
“Curiel no logró reunir los poemas en libros durante su vida, éstos fueron publicados en la prensa local y otros en El Cojo Ilustrado, importante medio de difusión del modernismo de América”
Por ANTHONY ALVARADO RODRÍGUEZ
En septiembre del pasado año 2024 se cumplieron cien años de la trágica decisión vital del poeta falconiano Elías David Curiel (Coro, Falcón, 1871-1924). Como muchas cosas en la coyuntura actual quedó de lado tal conmemoración. Las entidades culturales encargadas de propiciar el diálogo con la tradición literaria en la región permanecieron inactivas a tal consideración y al parecer olvidaron tan magna fecha para las letras del occidente del país.
Curiel fue poeta, periodista, maestro de escuela y tipógrafo, su actividad se desarrolló en la ciudad de Coro de finales del siglo XIX y principios del XX (lo que solemos llamar entresiglos), cuya obra poética sigue siendo un ánfora hermética y polisémica, que ha dado pie a múltiples estudios y ensayos que intentan acercar la obra al público y al investigador. De lectura compleja, los textos de Curiel no cuentan aún con la aprobación masiva de lectores (si es que podemos hablar de volumen en poesía), permanece condenado a pequeños cenáculos o cofradías que son revisores asiduos de su obra, aunque los intentos de ampliar su rango de influencia han sido muchos, no logra consagrarse en el espacio cultural de Venezuela y consecuentemente en Hispanoamérica. Entre las más recientes iniciativas está la publicación de La noche definitiva. Elías David Curiel y sus contemporáneos, de José Javier León, libro ganador del Premio Nacional de Literatura Stefanía Mosca en la categoría ensayo de 2020; y en el cual León explora el contexto sociopolítico y económico del poeta, para situarlo en la dinámica cultural del periodo entre Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez, además de ponerlo a dialogar con los modernistas Ramón López Velarde y Julio Herrera y Reissig, dilucidando asimismo los poemas del falconiano.
Curiel no logró reunir los poemas en libros durante su vida, éstos fueron publicados en la prensa local y otros en El Cojo Ilustrado, importante medio de difusión del modernismo de América. Sin embargo, al momento de su muerte se encontró un manojo con todos sus poemas para su publicación, cosa que llevó a cabo uno de sus discípulos, Ernesto Silva Tellería, sin embargo, fue arbitrariamente dividido en tres estancias: Apéndice lírico, Poemas en flor y Música astral; cosa que no había pretendido el poeta, o al menos no dejó constancia de ello.
En 1944 se publica por primera vez una recopilación antológica de su poesía, gracias al decreto del entonces presidente del estado Tomás Liscano. Luego vendría la que reúne la Obra poética del poeta en 1961, por consideración de la entonces administración del gobierno regional, en las manos de Pedro Luis Bracho Navarrete. Con el tiempo se retoma su lectura en los Simposios de Literatura Falconiana organizados por el crítico y profesor de LUZ Enrique Arenas, quien con gran tesón se convierte en promotor de la poesía del bardo coriano; esta iniciativa derivaría en las bienales de los años noventa del pasado siglo y que se prolongaron hasta principios del XXI. Las primeras memorias de la bienal se compilaron y publicaron en 1999, mientras que las subsiguientes no fueron editadas. A lo largo de los años han salido de imprenta varias colecciones de sus poemas, como la citada arriba; otra en 1974 con motivo de los cincuenta años de su muerte, con ilustraciones de Hugo Baptista y Santiago Pol, cuyo diseño corrió por parte de este último; la cual reúne su Obras completas. La más reciente es Ebriedad de nube, edición a cargo de la profesora Egla Charmell con introducción magistral de Arenas, edición llevada a cabo por el Ateneo de Coro y otras instituciones. En el prólogo Charmell sostiene que Curiel era un ser “con una extraordinaria capacidad para lo complejo”, que además “se nutre de un ambiente que lo condiciona como extraño…”
A Curiel no le han faltado apólogos ni críticos, desde Miguel Otero Silva, Fernando Paz Castillo, Juvenal López Ruíz, Raúl Agudo Freites, Luis Beltrán Guerrero, Pedro Cuartín, Rafael José Álvarez, Enrique Arenas, José J. León, entre otros; por otro lado, Zénemig Giménez y Alí Brett Martínez rastrearon la poesía de Curiel en El Cojo Ilustrado y otras publicaciones hemerográficas.
Como bien lo sostiene la profesora Charmell en el prólogo a Ebriedad… las ediciones han enfocado la presentación de sus textos a “…un largo anecdotario, consagrando su vida a lo no documental, y la crítica de la obra a la personalidad y la extrañeza de la conducta del poeta”. Y es que, en cierto modo, a Curiel se le ha mal tratado, es decir, no se ha ponderado su obra dentro de un contexto serio, ajustado a los métodos de la historiografía, la lingüística, la praxis sicológica, que demuestren con objetividad los intersticios de su idea en la poesía, los rasgos de las influencias que ha tenido. Si de algo adolece nuestra cultura es de adentrarse en profundidad en lo documental, de explorar con la lupa de la crítica rigurosa sus sentidos.
Aunque no todo está perdido, investigadores como Arenas, Rafael J. Alfonzo, César Seco, Paul González Palencia, Gabriel Jiménez Emán y otros, han logrado adentrarse con los instrumentos críticos apropiados en su trama poética, con hallazgos de importancia y descubrimientos admirables. Cuartín, por ejemplo, nos presenta a Curiel con una poesía “torrencial por intensa (…) Poesía que comulga con las iluminaciones del romanticismo, del modernismo, del simbolismo y de la teosofía que encarcela y libera la existencia de Dios”. Son variados los estudios que ha propiciado el poeta Elías David Curiel; unos han dedicado exégesis a poemas específicos, otros se han adentrado en la maraña metafísica, algunos en los antecedentes hebraicos del vate y la influencia que esto ejerce en su siquis y obra.
Hay motivos de peso para continuar la pesquisa, de prolongar la ardua tarea de la promoción. No esperemos cien años más para llevarlo al tapete de la literatura nacional, Curiel posee virtudes de sobra para considerársele un gran poeta latinoamericano, uno que trascendió ya el olvido, sobre todo éste, de su región tan mezquina y distraída.
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