Por EDDA ARMAS
Todo me es nube, y muero de ello.
Jules Supervielle
Las nubes me obsesionan desde que abrí los ojos al mundo. Que las nubes arropen los ojos, pero no la alta vista que precisamos en tiempos nublados, es mi rezo. Bajo estos dos lemas, este libro responde al encantamiento que tales criaturas ejercen en los poetas y otros escritores, tanto como a una pasión de raíz: coleccionar nubes desde temprana edad, observadas las primeras en los cielos esmaltados de la ciudad de Cumaná, la primogénita del continente americano, cuna del poeta J.A. Ramos Sucre, quien les otorgaba poderes de hechizo1.
Pero la pasión lectora fue la que propició el encuentro con dos poemas esenciales: dos voces capitales en lengua romance, los que al deslumbrarme avivaron mi curiosidad por las nubes como objeto poético. Me refiero a Les nuages de Jacques Prévert y al poema en prosa El extranjero de Charles Baudelaire2. Leídos en la adolescencia, provocadores, hincados, latiendo entre las sienes, impulsaron el deseo de indagar las formas de representación de la nube en la poesía universal; su imagen como lenguaje del alma, canal estremecido entre el aquí y el más allá, donde se atrapan aullidos y fortunas del instante. Versiones inéditas de ambos poemas, preparadas por el escritor venezolano Héctor Silva Michelena, como ofrenda se incluyen en esta edición.
Apasionante y gratificante se me hizo el largo proceso de encontrar las nubes aquí reunidas; al igual que contar con solidarios colaboradores para convertirlo en el libro antológico que es. Al no hallar registro de uno similar al que me proponía, quise crear ese algo único que ya intuía de excepcional belleza y fascinación, donde pudiese anclar la diversidad de visiones de aquello que cada poeta asocia con la nube, en el mapa de una misma lengua. Compartir lo diverso y lo común en torno a este deliberado objeto del deseo fue lo buscado, y es el placer que creo se ofrece. Una ciudad vaporosa de paredes blancas que se arma para confabular, situándonos delante de la luz de estas quimeras, en recompensa a lo que no admite fórmulas ni fronteras, siendo materia del alto crepitar en la vigilia y el soñar, pues «el soñador tiene siempre una nube que transformar» 3.
Las nubes anclan símbolos rastreables desde los griegos hasta nuestros días. Ciertamente, la nube nos lleva al origen de la humanidad, con valoraciones como la «metáfora de la extensión» usada por Ezequiel4. La palabra nebulosa viene del latín nebulae y significa nube. Y, como su nombre lo anuncia, las nebulosas son nubes de polvo y gas interestelar, siendo el paso que existe entre la vida y la muerte en el universo. Sugestivas, nos toman en pose de ingenuos ante su desplegado dinamismo. Liberan desde su inquietud. Y en toda liberación hay un efecto terapéutico para el alma. La importancia de movilizarse con ellas es que se estimula la capacidad imaginativa. El poeta se asume actuante de la ilusión, despierta con las figuras giratorias. Son ellas, en consecuencia, el germen del mundo, como lo expresa Gaston Bachelard en El aire y los sueños5, y el presente libro valida tal afirmación.
Seguir la fugacidad en la huella de la nube resulta cautivante: indagar el pluralismo de su sustancia en el trazo que alude a tales voluntariosas, las diosas que inspiraron a los sofistas. Erigidas como benefactoras de la humanidad, portan el agua y con ello la vida y el florecimiento; pero también las oscuras intemperies asociadas a los ciclos de sequía, desolación y muerte. La nube, con su arte magnífico de aparecer y desaparecer en el mínimo lapso de un parpadeo, se erige símbolo de lo pasajero, como los plenos momentos de la vida. Imprevisibles, seductoras y nómadas excitan al ojo, sin poder pasar inadvertidas sobre nuestras cabezas. A toda edad repotencian el interés que causan con su estética mutación, impalpables, incitan a reinterpretar la instantaneidad de sus rotaciones. Asocian variantes estados del ánimo y nos hacen testigos de lo enigmático. Desde el sentimiento, inducen un lenguaje verboso al referirnos a ellas. Con su arte de impresionar, acentúan una afirmación fenomenológica del maestro Bachelard; me refiero a «la alegría de maravillarse», la cual produce la imagen poética como conquista positiva de la palabra a modo de salvoconducto. Una alegría, de la que no deberíamos prescindir nunca, a pesar de los pesares que agobian.
En el afortunado laboratorio de las lecturas, rastrear qué escriben los poetas sobre ellas era la meta. Dediqué parte de mi tiempo en la última década a ello, para: afinar criterios que dieran soporte a este proyecto; perfilar el fruto de lo buscado, que por momentos se nos hacía escurridizo como siento que son las nubes. Escurridizas, al modo de Lao-Tsé: «la forma sin forma y la imagen sin imagen (…) De frente no ves su rostro, por detrás no ves su espalda»6. En consecuencia, al emprender tal búsqueda, ya nos inquietaba la omnisciencia de cómo el poeta recrea y esboza a la nube desde su ser más íntimo, inmerso en la singularidad de su tiempo y sus conflictos, siendo fuelle del afuera y el adentro, como la nube entre nosotros y el cielo. Al exaltar uno u otro perfil y hacerla una almilla, este se imbrica emocionalmente en la sustancialidad de su nube.
Descubrí entonces que hay poetas que nunca dedicaron un poema a la nube, que muchos la enumeran como un elemento más en el paisaje del poema. Mas aquellos que la hacen centro del poema prueban la contundencia de asir lo intangible, de forma que revela algo particular en la voz de cada poeta. Cuando deviene objeto poético, apreciamos una elevación espiritual en el performance de captación, conexión y escritura. Se sostienen en el juego de las nubes, que Novalis7 califica de «esencialmente poético», admitiendo con ellas la impermanencia de casi todo en el aprendizaje del vivir y el sobrevivir. Se elevan, y nos elevan. Con imaginación dinámica: al asir con palabras la particularidad de tal objeto, el poeta instaura un territorio promisorio, su patria interior.
Me cruza el sentimiento de haber asumido este proyecto como misión de vida, atendiendo el dictamen del maestro Gastón Bachelard: «La primera tarea del poeta consiste en desanclar en nosotros una materia que quiere soñar»8, hilado a la bella idea de que para el poeta Efraín Huerta «las nubes son las hermanas mayores de los sueños»9. La verdad es que me obsesioné, y la tarea emprendida en un tiempo oscuramente nublado para mi país fue tabla de salvación, asumida la creación y el arte como activa y pacífica resistencia; faro de alta luz que enfoca lo que se deslava en la belleza más desarraigada. Cuando nos ocupamos de lo leve y lo soñado en la obra creada por otros, auspiciamos la cofradía entre poetas; los hacemos espejo del celaje.
Arriba, la alfombra de olas silenciosas; abajo, esta paciente amanuense, que halla en la poesía su manera de amarrar la nube que es la vida, marcaba páginas de libros al encontrarlas. Rastrear cómo y con qué relacionan los poetas a las mensajeras furtivas entabló dinámico diálogo con autores en el universo de los libros impresos y el mundo digital. Lo que obsesiona sustenta nuestra subjetiva manera de elegir. Lo elegido define. Transferir este entramado de formas imaginarias, estas nubes de una estación inquieta, constituye una posibilidad que agradezco a los editores de Pre-Textos.
De esta aventura, quedaron reunidos 291 poemas (cincuenta y cinco inéditos), de 291 poetas hispanos, dieciséis países10, en la rigurosa selección de la totalidad coleccionada. A mí criterio, las nubes protagonizan estos poemas, pues en aquellos que no se les nombra se aprecia el campo semántico dirigido a ellas. La variedad (formas y contenidos) de lo asociado a ellas enriquece el conjunto. Para el orden, con los temas y subtemas que cruzan la anatomía del corpus, establecí una estructura de siete capítulos, con presencia de cielos y escritura, espejos y arte, amor, hogar y padres, dioses, aire y vientos, fauna animal, ciudad y medios de transporte, mares y montañas, y las oscuras intemperies. Las voces reunidas hacen un coro polifónico equilibrado, enlazados los poemas en forma serpentina, proclamando de cuántas y tan diversas maneras la espiritualidad elevada del ser en la palabra poética conecta con ellas, definitorias de tanto.
«El pájaro quisiera ser nube; la nube pájaro» escribe Rabindranath Tagore. Al dios Baal, citado en la Biblia, le llaman «el caballero de las nubes». Vicente Huidobro ilustra: «Poeta, poeta sin sortilegio/ tres días después del naufragio/ molino, molino de nieve la espalda está pesada de nubes»11. Para Octavio Paz las nubes son «Islas del cielo, soplo en un soplo suspendido»12. En su poema Elegía, Cernuda sentencia que «se lleva el sufrimiento como nube»13. Lúdico, Girondo esgrime «Si diviso una nube debo emprender el vuelo»14. Porchia, príncipe del aforismo, declara: «Cuando no ando en las nubes, ando como perdido»15. Desde el exilio, Rafael Alberti, las evoca en su emblemática Canción 8: «Hoy las nubes me trajeron, volando, el mapa de España»16. Al cierre de esta breve memorabilia, acoto que Alexander Calder tituló Nubes flotantes a sus esculturas para la acústica perfecta del Aula Magna de la Universidad Central de Venezuela, -esta casa que vence las sombras-17, en Caracas, ciudad donde se ideó y gestó este proyecto.
Durante la búsqueda bibliográfica sucedieron interesantes hallazgos. Significativo me pareció que Goethe (19) se interesara por las nubes y su morfología en 1815, anotando sus observaciones a modo de diario. Este romántico conoció la primera clasificación de las nubes establecida en 1803 por el meteorólogo inglés Luke Howard 20, nomenclatura básica apenas actualizada el año pasado en el Nuevo Atlas de las Nubes 21. Otra visión, desde la representación plástica de la nube, la dicta el libro Théorie du nuage (1984) de Hubert Damisch, como historia de la pintura occidental 22. Italo Calvino al formular su precepto «levedad» (19). alude a la nube en vínculo a la vocación del lenguaje literario23. En esta década, Antonio Tabucchi hace de Nubes una de las nueve historias en El tiempo envejece deprisa (2010), ocupándose de la Nefelomancia, el arte de adivinar el futuro observando las nubes 24; y en México, Chloe Aridjis publica en 2011 El libro de las nubes, a modo de réquiem aéreo de lo que se deja atrás, con una reflexión de cierre sobre «la poca diferencia que hay entre las nubes y las sombras y los otros fenómenos que engendra la imaginación humana»25.
También llama mi atención que algunos escritores recurran a la palabra nube para los títulos de libros que tratan lo político o la historia. Tres emblemáticos ejemplos. En 1939, el sevillano Luis Cernuda intitula Las nubes a su poemario escrito con el dolor de la guerra civil española y el exilio; Tiempo nublado lo usa Octavio Paz, hurgando cómo «se anubla el cielo; en una oscuridad estremecida y tormentosa de eclipse, la Historia juega su ajedrez de sombras»25. El venezolano Arturo Uslar Pietri, nombra Las nubes al volumen editado en 1951, de sus ensayos que dibujan el carácter mestizo de la cultura hispanoamericana, con epígrafe de Las nubes de Aristófanes26.
Los hilos nerviosos de las emociones, manchas en graffiti, se mueven con y en la nube. Sus formas emulan concentraciones entre lo quieto y el audaz andar, lo oscuro hacia lo lumínico; sentidas en simultaneidad las perplejidades al relacionarnos con la naturaleza, el padre y la madre, desde aquel lugar de seducción en la primera vez de algo, desde la infancia. Casi todo queda aquí condensado. Sin agotar el tema, la diversidad fragmentaria y multisensorial sustenta el tramado, con apreciaciones fechadas desde 1749 hasta el presente. Testimonios de cómo las conciben esculpidas con intuición y mística los poetas hispanoamericanos en su andar por las nubes. No nos extraña entonces que, en la era digital, al lugar al que se sube la información para resguardarla se le bautice «la nube», una expansión de tan versátil concepto. En lo alto, ellas, libres, dan continuidad a la danza sin fin de ovejas sin pastor, recreando el cifrado bosque que tejen las altas y bajas pasiones humanas.
Argumentos de la belleza, entresacados de la luminosidad del celaje, corriente subterránea de la imaginación, hondos misterios de las esferas celestes, en torno a este símbolo universal se ofrecen a los lectores de este libro. Las nubes que, con las cualidades naturales que las constituyen, describen situaciones humanas y se expresan cabalísticamente, tal vez porque «como arriba es abajo; como abajo es arriba»27, enunciando que existe entre los diversos planos de manifestación de la vida y del ser una armonía, concordancia y correspondencia, una verdad que creo. Siento que, al coleccionarlas privadamente, la raíz del deseo era compartirlas con lectores que encuentren en estas páginas un espejo donde mirarse y levitar, en paz, en cualquier parte del mundo.
Referencias
- “Con significación de presagio irrevocable, una nube enorme, vampiro de alas satánicas, estorbaba, en aquel instante el nacimiento del sol.” Versos de Hechizo, José Antonio Ramos Sucre. En La torre de timón (1925). Obra poética JARS, Ediciones Dirección de Cultura U.C.V, Caracas, 1989, p.121.
- El poema de Jacques Prevert lo leí en traducción del argentino Aldo Pellegrini. El de Baudelaire, primero que abre el florilegio de Spleen de París, en una traducción de Nydia Lamarque.
- Bachelard, Gaston. El aire y los sueños. VIII., Las nubes. Brevarios del Fondo de Cultura Económica, México, 1980, p. 232.
- Luzarraga, J. Las tradiciones de la nube en la Biblia y en el judaísmo primitivo. Biblical Institute Press, Roma, 1973, p. 36.
- Bachelard, Gaston. Ob. citada, p. 10.
- Tse, Lao. Tao Te King. Editorial Ricardo Aguilera, Madrid, 1974, p. 26.
- Novalis en Citado por Armando López Castro. En Luis Cernuda en su sombra. Editorial Verbum. S.L, Madrid, 2003, p.28.
- Bachelard, Gaston. Ob. citada, p. 236.
- Huerta, Efraín. Poema Las nubes. En Poemas en audio/Palabra virtual. https://www.palabravirtual.com/index.php.
- Argentina, Bolivia, Colombia, Cuba, Chile, Ecuador, El Salvador, España, México, Nicaragua, Panamá, Perú, Puerto Rico, República Dominicana, Uruguay y Venezuela.
- Huidobro, Vicente. Versos del poema Poeta. En Antología Poesía y Prosa Vicente Huidobro. Aguilar, Madrid, 1997.
- Verso inicial del poema Nubes de Octavio Paz.
- Cernuda, Luis. Las nubes (1937-1938). Elegía, dedicado a Vicente Alexandre. En Colección Ramo de Oro, Buenos Aires, año MCMXI.
- Versos de la segunda estrofa de Comunión plenaria de Oliverio Girondo. En Obra Completa, Edición Crítica, Raúl Antelo, Coordinador. ALLCA XX, Universidad de Costa Rica. 1era. Ed., 1999, p.142.
- Porchia, Antonio. Librería Hachette, Buenos Aires, Décima edición, 1974, p.86. (Hay una edición española en Pre-Textos, Voces reunidas, 2006).
- Alberti, Rafael. Baladas y canciones del Paraná. Seix Barral, Barcelona, 1979, p.27
- Verso inicial de la segunda estrofa del himno de la Universidad Central de Venezuela. Letra de los poetas Luis Pastori y Tomás Alfaro Calatrava, estrenada por el Orfeón universitario en 1943.
- W. Goethe. El juego de las nubes, con ilustraciones de Fernando Vicente. Editorial Nørdica, Madrid, 2011. Una invitación ‘a mirar el cielo y redescubrir las nubes’.
- A Luke Howard se le conoce como el padrino de las nubes, por darles nombres, a saber: Estrato, Cúmulo, Cirro Nimbo, en el siglo XVIII. Un dato curioso: Stéphane Audéguy hace a Howard uno de los protagonistas de su novela La théorie des nuages. Gallimard, 2005, 320 p.
- El Nuevo Atlas Internacional de Nubes, lo publicó en formato digital la Organización Meteorológica Mundial (OMM) actualizando la última nomenclatura de la clasificación establecida en el siglo XIX. Puede consultarse en el Sitio web de la OMM: wmo.int
- Damish, Hubert. Théorie du nuage. Editions Du Seuil, Paris, 1984.
- Calvino, Italo. Seis Propuestas para el nuevo milenio. Ediciones Siruela, Madrid, 1990, p.27
- Tabucchi, Antonio. El tiempo envejece deprisa. Editorial Anagrama, Barcelona, 2010, p.73
- Aridjis Chloe. El libro de las nubes. Fondo de Cultura Económica, D.F. México, 2011.
- Paz, Octavio. Tiempo nublado. Barcelona, Seix Barral, 1983
- Epígrafe: – ¡Por Zeus! Sócrates, dime: ¿quiénes son aquellas mujeres que han cantado con tanta majestad? ¿Son algunas heroínas? Sócrates. –No; éstas son las celestes Nubes, grandes diosas de los hombres ociosos; que nos dan el pensamiento, la palabra y la inteligencia, el charlatanismo, la locuacidad, la astucia y la comprensión. Aristófanes. Las nubes. [Obra de teatro donde dialogan entre otros personajes: Estrepsíades y sus esclavos, Sócrates y sus discípulos, y un Coro de Nubes (en figura de mujeres)].
- “Principio de Correspondencia” de las enseñanzas herméticas de Trimesgisto. En El Kybalion, Ed. Kier, Buenos Aires, 1974, p. 21.