Papel Literario

Cuatro cartas de José Gregorio Hernández

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Por JOSÉ GREGORIO HERNÁNDEZ

Caracas, octubre 7 de 1912.

Señor doctor

Santos Aníbal Dominici:

Washington

Mi muy querido amigo:

Tuve el grandísimo gusto de recibir tu carta y junto con ella la esperanza de que no dejarás, cada vez que tus ocupaciones te lo permitan, de comunicarte con el amigo que más te quiere, casi puedo decir que tu único amigo.

Es verdad que he tenido que pasar por una crisis terrible que te quiero contar. Tú recuerdas que siempre he tenido el amor del convento. Con los años, y a proporción que estudiaba la Iglesia en su dogma, en su moral y en su historia incomparable, aquel amor incipiente se desarrollaba como un árbol gigantesco y venía a orientar toda mi vida.

Formé entonces el proyecto de entrar en la Cartuja, que de todas las órdenes religiosas era la que me parecía más adecuada a mi espíritu, un tanto contemplativo y amigo de la soledad. Y así lo hice; me desprendí de mi familia y le dije adiós a nuestra querida patria, y me dirigí ganoso a aquel lugar de penitencia y oración. Lo que en la Cartuja encontré supera toda descripción. Vi allí la santidad en grado heroico y te puedo asegurar que una vez visto ese espectáculo lo demás de la tierra se vuelve lodo.

Y en ese lugar celestial tuve yo la dicha de vivir nueve meses. Pero sucedió lo que era natural le sucediera al que, cegado por la pretensión y apoyado por su vanidad, había emprendido tan alto vuelo. Carecía de muchas de las dotes requeridas en el instituto.

No tenía las suficientes fuerzas físicas para resistir al frío, al ayuno, al trabajo manual, porque has de saber que yo me había ido en un estado de acabamiento tan grande que sOlo pesaba noventa y siete libras. No tenía suficiente latín ni la demás ciencia indispensable para la profesión religiosa.

¡Qué caridad tan grande la de aquel superior general que me soportó nueve meses viéndome tan incapaz! Al fin me dijo estas palabras, que eran una sentencia, pero también una esperanza: «Hijo mío, ya usted ve que no podemos recibirlo; vuélvase a su país y trate de adquirir lo que le falta».

Fue entonces que pasé por el terrible dolor de entrar nuevamente en el mundo. Y aquí estoy obedeciendo aquel mandato.

Yo he perdido casi la esperanza de volverte a ver en este mundo. A mi paso por París no tuve valor de darte el adiós eterno. Tu permanencia en Berlín creo que será larga. Pero si nuestra amistad no la reanudamos en la tierra para eso tenemos el cielo.

De casa te saludan todos. Mil cariños a Inesita y a Pedro César cuando le escribas.

Tu amigo que te abraza,

José G. Hernández.

***

Madrid, 16 de julio de 1917.

Mi querido César:

Me vine de New York porque los estudios y la vida eran muy caros. Ahora no me han querido dar el permiso para ir a París, de suerte que tengo que regresar a New York, para donde saldré el 30 del presente. Al llegar allá te escribiré de nuevo.

Te mando un cuadro en que están los escudos de las familias Hernández y Briceño para que lo pongas en la sala de tu casa. A Isolina le mando un libro en que está la historia de nuestra familia y le digo que te lo preste para que lo leas junto con toda tu familia para que sepan las virtudes y el noble origen de sus antepasados; cuídamelo mucho y, cuando lo termine, se lo vuelves a dar a lsolina para que me lo guarde.

Te mando una sortija con el escudo de armas de nuestra familia para que la lleves puesta y mando otra para Benjamín. Te mando un corte de vestido para ti, para Benjamín, para Alfredo y para Ernesto. Un corte de vestido para Dolores, María Luisa y Ángela. Una salida de teatro para Dolores y María Luisa; y un reloj pulsera para María Luisa y otro para Ángela. Si tú no necesitas tu corte de vestido le puedes mandar A hacer a Benjamín un vestido de smoking con él.

Todo eso va por conducto de Legorburu Hermanos, de La Guaira; ponte al habla con ellos para que te avisen cuando lleguen y para pagarle los gastos. Si Isolina no tiene con qué, págaselos tú, que yo te lo abonaré al llegar a Caracas.

Tu hermano que te abraza,

Greg.º

***

New York, noviembre 12-1917.

Mi muy querido Benjamín:

Recibí tu querida cartita del 27 de octubre; me alegro de que tengas en tu poder el corte de vestido y la sortija; deseo que siempre la tengas puesta, pues ella nos representa la historia de nuestros padres, tan llenos de virtudes, y nos obliga hasta cierto punto a imitarlos; en la genealogía está principalmente la historia de los que vinieron a Venezuela, pero en Yanguas, en Valencia, en donde se fundó la casa solariega, están los otros abuelos, los españoles, en sus sepulcros de mármol en la iglesia parroquial.

En mi carta anterior te decía que puedes contar con que, al terminar tus estudios y graduarte de Doctor, vendrás a estudiar aquí o en París; por ahora no debes pensar sino en pasar bien tus exámenes, que lo que es profundizar bien las ciencias naturales es cosa para después; y te encargo mucho que no pierdas de vista el fin de tus estudios, y que no es para ser buen histologista, ni fisiologista, ni bacteriologista que tú estudias, sino para ser buen médico, y es buen médico el que sabe curar sus enfermos, lo cual se empieza a aprender no en el laboratorio, sino en el hospital; el laboratorio es simplemente un auxiliar, pero la clínica es lo esencial.

Cuídate mucho. Tu tío que te abraza.

Greg.º

Voy a tratar de conseguirte los diccionarios, aunque aquí los libros no se encuentran fácilmente.

***

New York, 7 de abril de 1917.

Señor doctor

Santos Aníbal Dominici:

Washington

Estimado amigo:

Uno de los deseos, de los mayores deseos que yo tenía de venir a New York, era por tener el gusto de verte después de tan larga separación; pero la suerte lo ha querido de otro modo, porque teniendo que hacer la segunda edición de la bacteriología y no encontrando aquí los elementos necesarios para ello, al alcance de mi bolsillo, mañana parto para Europa en el vapor español Alfonso XII.

En los poquitos siete días que he estado aquí he tenido la singular dicha de presenciar la declaración de guerra a Alemania —estando en Londres presencié también la de Inglaterra— y estoy encantado con el discurso de Wilson. Pocos he leído más elocuentes; desearía habérselos oído, sobre todo aquel incomparable párrafo: «The world must be made safe for democracy».

Qué chasco tan grande han sufrido los alemanes, se imaginaron que en pocos días acabarían con la heroica y gloriosa Francia y ahora creo yo que son ellos los que van a desaparecer del mapa.

De París te escribiré dándote mi dirección, para que continuemos nuestra por algún tiempo interrumpida correspondencia, tan grata siempre para mí. Muchos cariños a Inesita y Chinchirá. Elvirita y la familia quedaron bien.

Tu amigo afectuoso,

José G. Hernández