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El libro para Gabriela

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Por JESÚS NIEVES MONTERO

No sé dónde está Gabriela. Hace unos años vi el obituario de sus padres y en una de las noches de desvelo de la cuarentena me topé con su Instagram y vi que todavía disfruta la fotografía y los viajes. Cuando sí sabía de Gabriela, cuando me llamaba para decirme que estaba en la cama del apartamento de Juan José Campanella en Nueva York, cuando hablábamos cuatro y cinco horas cada noche, nos gustaba regalarnos libros y de ella todavía conservo Wonderful Town, una colección de historias sobre Nueva York publicadas en The New Yorker. Cuando ese regalo llegó, con la marca de sus labios rojos en la primera parte como dedicatoria, supe que tenía que corresponder y pensé en Armando Rojas Guardia, cuyos libros estaba leyendo con prisa mientras asistía a su taller “La escritura y la ciudad”.

Le compré a Gabriela un ejemplar de Crónica de la memoria y se lo llevé a Armando para que lo firmara. Armando se tomó su tiempo, escribía una línea y me preguntaba quién era Gabriela, se interesó al escuchar que no vivía en Caracas, tardó unos 15 minutos en estar conforme con la dedicatoria. Cerró el libro y me lo entregó.

Como casi todo con Gabriela, este libro dependió de un amigo que viajaba a los Estados Unidos (pero era comienzo de los 2000, todos teníamos, todos los días, alguien que viajara hasta allá y llevara y trajera encomiendas). El libro llegó a sus manos, me avisó. No recuerdo que me haya comentado sobre su lectura o la dedicatoria.

Pero Armando nunca olvidó ese episodio. Cada vez que nos encontrábamos preguntaba por ella y quería confirmar si le había hecho llegar el libro. Yo seguí leyendo los poemarios y los ensayos en viejas ediciones que siempre aparecían en alguna expedición bibliófila. Y mientras más leía, más regresaba a Crónica de la memoria, no por Gabriela, sino porque esa forma de escribir sobre la vida personal sin la presión ni el afán de la veracidad documental me había mostrado un camino que he recorrido por años, no importa si escribo de películas, libros, comida o vino. La frase de Ricardo Piglia que reza que uno escribe sobre la vida propia cuando cree escribir sobre sus lecturas tomaba una inquietante dimensión en mis relecturas de Crónica de la memoria: no había vida, no había experiencia separada de la lectura o lo que se suponía que quería registrar en palabras, todo era uno y a mí me interesaba escribir así.

Nunca le dije a Armando que siempre lo tengo presente al escribir o corregir. Igual a él siempre parecía interesarle más Gabriela y si el libro le había llegado. No sé si vuelva a saber de Gabriela, aunque me gustaría que me dijera si leyó el libro, si todavía lo recuerda, si todavía lo tiene. Pero de Armando sí que volveré a saber. Ya tengo en mis manos El Dios de la intemperie para releerlo. Y escucho mucho a Mahalia Jackson y presto atención cada vez que dice “Lord”.

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