
“La aspiración excesiva y casi última de poder económico ha ido desvirtuando los valores fundacionales y ha terminado por casi imponerse sobre el poder constitucional, o sobre la verdad legal. La narrativa creada para convertir en verdad lo que el poder decida está amenazando con hacer de la mentira la nueva moneda de circulación”
Por ELIZABETH ROJAS PERNÍA
«Aquel a quien los dioses quieren destruir, primero lo vuelven loco»
W. A. Scott
“Quien ha osado volar como los pájaros, una sola cosa más debe aprender: a caer»
R. M. Rilke
I
El lema de campaña MAGA, Make America Great Again, que conquistó a millones de votantes, y que ahora, después de asumida la Presidencia de los Estados Unidos, sigue siendo la bandera personal que enarbola Donald Trump, ha terminado por significar —y no lo hemos visto todo, aún—, casi exclusivamente, hacerla grande económicamente (y por qué no, territorialmente también, total, allí están a la mano Canadá y Groenlandia y el Canal de Panamá), pasando por encima de lo que sea, ignorando o pisoteando los valores sobre los cuales se fundó esa nación, Libertad, Igualdad y Respeto, según la concibieron los llamados padres fundadores, Adams, Jefferson, Franklin.
Estamos ante la emergencia de un líder autoritario como no se había visto antes en ese país —superándose a sí mismo desde su primera administración—, y para asombro de propios y extraños atestiguamos el descalabro de un orden, sin saber cuál surgirá en su lugar. No son ajenos los ciudadanos que escogieron a Trump para presidir la nación a lo que ahora han empezado a padecer. El arrobamiento ante un hombre fuerte, que habla y actúa como si estuviera por encima de la ley, que ofrece una grandeza delirante y que se rodea de un gabinete de incondicionales para imponer su visión es parte central del problema. No exclusivo de los Estados Unidos, por supuesto: es una réplica, inédita allí, de lo visto hasta la saciedad en demasiadas otras latitudes, con mayor o menor intensidad. Una de las más altisonantes, y que produjo el mayor hipnotismo entre una población que aplaudía enervada al hombre que les ofrecía hacer al país fuerte otra vez, fue el experimento autoritario de Adolf Hitler, en la Alemania del siglo XX.
El lema original de Estados Unidos, “E pluribus unum”, “De muchos, uno”, y que significaba crear unidad a partir de la diversidad, apareció por primera vez en 1776, en el diseño original del Gran Sello de los Estados Unidos, y en 1782 fue adoptado formalmente por el Congreso, como lema oficial de la nación. Fue en 1956 cuando fue sustituido por “In God we trust”, e incluido en monedas y en edificios públicos, en plena Guerra Fría, frente a la amenaza comunista soviética que hacía temblar a la población conservadora de ese país. Hoy día, el actual presidente pareciera estar a punto de portar una gorra con la frase de su propio cuño, “In Trump we trust”, presentarse, finalmente, como un rubio y bronceado dios, y exigir confianza ciega, obediencia absoluta. Nada más alejado de lo que sentía y decía aquel otro presidente, Václav Havel, quien en pleno ejercicio de la presidencia de su país expresó: “A cada paso siento la gran ventaja que representa para el buen ejercicio de la función de presidente, la convicción de que no la merezco y puedo ser expulsado de ella en cualquier momento”.
Un sistema democrático cuyas bases se han ido socavando durante décadas por la infiltración del poder económico en todas las esferas es otra parte del problema. Un viejo proverbio reza: “Cuando el dinero habla, la verdad calla”, y esto ha estado ocurriendo en EE UU. La aspiración excesiva y casi última de poder económico ha ido desvirtuando los valores fundacionales y ha terminado por casi imponerse sobre el poder constitucional, o sobre la verdad legal. La narrativa creada para convertir en verdad lo que el poder decida está amenazando con hacer de la mentira la nueva moneda de circulación.
Entre las muchas perversiones que están ocurriendo —y hay que verlas como tales— con un poder galopando sin frenos está la intromisión del gobierno en el ámbito más íntimo de los ciudadanos: su sexualidad y su lenguaje. La designación, por decreto, de la sexualidad exclusivamente binaria y la censura o eliminación de ciertas palabras, en sitios y publicaciones oficiales —pero que termina produciendo autocensura— como inclusivo, sesgo, equidad, violencia basada en género, y un largo y penoso etcétera, son ejemplos oscurísimos de lo que está en pleno desarrollo.
Frente a tal situación, se vuelve impostergable la decisión de mantenerse vigilantes a lo que el sentido común, el sentido de realidad, indique. Buscar fuentes confiables de información, debatir asuntos importantes con personas de buen criterio, cuestionar lo que se presenta como verdad máxima, quedarse el tiempo que sea necesario, y por más insoportable que pueda resultar, en la incertidumbre, para no aceptar las pseudocertezas arrojadas como huesos para calmar la ansiedad, son parte de los recursos a los que se puede apelar cuando se vive como si los remos se hubieran perdido y el bote estuviera a la deriva.
Más importante aún, y para no caer desplomados bajo el peso de ese poder devenido dominio, es la disposición a reflexionar precisamente sobre el poder. Porque lo que está ocurriendo en los Estados Unidos de América está afectando al globo entero.
II
El poder descontrolado, ejercido desde una patología narcisista y con una enorme carga de hibris, puede ocasionar daños profundos sobre quienes lo aceptan ciega y obedientemente, pero también sobre el mismo individuo que es poseído por esta clase de desmesura. Acerca de las consecuencias que inevitablemente acarrea esta transgresión a los límites, Heródoto, en su Historia, señala: Puedes observar cómo la divinidad fulmina con sus rayos a los seres que sobresalen demasiado, sin permitir que se jacten de su condición; en cambio, los pequeños no despiertan sus iras. Puedes observar también cómo siempre lanza sus dardos desde el cielo contra los mayores edificios y los árboles más altos, pues la divinidad tiende a abatir todo lo que descuella en demasía. ¿No es dable recordar cómo termina la soberbia del rey Jerjes, que lo llevó a transgredir todos los límites, en la terrible derrota sufrida por su ejército en la batalla de Salamina, frente a los griegos? ¿Olvidamos que en “Los Persas” hay una enseñanza de Esquilo no solo para helenos, sino para ciudadanos posteriores del ancho mundo y que no recordarlo es siempre una tragedia?
Entonces, mantenerse alertas sobre lo que puede ocurrir a una sociedad cuando entrega todo el poder a un individuo, presa de la posesión e ignora todas las señales que indican peligro, es parte del aprendizaje. Fomentar un espíritu crítico —atreverse a dudar, a replicar, a cuestionar— es clave para seguir siendo individuos independientes, en lugar de manadas obedientes e incapaces de cuestionar a la autoridad, cuyas consecuencias quedaron grabadas en sangre en la horrenda obediencia que mostraron los oficiales y soldados nazis frente a las órdenes de alcanzar impecablemente la solución final. Como un ejemplo entre demasiados. La democracia puede evolucionar, blindarse, prevalecer si nos damos cuenta de cuáles son sus debilidades. Que en los ciudadanos, en el pueblo —demos— reside el poder —krátos— es en lo que consiste un sistema democrático. He allí otra de las perversiones que seguimos padeciendo en tantísimos países: el poder es acaparado por los representantes del pueblo, a quien parecen no terminar de aniquilar sólo para tener sobre quién mandar. He aquí el tamaño de la tarea permanente que tenemos por delante los seres humanos desde que elegimos vivir en un sistema de libertades.
Reflexionar sobre el poder implica, también, y aunque pueda resultar penoso, mirar hacia adentro para revisar en cuáles ámbitos de nuestra vida hemos estado ejerciendo un poder excesivo, autoritario, o si hemos querido controlar las vidas de otros, o cuáles valores han estado rigiendo nuestras vidas y si nos hemos alejado de lo que era nuestro centro. Todas las inferioridades que están ocultas y que podamos llegar a ver, a hacer conscientes, nos ayudarán a enfrentar las siguientes amenazas que surjan en el camino hacia la adultez como ciudadanos, como los cantos de sirenas de “hombres fuertes”, bajo cuyo influjo no caeremos atrapados tan fácilmente, aunque prometan el cielo en la Tierra.
La vía para avanzar como sociedades, para fortalecer la ciudadanía, pasa por recordar que cada vez que aparece el caos significa que se avecina o se está creado un nuevo orden. Hacerse las preguntas, ¿cuál es el orden que yo quisiera ver aparecer?, ¿cómo puedo contribuir a crearlo?, pueden encauzar los esfuerzos, las miradas, a partir de las imágenes que surjan.
MAGA no es la única opción ni mucho menos la mejor. Si la sociedad norteamericana se decide a sobrevivir a este descalabro, y a salir airosa, el lema civil a adoptar, a encarnar, tendría que ser MAWA, Make America Wise Again, donde Wise, la sabiduría, surge precisamente porque se transitan tiempos de oscuridad y se asumen como tales, una vez despiertos del sueño delirante de grandeza. La recuperación de los valores centrales de Libertad, Igualdad de derechos, Respeto pasa por recuperar el centro, después que ha sido destrozado, y supone que cada uno vaya hacia la periferia, recoja un pedazo y se acerque a otros que recogieron otros pedazos, y comiencen el trabajo de reconstruir el centro, un nuevo centro, uno mejor, no más grande.
III
El poeta afro-norteamericano Langston Hughes (1901-1967) escribió en 1935 un poema llamado Let America be America again, que parece propicio leer, y si es en voz alta mejor, al menos algunos de sus versos, si de recobrar la cordura, la mesura, la verdad mancillada, se trata. Si de salir del sueño grande que nunca fue se trata. Y si de ser MAWA deciden que se trate, recuperando y encarnando el lema inicial de la nación: “E pluribus unum”.
Dejad que América sea América de nuevo.
Dejad que sea el sueño que solía ser.
Dejad que sea el pionero en la llanura
En la búsqueda de un hogar donde él mismo sea libre.
(América nunca fue América para mí).
Que América sea el sueño que soñaron los soñadores
Que sea esa gran tierra fortalecida de amor
Donde nunca los reyes conspiraron ni los tiranos fraguaron
Que cualquier hombre sea aplastado por uno de arriba.
(Para mí América nunca fue América.)
Oh, que América vuelva a ser América…
La tierra que nunca ha sido…
Y, sin embargo, debe ser: la tierra donde cada hombre es libre.
La tierra que es mía: los pobres, Indios, Negros, YO…
Quienes hicimos América,
Cuyo sudor y sangre, cuya fe y dolor,
Cuya mano en la fundición, cuyo arado bajo la lluvia,
Deben traer de vuelta nuestro poderoso sueño de nuevo.
La tierra que nunca ha existido todavía
Y sin embargo debe ser: la tierra donde cada hombre es libre.
Quedémonos con otro poema de Hughes, Sueños, de 1922, como un clamor para estos tiempos de tantas tierras amenazadas, o a punto de sucumbir.
Aférrate a tus sueños
porque si lo sueños mueren
la vida es como un pájaro de alas rotas
incapaz de volar.
Aférrate a tus sueños
porque si los sueños se marchan
la vida es como un campo estéril
cubierto de escarcha.
Aferrémonos a los sueños de democracia y de libertad, si de conservar las alas intactas se trata, y para recordar, para nunca olvidar, que “La libertad y la democracia, implican la participación y, por tanto, la responsabilidad de todos nosotros” —para hacer de esos sueños, realidades—, de nuevo buscando la sabia compañía de Havel.
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