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Castor Almarza. El cazador

Décimocuarta entrega de la serie “Artistas olvidados”, por Beatriz Sogbe: “Llama la atención algo que observamos muy especial en su obra. Y que quizás sea único en la plástica nacional. Sus paisajes de su zona natal llevan una pequeña figura: un cazador. Allí se refleja a sí mismo. La fuerza de la naturaleza empequeñece al hombre”

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A Oscar d’Empaire, in memoriam

Porque el Zulia cultural es un antes y un después de Oscar d’Empaire

Hace unos años fui invitada a dictar una conferencia en el marco de la Feria Internacional de Arte de Maracaibo. A la salida una pareja se presenta como parte de una sucesión, de uno de los tres artistas primigenios del Zulia. Surge el desconcierto. Pienso que conozco a Julio Árraga y a Manuel Ángel Puchi Fonseca. No sabía quién era ese tercero.

La curiosidad del crítico por rescatar memorias perdidas no es nueva. Creo que todos la tenemos. Es falso que los críticos somos indiferentes a las nuevas generaciones. Por lo contrario, estamos muy atentos a las mismas. Y a los artistas olvidados. Al día siguiente, estaba en la casa de la pareja para conocer la obra de Castor Almarza (El Moján, Edo. Zulia, 1888-Maracaibo, Edo. Zulia, 1951). De ahí surgió una sólida amistad. No es poca cosa.

La primera sorpresa fue saber que, aparte de artista, era cazador. Un oficio por el que tengo un especial rechazo. Ver su fotografía con su indumentaria montera no fue nunca lo que esperaba encontrar en un artista. Muchas veces el investigador debe trasladarse en el tiempo para entender las costumbre de la zona. Y no precipitarse, ni confundir las creencias propias con las ajenas.

Para el siglo XIX y siglo XX la cacería era un oficio habitual en el Zulia. No existían los frigoríficos. Y había que procurarse el sustento diario. Y es el origen de una cocina autóctona, poco conocida y original. No son fogones que se encuentren en restaurantes –aunque bien valdría la pena disfrutar esos paladares. Esta solo reina en mesas genuinamente zulianas. Es la cocina cañadera –cuyo nombre proviene de la zona denominada La Cañada y que comprende todo el Oeste del Lago de Maracaibo. En ese tiempo –ahora no, obviamente–, se comía cunaguaro, lapa, iguana, yaguasa, báquiros –carnes hoy totalmente vedadas y que muchos de nosotros jamás comeríamos. Pero quedan diversos rastros como la comida en base a coco: mojito, chivo, cochino, mandiocas, arepas de coco, huevos chimbos, dulces de caimito y otros que resultan extraños al forastero. Pero deliciosos al comensal.

Nuestro artista se circunscribe dentro del Círculo de Oro, de los maestros primigenios, de la Escuela del Zulia: Árraga, Puchi y Almarza se constituyen en los primeros pintores, con escuela y formación, en el marco de la zulianidad contemporánea. Inician su trabajo en el siglo XIX, dando con ello origen, dentro de la región, a la denominación de artistas, y no como simples aficionados, como era la tradición anterior a ellos.

El primero de estos maestros es Julio Árraga (1872-1928). Este artista obtiene en 1895 la Medalla de Oro, en la exposición que organizó la Presidencia del Edo. Zulia de la época. El 2do. premio lo obtiene el pintor Manuel Puchi Fonseca (1871-1928), ambos tuvieron una rivalidad inteligente, que les permitió unir esfuerzos y experiencias. El entonces Presidente del Estado Zulia –Dr. Jesús Muñoz Tébar–, decide becarlos y enviarlos a Italia. Allí ambos artistas se alimentarán de las experiencias europeas. Árraga –quien fue un profundo analista de la obra de Arturo Michelena–, en sus inicios, decide seguir el camino del academicismo. Es probable intuyera que otros caminos de vanguardia no le permitirían la subsistencia y que el medio zuliano no comprendería esos nuevos códigos. Un asunto que, evidentemente, también había pensado el propio Michelena. Al final de su vida, Árraga, ya desligado de los avatares económicos, pinta obras con tinte impresionista. Son estas piezas las más solicitadas por el mercado de coleccionistas. Puchi también se iniciará en el academicismo, pero luego también aceptaría esos nuevos lenguajes.

El caso de Almarza es muy interesante. Sus estudios académicos (1899-1901), en la Escuela de Artes y Oficios de Maracaibo, fueron muy cortos. Pero además fue evidente que el alumno estuvo muy por encima de sus maestros. Presumimos que el propio Almarza concientizó el hecho y se dedicó de manera individual a mejorar sus técnicas y oficios. Lo logra, al realizar retratos de carboncillos donde la perfección del tono y gradación de grises superan los retratos en los cuales están basados. A los efectos, el crítico de arte Juan Calzadilla se refiere a estos como son tan perfectos que hacen dudar si se trata de dibujos o fotografías.

Es una obra poco estudiada, pero destacan los paisajes zulianos, especialmente los del lago de Maracaibo, los palafitos y la zona de “El Moján” –de donde es originario. En los bodegones, se observa un marcado academicismo y destaca el uso de las frutas de la región.

Mucho más interesantes resultan los paisajes. Donde observamos con más claridad la impronta del artista y donde se percibe una mayor libertad en la propuesta. El manejo de la luz hace sentir el brillo de la misma y el peso del paisaje local. Llama la atención algo que observamos muy especial en su obra. Y que quizás sea único en la plástica nacional. Sus paisajes de su zona natal llevan una pequeña figura: un cazador. Allí se refleja a sí mismo. La fuerza de la naturaleza empequeñece al hombre –anticipándose a pintores contemporáneos latinoamericanos, como el cubano Tomás Sánchez (Cuba, 1948). Estas piezas adquieren especial interés para la plástica nacional, por el uso de los tonos ocres –que hablan del exceso de luz en la zona. Son además un testimonio de la geografía y el paisaje de la época.

También desarrolló el tema de los retratos. No podía ser de otra manera, en un país donde aún no se había madurado el gusto por el coleccionismo de arte. De tal manera, que nuestros artistas primigenios sobrevivían económicamente de sus clases de dibujo, y de los escasos encargos –que básicamente eran retratos, de individuos y/o personalidades ilustres. Obra poco investigada por la crítica, merece un estudio detenido. Siendo toda su vida un pintor y docente. Esa razón hizo que sus paisanos lo llamaran el maestro.

Analizar la obra de Almarza lo ubica como un artista formado para el gentilicio zuliano. Es una obra pura –en cuanto no recibe influencias externas. Pudiéramos decir que, de los tres maestros del Círculo de Oro del Edo. Zulia, es Almarza el más genuino –en cuanto no tuvo más intenciones que reflejar su medio. Aquel que le era propio y familiar. Siendo un individuo instruido, se quiso circunscribir a su mundo, en una especie de autoaislamiento. No salió de su terruño zuliano y presumo que tampoco lo deseaba. Almarza –al igual que Reverón–, prefiere ilustrar el territorio que le es afín. No tiene más pretensiones que eso. Pero la mirada de la obra –después de pasado el crisol del tiempo y de las pasiones humanas–, le circunscriben en una modernidad latente. Pinta lo que le es cotidiano: su lago y su entorno. De manera similar a lo que harían, en Caracas, Cabré o Pedro Ángel González con el Ávila, Jesús María de Las Casas con los paisajes de La Guaira, o Monasterios con sus paisajes larenses.

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Imágenes

(1) Autorretrato en el lago de Maracaibo; sin fecha; óleo sobre tela; medidas: 31 x 51,5 cm; sin firma; colección privada; Edo. Zulia

(2) Autorretrato en El Moján; sin fecha; óleo sobre tela; medidas: 29,5 x 50,5 cm; sin firma; colección privada; Edo. Zulia

(3) Imagen del pintor Castor Almarza

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