntimo para ese abordaje inicial. Sabía que Elsa era tímida y recelosa. Llegué temprano, de primera, como siempre. Elizabeth me llevó a recorrer la casa. Ingresar al mundo de Cortina era una experiencia inolvidable. Y ver los objetos de Alfredo fue una revelación. Este ya tenía unos años de fallecido pero todo estaba en esa casa como que viviera. Los muebles hechos todos de su mano, lámparas, objetos utilitarios que él construía con algún electrodoméstico dañado. Piezas de Gramcko y otros artistas, por todas partes. Orgullosamente Eizabeth mostraba un collar que Alfredo le hizo, conformado con esferas de desodorante. El pionero de la radio, el libretista que escribió “el misterio de los ojos escarlata” y “el experimento del doctor Huggs” –un ser monstruoso que fue fabricado con partes humanas robadas de un hospital, mucho antes que la obra de Mary Shelley fuera exhibida en Caracas. Novelas que mantenían a la población “pegada” de la radio, antes que apareciera la televisión. De repente, una caja de fotografías llena con imágenes de Cortina, cuya protagonista única era la propia Elizabeth, de joven. Ella de perfil, ensimismada, enigmática, en encuadres perfectos. Esa cofre fue revelado, posteriormente, por Vasco Szinetar, y varias de esas fotos –de la mano de Luis Enrique Pérez Oramas–, parte de ellas están ahora en el MoMA. Fue un hecho tan inesperado que me absorbió, al extremo de no notar que, en un pequeño cuarto, al lado, estaba sentada la propia Elsa Gramcko.

De inmediato me coloqué a su lado. Y así me quedé en toda la reunión. Conversando con ella, silenciosa y privadamente, olvidé al resto de los pocos invitados. Me diría que ya tenía muchos años sin producir obra, desde 1978. Tantos óxidos y ácidos habían minado su salud. No podía ya caminar por sí misma. Esta cronista era muy joven. Y a pesar de tener ya una columna fija en El Nuevo País sobre arte, no era especialmente importante mi trabajo. Ambas no tuvieron ningún problema en permitir que ingresara en ese universo. Esas horas pasaron “volando”. Quedamos en volvernos a reunir. Pero Gramcko fallece a las pocas semanas. Era tan exigente con su trabajo que fue de las pocas artistas que se deshacía de las piezas que no le satisfacían. De tal manera, que tuvo dos grandes coleccionistas de su obra: la propia Elizabeth –que las recogía del cesto de la basura de su casa– y el barrendero de la calle –que muchas veces se le adelantó a Elizabeth. Se declaraba autodidacta. Había asistido a unas clases de Alejandro Otero, otras charlas en el Taller Libre de Arte y, finalmente, de manera “satelital” –a algunas reuniones con El Techo de la Ballena. Fernando Irazábal nos explicó que llamaban de esa manera a los que no eran asiduos permanentes en todas las actividades. Y así reconocían a Teresa Casanova, Maruja Rolando, Mary Brandt, Gramcko, Quintana, Jaimes Sánchez o Pedro Briceño.

Para esa única cita me había preparado muy bien. Me había leído todas sus entrevistas, catálogos y cuanta cosa pasó por mis manos. Todavía conservo las fotocopias. Es que la obra de Gramcko subyuga. Se convierte en adictiva. A nuestro humilde juicio, su obra abstracta temprana es interesante pero no será hasta que ella llegue a “la etapa negra” (1961) cuando no solo logra su lenguaje, sino que se convierte en una creadora. Todas sus entrevistas son evasivas, pero hay énfasis en que su ella no define su obra totalmente abstracta, como tampoco acepta que se la llame informalista absoluta. Y tenía razón. La primera etapa (1957-1960) tiene algo de una geometría libre, en colores planos y bordes definidos; pero lo interesante, revelador y extraordinario ocurre, desde “la etapa negra”. Ahí abandonará para siempre el color. Sus tintes serán la tierra, los óxidos, la huella del tiempo, lo desgastado, lo usado y esos objetos con una historia modesta, pero con su memoria intrínseca.

Desde mi punto de vista –y sé que tendré detractores–, hay tres pilares del informalismo en Venezuela, de donde se derivan sus vertientes. Y, ciertamente, el fenómeno informalista en nuestro medio merece una profundización, ya que no hay paralelos en el resto de América Latina y ocurre, de manera casi simultánea, tanto en Europa como en Estados Unidos. Fernando Irazábal desde la visión política, de la denuncia, del horror de la censura y la tortura. Contramaestre lo lleva a la sangre, a lo visceral. Cruxent a lo ancestral, lo primigenio. Gramcko no es una informalista, desde lo estricto de la definición del término. Ella toma elementos del informalismo para recomponerlo en unas mezclas de resinas, arenas y elementos que ella hacía. Ahí ella añade componentes residuales que rescataba del abandono. Es telúrica, es sentimiento, es la huella indeleble de lo abandonado. Ahí no hay gestualidad, todo es pensado, es reflexión. Tampoco es ensamblaje puro, ya que ella crea un mundo de texturas en donde acopla esas piezas. Pensamos que a ella no le hubiera animado el exceso de tecnología actual. Le fascinaba lo artesano.

En una entrevista ella se define como pintora y escultora. Extraña definición de sí misma, porque a ella no le gustaba tomar posturas. Y su obra escultórica fue poco desarrollada, por la imposibilidad que tenía de hacerlo. A pesar de haber obtenido el Premio Nacional de Escultura esa no es la parte medular de su obra. Preferimos la intimidad de esas obras que salieron de su pequeño taller. Piezas manoseadas. Ojos –con materiales de desecho–, portales abandonados, rejillas de baterías –que adquieren una inusual poesía–, candados y llaves antiguas. Buscaba algo misterioso y oculto, que ella misma identifica como alquimia. Y así fue. Su obra final, denominada “Bocetos de un artesano de nuestro tiempo” surge de residuos de las construcciones. Gramcko retoma la escoria para elevarla, en una composición casi simétrica. Es una obra en apariencia precaria, pero profunda en su planteamiento. Fue muy audaz en su tiempo. Lo sigue siendo hoy. Nadie puede permanecer indiferente ante ese trabajo. El crítico Juan Carlos López Quintero realizó, en 1997, una exposición antológica, extraordinaria. Me consta que profundizó en ese trabajo y visitó todas las colecciones disponibles. Ese catálogo es una joya. A este punto ustedes dirán que Gramcko no es una olvidada. Cierto, pero esta nota es para que nunca se nos olvide. Tal es su legado.

_____________________________________________________________________________

Imágenes

(1) “Metafísica”; 1977; etapa boceto de un artesano de nuestro tiempo; No. 28; materiales diversos sobre madera; colección privada

(2) “Amuleto para Víctor”; 1967; etapa ojo y animales; mixta sobre madera; medidas: 25 x 20,3 cm; colección privada

(3) Sin título; 1965; etapa portales; materiales diversos sobre madera; medidas: 65 x 62 cm, colección privada

(4) “Engranaje para un cerrojo”; 1963; etapa acumuladores y engranajes; materiales diversos sobre madera; medidas: 64 x 29,5 cm; colección privada

(5) Sin título; 1961; etapa negra; mixta sobre madera; medidas: 50 x 45 cm; colección privada

(6) Elsa Gramcko en el taller de su casa en Los Rosales, Caracas

El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!

Apoya a El Nacional