BEN AMÍ FIHMAN, POR VASCO SZINETAR

Por JOHNNY GAVLONSKI E.

  “…Sepa descifrar un semblante y deletrear el alma en las señales…” (1)

Baltasar Gracián

1 Fihman con Borges

Cuando me llega por primera vez la noticia de un libro de Ben Ami Fichman, Casa mayor. Salir en la foto con Borges, Cioran, Bashevis Singer o Piglia (Editorial Dahbar, 2024), inmediatamente pensé en la posibilidad de leer sendas entrevistas que el autor, uno de los íconos del periodismo venezolano, hiciera a estas figuras.

Cualquier de ellos, en soliloquio o en diálogo con el verbo acerado, sino ácido de Fihman, puede ser un acercamiento insólito, a cuatro estilos divergentes de la literatura del siglo XX.

Impulsivamente abrí Casa mayor, lo hojeé, pero un supuesto análisis literario de los personajes no me salió al paso. Puse el libro a un lado, no sin frustración. Inmediatamente bajé la guardia. El entusiasmo me perdió. El libro no trata de mis expectativas, sino del testimonio de alguien que sabe lo que hace. Me di una pausa. Busque la contraportada. Leí: el foco está en las personas, no en las obras (…) “los relatos de cómo Fihman buscó esas entrevistas son una excusa para hablar de épocas, entramados culturales, lecturas y aventuras en las ciudades que eran entonces Caracas, Nueva York, París (…) Este libro es una autobiografía…”.

Bebo un sorbo de jugo de guayaba sin azúcar y decido retomarlo. Aparto las expectativas. Hojeo el libro y un párrafo salta a la vista: “La admiración es una aventura, tanto más hermosa cuando yerra siempre. Es espantoso, aunque razonable, no hacerse la menor ilusión con respecto a nadie” (2).

El azar me invita ahora a abordar el texto desde una perspectiva diferente; y sin darme cuenta me descubro planeando por encima de una autopista donde se entretejen los carriles de múltiples lecturas de forma vertiginosa.

Requiero una pausa más. Hago el ejercicio de leer las primeras líneas e ir luego al final. Vuelve la frase de la contraportada: “El foco está en las personas, no en las obras (…) Este libro es una autobiografía…”.

Conocí a Ben Ami desde los 80 cuando daba mis primeros pasos como escritor para un suplemento de El Nacional. Algún encuentro fortuito en los pasillos frente a su figura imponente, quizás su mirada profunda en la oficina de Exceso; o, posiblemente, de un modo más íntimo y, con la respetuosa distancia, en una situación de duelo por afectos compartidos.

Busco deslastrarme de estas impresiones, inclusive desconocer al autor de aquellas referencias obligadas como lo fueron Los cuadernos de la Gula o L’Oeil du Golem.

Retomo las líneas de Casa mayor como quien, sentado en un café, escucha indiscreto lo que se conversa en la mesa de al lado. Me dejo llevar por anécdotas y recuerdos que, aunque desde lugares diferentes, evocan la nostalgia por esa Caracas que fue, con su Ateneo, y sus tertulias en las librerías Suma o Cruz del Sur, las noches de bohemia en el Gran Café, o los esenciales espacios de encuentro en la avenida Solano.

Una ciudad para una generación que buscaba maestros, o como le dice Jorge Luis Borges a Fihman, creando precursores. En esas calles estaban a la orden para una generación de jóvenes aprendices Balza, el “negro” González Vega, Rojas Guardia y Cadenas, Lejter y Gené, entre tantos. Añoranza también por aquellos 80 en la Gran Manzana, buscando inspiración con amigos inolvidables como Varderi, Perez Bojas, J.S. Escalona, tropezando con Jessie Norman y Jodie Foster; o teniendo la temeridad juvenil de ofrecerle un libreto a “Bobby” De Niro.

Visto hoy en retrospectiva, justo esos referentes son los imagos que vamos montando en nuestro devenir pues tabula rasa no existe. Creamos a nuestros precursores, nos dice Fihman en las primeras páginas, y así nos lo hace ver en su encuentro con Borges cuando afirma: “Confrontados con la persona de Borges, hemos estado con Berkeley o, por momentos, con Schopenhauer o con Robert Louis Stevenson; quizás otra de sus trampas, de las emboscadas que nos ha tendido valiéndose de los trucos literarios más añejos” (3).

Entiendo que Casa mayor me sumerge en una profunda nostalgia; y mientras más avanzo en su lectura, me doy cuenta de que Ben Ami no se retrata con los cuatro maestros que menciona en el subtítulo, sino que se sale del marco, por un carril distinto de la autopista mencionada. Desde ahí asumo ir a la caza del autor, dejar las anécdotas a un lado y buscarlo entre sus líneas, en la-angustia-de-vivir frente a lo ominoso en lo cotidiano, sea en los espacios subjetivos que describe desde la desmoralización en el que me había postrado la ausencia en las aulas; en el coqueteo con la muerte o en esas madrugadas de desesperanza donde pudo toparse con Diana Arbus cubierta por su estela de soledades sin redención.

El libro se vuelve entonces, una entrevista al entrevistador; el testimonial de una forma de vida; el espacio de contradicciones donde el hombre que afirma no tener la memoria de Funes, despliega una enorme capacidad de reminiscencia. Casa mayor se presenta entonces en sus páginas como un confesionario donde las imágenes idealizadas se hacen carne.

Pronto la entrevista a Jorge Luis Borges (Buenos Aires, 1899 – Ginebra, 1986), publicada en Papel Literario (enero, 1971), aparece y el texto-autopista se bifurca en dos niveles: por un lado el testimonial de Ben Ami; por el otro, Borges, en toda su dimensión humana: la del hombre que escribe para no olvidar, el nostálgico por la niñez perdida; y por otra, su brillante visión de escritor en torno a Dr Jekyll y Mr Hyde, a la razón poética de Edgar Allan Poe, o la dimensión trascendente de la inspiración.

Y más allá de todo ello, Fihman describe la sensible profundidad de ese hombre que “vive en la palabra. Lo demostró actuando en el verbo, el sustantivo, el adjetivo, el guion, el signo de interrogación y el punto y coma; como en un laberinto transparente en el que deambula, luminoso e invidente, sin extraviarse, ni dar bandazos” (4). Ese Jorge Luis Borges que confiesa “temer menos la muerte que la inmortalidad” (5). 

Volvemos al cuerpo principal de esta autopista kronicá. Aquí la herencia del tiempo marca la velocidad y la narración se acelera nuevamente al tocar la atmósfera criolla ora fascinante, ora patéticamente nouveau riche, ora circense, donde Borges camina con torpeza de Golem (…) por cuyas venas corre la tinta de antiguos recetarios de cábala (..) y en la cuna del Libertador descubre el sabor de la lechosa tras haber haberse atragantado, días antes, con un hueso de ave de corral.

Sorpresivamente, me encuentro en caída libre: yo que abandoné el libro en sus primeras páginas, y lo retomé por una cuestión de oficio, ahora no puedo soltarlo. En pocas horas me voy de viaje. Aún no he terminado de “hacer maletas”, pero la narrativa vertiginosa de Caza mayor me impide soltarlo. Fihman abre la caja de Pandora, l’angoisse de vivre que introduce el cáncer en su cuerpo, se mezcla con una aguda disección de personajes mezquinos, lujuriosos, mientras la elegía a un compañero de camino va decantando un canto a la amistad. Punto final para la primera parte, meto el libro en la maleta, mientras mi admiración por Jorge Luis Borges crece, convencido de la grandeza de ese niño miope que, perdido entre las sombras, alcanzó la inmensidad.

2 Cioran con Fihman

Retomo la lectura de Casa mayor en el paréntesis de más de ocho horas que me separan de mi destino. Más allá de la vertiginosidad de la vida que subyace en los diversos paisajes en que cursa la narración, y derroteros que el autor le tocó transitar, de vez en cuando el dolor asoma como una ominosa advertencia, presagiando lo que ha de venir.

Tras el episodio Borges, Fihman, inconscientemente (que atrevimiento decirlo, pero hago la apuesta), nos somete a un juego de espejos con —ni más, ni menos— que el maestro de la amargura, Émil Cioran (Rășinari, 1911-París, 1995).

Cioran, provocador, aforista, de ideas a contracorriente, nos asombra en este, prácticamente, monólogo. El hombre que sostiene el equívoco en las decisiones humanas, el amor como una decepción inevitable. La trampa de las idealizaciones se nos muestra aquí libre del cinismo del que se le señala, pudiendo incluso afirmar que sostiene un discurso donde duda, se muestra humilde y sensible. Es por ello que de pronto llama la atención cuando Fihman lo cita: “Escribir no es pensar, es una mueca o, a lo sumo, una imitación del pensamiento” (6).

Nos detenemos ahí pues llama la atención el significante mueca. De una u otra manera, ésta siempre viene a aparecer como una exaltación del algo. La “mueca de lo real”, decía desde el psicoanálisis Jacques Lacan, para remarcar aquello imposible de ser representado. De ahí que Fihman coloca la mirada en la elaboración de Cioran, ¿qué es aquello que aún no logra elaborar?, y “caza” al autor del Inconveniente de haber nacido (Madrid: Taurus, 1981) cuando lo lleva a sus orígenes, a Rumanía.

Decimos caza porque desde ahí Fihman confronta a Cioran. Basta una palabra, la del lugar de origen, para que aparezca la angustia, que no es otra cosa que lo que no puede ponerse en palabras. La angustia a través de la mueca, la angustia frente a lo que falta.

Veámoslo con un ejemplo: la exaltación de la perfección, de la belleza en una estatua griega no llega a nuestros días en todo su esplendor. Hay algo que falta, siempre, incluso en las imágenes idealizadas. Véase en la ausencia de brazos en la Venus de Milo o la incompletud viril de Apolo de Belvedere. Ahí está la mueca de la mutilación, la castración por efecto de las circunstancias del tiempo y la historia particular.

De ahí que la flecha del entrevistador da en el blanco: Cioran, el del “no compromiso”, ni laboral ni afectivo, muestra su trasfondo depresivo que bien pudo haberlo empujado a matarse. Sin embargo, con su savoir-faire como escritor, lo confiesa: Un libro es un suicidio aplazado”. Y así va, logrando una invención de sí, pudiendo construir una obra y un personaje. Un semblante.

CIORAN: ¿Qué es un impostor? Es el tipo que hace las cosas sin creerlas. O sin darles del todo crédito, ¿no? Ahora bien, ¡yo hago cosas que no suscribo! Yo escribo muy poco… aunque, después de todo, escribo. Pero tengo una excusa, y es que el hecho de escribir me ha hecho un bien increíble. Debo decir que, en mi opinión, es la única terapia, una de las grandes terapias, ¿no?

FIHMAN: Pero si, al hablar de impostura, usted dice que no cree en lo que hace, en el acto de escribir se puede o no defender el acto mismo, que no implica responsabilidad. Porque es una labor solitaria per se. Pero usted maneja ideas, y entonces si no creyera en las ideas que expresa, sería un irresponsable (7).

Llegado este punto, es necesario recordar a Baltasar Gracián: Las cosas no pasan por lo que son, sino por lo que parecen ser. Valer y saberlo mostrar es valer dos veces: lo que no se ve es como si no fuese (…) Son mucho más los engañados, que los advertidos

Pero el autor, en sus encuentros con Cioran, cae en su propia trampa. La empatía —(y nos atrevemos a inquirir: ¿la identificación?)— entre los dos hombres los atrapa en un vínculo especular. No es de extrañar que Fihman precise: “Para mi asombro y regocijo Cioran empezó a recibirme” (8).  

Ambos lidian por la vida: Fihman contra el cáncer, Cioran con el dolor-de-existir. Así le confiesa a su escucha: “Comencé por decir la verdad, perdí el sueño. Es decir, comencé con un desvelo interminable, y todo lo que había aprendido (…) me pareció vacío” (9) (…) Yo sostengo que el ser humano, el ser vivo, el ser pensante, debe poder olvidar, de lo contrario, la existencia no se puede aguantar (9).

A pesar de que Fihman sostiene Habíamos trabado una relación que nada tenía de confesional o de consultorio psicoanalítico. Iba donde Cioran a que se mostrara y se contara con absoluta naturalidad” (10); basta que ponga él prenda la grabadora, que Cioran se sienta escuchado, para que coloque el alma sobre el tablero frente al interlocutor.

Y aquí, de nuevo, urge volver a Gracián: «Yo diría que, a pocas palabras, buen entendedor. Y no sólo a palabras, al semblante, que es la puerta del alma, sobrescrito del corazón» (11).

La sobre-escritura necesariamente remite al palimpsesto. Con un texto suprimimos otro, creando nuevas lecturas, una sobre otra, quizás distintas entre sí; pero basta una rasgadura sobre la superficie, para que aquello que creíamos borrado, anulado, olvidado, emerja con toda la fuerza de la ficción o el malentendido. En última instancia, Gracián advierte de hacer semblante con aquello que tiene que ver con las pasiones…, y la muerte, o el encuentro con ella, relativiza esta posibilidad, dando paso a la caída de los mismos.

3 Bashevis Singer contra Fihman

El infortunio llega. Lo anuncia Fihman en el tercer y último capítulo de Caza mayor: “El club de los cadáveres insomnes”. El trasfondo de dolor que, desde el principio, está presente en el relato, ahora aparece en toda su dimensión trágica: “Vuelvo a nacer, cambié de nombre. De ahora en adelante el cáncer me identifica con mayor precisión que los patronímicos de la partida de nacimiento” (12).

No era lo mismo sufrir un cáncer en las últimas décadas del siglo XX que en nuestros días. Lo doloroso de los tratamientos, la incertidumbre frente a los mismos, y el encuentro con la muerte desde el mismo momento del diagnóstico —sin saber si la esperanza es una opción— derrumban cualquier posibilidad de semblante: “Por más que la familia buscara distraerme con un poco de convincente humor de salón, el desasosiego y la melancolía me abrumaban. Para mis adentros, con mucho dolor y amargura, pujaba por liberarme” (13).

La amenaza de posible amputación de una pierna aparece como una realidad en el horizonte. “Es más fácil admitir las desgracias que las amputaciones” (14), cita el autor. Y aunque la situación afortunadamente es superada, la salida del hospital con una leve cojera recuerda que el cuerpo ha sido tocado por lo inefable.

Esto no sólo golpea a quien lo vive, sino a quien lo acompaña, en este caso al padre orgulloso del primogénito, el padre de la cornucopia, quien a su vez descubre que no-lo-puede-todo. Pater familias que Ben Ami pareciera mirar de soslayo intentando descubrir un mínimo gesto de desamparo.

Es curioso, que, frente a esta imagen del padre, metonímicamente surja otra que cumple la misma función, pero desde la puesta de límites.

La entrevista que Fihman elige para cerrar su narración trasluce de entrada una elección (con todo el trasfondo subjetivo que esto implica). Se trata de Isaac Bashevis Singer (Radzymin, 1903 – Miami, 1991), Premio Nobel de Literatura 1978. Ahí el entrevistado de entrada plantea su incomodidad. No encontramos ni la humildad de Borges ni la entrega de Cioran. Bashevis Singer es asertivo, directo, habla sin ambages, como solo puede hacerlo quien vivió la Europa/Rusia de los 40.

Al inicio de esta “caza mayor” Fihman plantea:

BAF: Tengo un tío que lo había leído desde antes del Nobel y pensó que era un escándalo invitar a semejante pornógrafo a Caracas.

IBS: Y entonces, ¿qué es lo que quiere? ¿Qué me pelee con su tío?

BAF: (Risas) No, pero, ¿no le extraña provocar ese tipo de reacción en el publico judío?

IBS: No entre personas de mentalidad moderna. Más entre personas chapadas a la antigua, que consideran pornográfica cualquier mención de sexo. Pero entre gente cuerda, en lo absoluto.

BAF: ¿Se considera dentro de la tradición de la literatura judía? (…)

IBS: (…) Pertenezco a la literatura yiddish, pero eso no significa que esté sujeto a su tradición. Pertenezco a la lengua, pertenezco a su pueblo, pero he forjado mi propio estilo. No tildarían de pornógrafos a los demás escritores yiddish (…) Escriben sin la más mínima alusión al sexo. Es una especie de literatura sentimental, en gran parte, de contenido social. Interesada en las desigualdades sociales, en dar la pelea por los más desfavorecidos.

Este breve inicio del encuentro bosqueja una cantidad de cuestiones que para dilucidarlas se requeriría mucho más espacio. Elementos vinculados a la sexualidad de una cultura, un tiempo, una sociedad que dejaron marcas en la psique colectiva y que escritores como Bashevis Singer, Allan Ginsberg o Phillip Roth tuvieron el valor de enfrentar, para no mencionar a un Sigmund Freud, precursor de todos ellos, cuya obra aún hoy en día sigue siendo cuestionada, a pesar del cúmulo de evidencia clínica.

Si a lo largo de todo el trayecto de Caza mayor hemos marcado los significantes dolor, mueca, amputación, castración, será en este último capítulo donde la presa va en busca del cazador: marcando el espacio, respondiendo de forma contundente, denunciando el malestar en una cultura.

Qué mejor forma de ejemplificar aquello a lo que nos referimos que acudir al pintor Marc Chagall, tan cercano en tantas formas a IBS, y quien en su enigmático Apocalypse in Lilac, Capriccio (1945) el lapsus se introduce en la entrepierna del mártir en la cruz. Lapsus como mancha… o quizás una mueca “genital”. Drástico encuentro entre el Pater y el goce del hijo ¿Pudor?, ¿lapsus?… Insistimos desde Lacan, “mueca”.

Marc Chagall Apocalypse in Lilac, Capriccio (1945) | Fundación MAPFRE. Madrid

A quien aduce que la mancha alargada es un referente fálico le responderemos que no deja de ser una metáfora, y cuando se trata de aquello que carece de sentido, todo referente falla.

De la misma provincia de Chagall, Vitebsk fue su maestro Shloime Anski (Cháshniki 1863 –1920), escritorperiodista  rusojudío. Una de las figuras más admirables de inicios del siglo XX, lamentablemente hoy desconocido por muchos. No sólo fue el notable autor de una obra icónica como El Dybbuk, sino uno de los grandes etnógrafos, gracias al cual los tesoros de la cultura yiddish no quedaron ahogados bajo el olvido.

Sin lugar a duda, Bashevis Singer se elevó como uno de los herederos de Anski. Escribió sus obras en yiddish, defendió su patrimonio. El problema de las traducciones será otro. A él no le importaban.  Fihman lo provocó: “Usted es una suerte de médium”. I.B.S respondió: “Ningún médium… Primero, todavía quedan dos o tres millones de personas que hablan yiddish (…) Pero incluso si todos los yidish-parlantes, que Dios no lo quiera, desaparecieran, y que yo me quedara solo, seguiría escribiendo en esa lengua” (15).

A pesar de esto, IBS logró trascender lo particular y erigirse como un escritor que apuntó al universal con su arte: “La identidad es algo distinto. Pero la literatura no fue creada para resolver el problema de la identidad. En la literatura se describe el carácter del ser humano” (16).

La entrevista a Bashevis Singer no tiene pérdida. Su defensa del estilo personal, de su búsqueda como escritor es admirable: “Los verdaderos escritores carecen de escuela. Cada uno escribe con su propio estilo. Pertenecen a una escuela… los seguidores. Todo este asunto de las escuelas es de utilidad para los profesores de literatura que las encuentran: escuela romántica, realista… Pero en el fondo, el escritor auténtico no se afilia a ninguna. Eso es lo que lo hace escritor” (17).

Poco a poco el libro va llegando a su fin. La autopista vertiginosa termina llevando al lector a una suerte de necesidad de respirar en paz, y pensar en todos esos testimonios de vida. Mientras tanto, la avalancha de los días sitúa al autor-cazador, de nuevo en un avión, donde de pronto, entre los pasajeros, descubre a Charles Aznavour. La adrenalina se dispara y el deseo de “esa entrevista” choca con la única página que falta para terminar el libro. La paso esperando un “to be continued”, sin embargo, será el encuentro con el padre, una de las grandes razones de toda neurosis masculina, la que nos golpea como punto final con la confesión de Ben Ami: “Un patiquín inútil para todo, salvo, quizás, para el periodismo. El lujo justifica cualquier vileza (…) Confiaba en que seguro, cuando me presentara con mis dos piernas y un bastón de pomo dorado a la puerta de la buhardilla de la rue de l’Odéon, condecorado con los galones heroicos del mártir y el sobreviviente, se apiadaría de mi debilidad moral y me absolvería” (18).

Terminamos la lectura convencidos que la caza mayor de Ben Ami Fihman fue sobre sí mismo.

Referencias

1 Baltasar Gracián, «Oráculo manual y arte de prudencia», Obras completas II, p. 294.

2 Fihman, B: Casa Mayor. Salir en la foto con Borges, Cioran, Bashevis Singer o Piglia Editorial Dahbar. Venezuela, 2024 Pág.221

3 Ibid pág 52

4 Ibid pág 42

5 Ibid pág 43

6 Fihman, B: op cit. Pág 117

7 Ibid pág  153

8 Op cit pág 128

9 Ibid pág 141

10 Ibid pág 143

11 Ibid pág 134

12 Baltasar Gracián, «El discreto», Obras Completas II, Turner, Madrid 1993, p. 123.

13 Ibid pág 25

14 Ibid pág 242

15 Boris Souvarine en su biografía de Stalin. Ibid pág 251

16 Ibid pág 310

17 Ibid pág 312

18 Ibid pág 308

19 Ibid pág 328


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