Papel Literario

Carta a Marguerite Yourcenar (4/7)

por El Nacional El Nacional

Por LEÓN SARCOS

La coronación de un clásico y el virtuosismo de una escritura

La gracia y originalidad del genio pulverizan las rocas de las que están hechas las ideas dominantes y estilos literarios del tiempo en que le tocó vivir. Marcel Proust, desdeñado por André Gide, El Aleph, de Jorge Luis Borges, devuelto con una correspondencia donde la editorial lamentaba no poder publicarlo por imposible de traducir en algo que pudiera venderse, o lo sucedido con El Túnel, de Ernesto Sábato, que las editoriales de Buenos Aires se negaron a publicar por complicado, son apenas una muestra de las muchas equivocaciones y maltratos de editores y editoriales a hombres de letras que solo el discurrir de la vida y su enorme talento para hacer literatura de calidad graduaría como grandes escritores.

Igual a Paul Valery, que nunca busco la gloria, Ud. tampoco lo hizo, pues la sabía propia cuando con humildad de santo confesó: Nunca sentí que fuera necesario hacer una carrera, y muchas veces he pensado que, si no hubiera hecho literatura, hubiese podido hacer otra cosa, o nada.

Otra reflexión suya toca la fibra más humana de mi ser, porque igual así lo sentí en mi pasantía: Yo creía conocer la vida, pero fue el día que la encontré en el anonimato total de las grandes ciudades americanas, en una civilización que entonces yo sentía muy diferente a la de Europa, más tarde en las rutas del sur o de Nuevo México, y por fin en la región donde vivo ahora, (y hasta el día de su muerte en diciembre de 1987) cuando aprendí lo poco que somos en la inmensa muchedumbre humana y cuánto se está obsedido por las propias preocupaciones, y cuánto en el fondo nos parecemos todos. Eso me fue muy útil.

Mucho polvo de conciencia y de sentires levantó en los ochenta, casi tres décadas después de la primera edición en 1951, sus Memorias de Adriano, cuando adquiere renombre como una literatura excepcional. Memorias de Adriano puede ser considerada una novela histórica, pero a mi parecer pudiera ser más. De hecho, lo es. Se comete una imprecisión al juzgarla solo como tal e incluirla en una corriente que volvió a ser moda en los ochenta, cuando se impuso El nombre de la rosa, de Umberto Eco, y  Yo Claudio, de Robert Graves, gracias a su éxito como serie para la televisión, y algunos otros textos del mismo corte que tuvieron gran demanda y fueron reeditados como libros de actualidad de una corriente literaria de época, activada de nuevo gracias al mercado.

Su libro, a mi manera de ver, es una epistola biográfica novelada escrita en primera persona de dimensión psicológica, política y filosófica, de un gran alcance histórico y literario que abre, fruto del esfuerzo de toda una vida, una veta para la investigación en el mundo de las letras, en un intento de cruzar lealtad y exactitud histórica con el arte de ver, sentir, describir y dar vida a seres humanos genuinos, que vivieron en un pasado remoto, borrando los siglos que nos separan de ellos para volver a hacernos sentir como si estuvieran  de nuevo con nosotros.

 

Memorias de Adriano es hijo de la posguerra; aparece luego del fin de la Segunda Guerra Mundial, tiempo de aurora que nos dejó obras literarias de calidad indiscutible por la temática, el estilo y el lenguaje: Doctor Faustus, de Thomas Mann (1947); La Peste, de Albert Camus (1947); El Túnel, de Ernesto Sábato (1948); 1984, de George Orwell (1949) y Confesiones de una máscara, de Yukio Mishima (1949). El mundo venía de una época de horror, de incertidumbre, de oscuridad, de desesperanza vivida intensamente en Europa, y buscaba una nueva senda, un nuevo sentido, una nueva razón frente a la vida y al hombre mismo, y Memorias de Adriano, a pesar de que fue concebido en un momento distinto, mediados de 1920, a pocos años de finalizada la Primera Guerra, fue una respuesta que transcendía a su época; expresión de la conjugación de una búsqueda que intentaba recoger la génesis del ideal del mundo libre en la figura de un individuo y un espacio crucial del tiempo: El emperador Adriano y el siglo II d c.

Un gran biógrafo, Anthony Birley, autor de, Adriano: el emperador que cambió el curso de la historia, biografía respetada por su rigor científico, ha aceptado, como muchos otros historiadores de prestigio, que la personalidad de Adriano descrita por Ud. es un retrato auténtico del verdadero Adriano, pero duda que se parezca al hombre que realmente fue.

Sugiere el profesor Birley que un historiador de verdad no debe meterse en la piel del biografiado, sino que debe deducir su carácter desde los hechos y los datos. En su caso, madame, lo encarna directamente, en primera persona y lo logra a perfección. En las biografías convencionales casi todos los biógrafos han escrito sobre los grandes hombres, Ud, escribió por uno de ellos, y lo ha hecho de manera magistral. Privilegio, talento, magia que no tiene uso en ninguna otra disciplina, y exclusivamente pueden ejercer seres humanos únicos dotados de una singular propiedad –ser simultáneamente parte de la nueva especie de hombres y mujeres de virtudes y gracia humana múltiple–, de mucho más alcance sensible y metafísico en sus percepciones que un hombre y una mujer definidos como tales.

Solo después de años de enamoramiento, seguimiento riguroso e investigación escrupulosa de un personaje de la historia antigua, Ud. ha conseguido su reencarnación intemporal mediante el arte de observar, sentir y escribir, conservando en equilibrio una gran preparación documental y erudita, combinada en su justa dimensión con una deslumbrante calidad narrativa, lo que hace que su obra no solo se mantenga en las fronteras de la novela histórica, sino que la supera hacia nuevas y genuinas formas de creación literaria, donde la historia, manteniendo su rigor científico, también es poetizada.

De allí su pertinente comentario en carta a su amigo el novelista alemán Josep Breitbach, que aquí rememoro: De todas mis obras, no hay ninguna en la que haya puesto, en cierto sentido, tanto de mí misma, tanto trabajo, tanto afán de absoluta sinceridad; ninguna otra donde yo me haya más deliberadamente eclipsado ante un tema que me excedía. Y en la misma carta continúa: Lo que, por contraste, me interesaba mostrar en Adriano, era que fue un gran pacificador que nunca se limitó a vanas palabras, un letrado, heredero de varias culturas, que fue asimismo el más enérgico de los hombres de Estado, un gran individualista y, por esa misma razón, un gran legislador y un gran reformador; un voluptuoso, y también (no digo pero también), un ciudadano, un amante obsesionado por sus recuerdos, unido por diversos lazos a varias personas, mas también y al mismo tiempo, y hasta el final, una de las mentes más controladas que jamás se dieron.

De todos los biógrafos cuyas letras han seguido mis ojos, por años –y mire que son algunos– el más sabio y brillante, que supo aproximarnos a la intimidad de sus personajes, un verdadero lector de almas, por su agudeza psicológica, orden mental, organización y belleza de su prosa, fue el maestro Stefan Zweig, pero solo Ud. con su encanto llegaría a posesionarse del espíritu de un individuo con tanta seguridad y tanta propiedad como lo logró en las Memorias de Adriano. A estas alturas de mi vida no puedo distinguir cuánto hay de él y cuanto de Ud. en el personaje, su mimetización para llegar a ser él empieza a parecerme expresión de una original literatura que se aproxima a lo más selecto y cultivado de las ciencias humanas.

Siento que Ud. logró algo del imposible del que habla Calvino como propósito de la literatura en una de sus conferencias: La literatura solo vive si se propone objetivos desmesurados incluso más allá de toda posibilidad de realización. La literatura seguirá teniendo una función únicamente si poetas y escritores se proponen tareas que ningún otro osó imaginar. Ud. hizo honor a ese noble objetivo al traernos al mundo moderno, como si fueran Lincoln, Churchill o Mitterrand, el carácter, el pensamiento y los gustos en un plano estético de una de las figuras más importantes de la antigüedad.

La definición de un estilo clásico y la búsqueda de la exactitud en lenguaje

Según Silvia Adela Kohan, en su libro Para escribir una novela, el estilo proviene de una serie de condicionamientos interiores, básicamente de la experiencia vivida y sentida, de cómo se ve la vida. Es producto de la manera de pensar, de concebir el mundo, de imaginar el futuro. Porque es el resultado de la calidad de las emociones y de las percepciones y de la capacidad que se tenga para transferirlas al papel. Pues es eso lo que convierte a un ser humano en escritor. Es una voz interior inconfundible, que fluye; cada persona tiene su propio ritmo, reconocer el de cada quien. es identificar la propia voz.

De las definiciones enumeradas por Kohan, la que más se emparenta con mi manera de sentir el estilo, es la atribuida a Truman Capote, autor de la célebre novela policial A Sangre Fría. Dudo que la narración de esa historia pueda ser transmitida con tan helado suspenso, agitación muda y ese toque especial de aquilatada perversión por alguien distinto a Capote, que se atrevió a hacer, en uno de los momentos más álgidos de su fama, carta de presentación la frase: Soy homosexual, soy un drogadicto, soy un genio.

Dice Truman Capote con su aguda inteligencia: ¿Qué es el estilo? ¿Qué es, como pregunta el zen Koan, el sonido de una mano? Nadie lo sabe realmente, sin embargo, uno lo sabe o no lo sabe. Para mí, si usted me permite una pequeña imagen muy simplista, el estilo es el espejo de la sensibilidad de un artista, en mayor grado que el contenido de sus obras.

Siento que el estilo en literatura no es otra cosa que la carta de presentación del alma de un escritor. Así como en la vida dejamos atrás adoración de héroes de infancia, hábitos que agradan pero nos afectan, modas frívolas, amores sin horizontes, amistades oscuras y exorcizamos vicios y desvirtudes, de la misma forma en asuntos de escritura solo la experiencia que da la práctica permite depurar de baches y artificios innecesarios la forma de presentación de ideas y lenguaje, para dejar libre al sol, ahora reafirmada, la esencia que le permite al escritor ser percibido como original y único en su estilo.

Quiero creer que a través de la vida el estilo mejora, se desprende de las escorias iniciáticas, se simplifica, encuentra su cauce, pero que el fondo queda enriquecido, o más bien confirmado por la vida. Recuerde, quien habla así tan acertadamente del estilo es Ud. a Matthieu Galley.

En su caso, es la herencia de los clásicos de la antigüedad lo que se sedimenta, después de publicada Alexis, de la muerte de su padre y de su largo periplo y aprendizaje por el mundo. Si antes el estilo, cuando escribió Alexis, era vacilante y sinuoso, la vida y su experiencia literaria con otras obras, especialmente, Fuegos y Denario de un Sueño, la han confirmado en sus convicciones sobre la valoración del mundo Greco-latino y sus visiones sobre el ser humano, el planeta y su futuro incierto. Su estilo ahora es solemne, seguro, preciso. Sobreviven y la definen los intentos originales de hacer literatura a partir de los clásicos, cuando concibió sus iniciales intentos, El vuelo de Ícaro, el Píndaro y el primer Adriano, quien sigue formando parte esencial de su vida, cual gran amor de historia trunca e inconclusa. Allí está su manera de contemplar el pasado, visionar el mundo y experimentar su sensibilidad para algún día transmitir con voz propia mediante la escritura.

Ese legado clásico y el amor que llega a profesar a las ideas y sentires del emperador romano, hace que de tanto estudiarlo, llegue a conocerlo y a entablar una relación directa con él, tan íntima y a su vez tan respetuosa por su imagen, sus miserias y su grandeza que de alguna manera termina siendo él. Ahora, (1948), cuando retoma su escritura, casi dos décadas después de publicado Alexis, no es un joven pianista confundido e inseguro que oculta su condición sexual no oficial. La duda originada por la culpa del pecado ha sido expiada y afianzada su condición sexual no oficial en la tolerancia del mundo de los últimos hombres libres del siglo II. Es el emperador Adriano, amo del mundo y practicante de inclinaciones sexuales no oficiales, condenadas moralmente en la sociedad actual, por la asunción de ideas a las que dio paso la cultura judeo-cristiana y la practica de una religión de un solo dios ( monoteísmo) y de la monogamia como única forma aceptada de convivencia en pareja entre hombre y mujer.

Un estilo clásico, académico, predomina al hablar en primera persona, en nombre de un emperador a lo largo de todas las páginas de su obra. Ese estilo expresa todas las condicionantes de sus convicciones, formación y su personalidad y tenía que expresarse en un lenguaje que ya se había depurado, descriptivo y a la vez poético. Las obras se hacen de lenguaje y cada escritor es un reconstructor de su lengua, de la mezcla de su lengua. Además, debe ser fiel a la realidad del tiempo que expresa. Si va a hablar en nombre de un emperador, su estilo debe estar impregnado de la tradición clásica, ha dicho Ud. Por eso su prosa es leve a pesar de su densidad. Precisa y mesurada, sin regodeos ni rebuscamientos. Austera de adjetivos y adornamientos, pero a su vez elegante y simétrica. Más que límpida, pulcra, de sintaxis impecable y aires grecolatinos.

Un lenguaje vital trabajado para la exactitud y la verdad, y elaborado sobre un conjunto de principios o técnicas para lograr según sus propias ideas la cristalización de una gran obra: la atención, la observación, la experiencia, la claridad y la humildad sin la cual no puede haber exactitud.

La primera obligación de un escritor es prestar atención a lo que siente. Lo que los taoístas llaman el vidya. Atención médica, casi científica. Inmensa atención al universo que lo envuelve. Para no equivocarse, para no confundirse a sí mismo. Ver exactamente lo que ocurre dentro y fuera de uno mismo. Por eso debe ponr toda la atención, todo el talento y toda la voluntad de que es capaz en una sola acción. La atención es una cualidad muy poco frecuente en nuestras sociedades. Atención a la mirada, a la vibración de los músculos, al movimiento de las manos, de los parpados. En esto la psicología oriental ha llegado más lejos en la relación del hombre consigo mismo.

La segunda, observar correctamente, es tan importante como pensar o más. Observar bien es el comienzo de un razonamiento válido, es ya en sí meditación.

La tercera, vivir, acrecentar la experiencia. Ibsen decía que quien deja de vivir solo escribe malos libros. No se puede hablar con propiedad de experiencias que no se han conocido.

La cuarta, se debe escribir con claridad casi infantil. Nada de frases complejas que hagan el texto oscuro. Se escribe para que todos nos lean con facilidad y puedan enamorarse para continuar.

Y finalmente, puntualiza Ud. para sus seguidores, ser muy humildes, no crearse grandes expectativas de reconocimiento. Basta con sentir mucha satisfacción de artesano mientras se construye la obra, lo demás dejarlo al azar del estupor.

Entre Alexis y Adriano hay tantas novedades, tanta búsqueda, tanto cielo al descubierto, tantas soledades y silencios, tantos paisajes de pinos y cedros, tantos encuentros y desencuentros amorosos, vitales experiencias de pasiones furtivas y ternuras anónimas, tanto de padecimientos, carencias, bienestares y goces, que juntos la reafirmaron en su cosmovisión y no hicieron otra cosa que fortalecer su distinguida vocación por las letras, la vida y la belleza.

Ítalo Calvino, en uno de sus libros de literatura más prolíficos, Seis propuestas para el próximo milenio –fruto de seis conferencias preparadas para dictar en el verano de 1985 (truncadas por la muerte) en la catedra Charles Eliot Norton Poetry Lecture, tituladas: Levedad, Rapidez, Exactitud, Visibilidad, Multiplicidad y El arte de empezar y el arte de terminar–, sugiere el emblema del cristal para valorar la calidad de la prosa. Este mineral, símbolo de transparencia, es el más bello símbolo de unión de los contrarios. Expresa limpidez y pureza, ideas claras y mente lúcida.

El cristal, con su talla exacta y su capacidad de refractar la luz, es el modelo de perfección que siempre ha sido un emblema, y esta predilección resulta más significativa desde que se sabe que ciertas propiedades del nacimiento y crecimiento de los cristales se asemejan a las de los seres biológicos más elementales, constituyéndose así casi un puente entre el mundo mineral y la materia viviente.

Ese emblema estaría relacionado principalmente a la exactitud, que tanto la obsesionó desde sus inicios, en sus propias palabras como historiadora y literata, más que la verdad. Por eso voy a permitirme citar algunas líneas de un ensayo de Livia Grotto, titulado: Literatura comparada a partir del emblema del cristal, que expresa un punto de vista digno de ser mencionado.

La exactitud contempla un diseño de la obra bien definido y calculado; la evocación de imágenes nítidas, incisivas, memorables, y un lenguaje preciso, pues cincela con fuerza cognitiva e inmediata. Para entregar las tonalidades del pensamiento y de la imaginación, no debe ser aproximativo, casual, negligente, automático, genérico, anónimo o abstracto. La exactitud y la inexactitud, el orden y el desorden, la atracción y la repulsión por lo infinito, serian polos de la tradición elegida por Ítalo Calvino para combatir un exceso de imágenes y sentidos ya vacíos y amorfos típicos del mundo contemporáneo.

Para Calvino, el emblema del cristal podría reunir una pléyade de escritores, la mayoría poetas y ensayistas de diferentes países, tales como Paul Valery, en Francia; Wallace Stevens, en los Estados Unidos; Gottfried Benn, en Alemania; Fernando Pessoa, en Portugal; Ramón Gómez de la Serna, en España; Massimo Bontempelli, en Italia; y Jorge Luis Borges, en Argentina.

Y afirma con convicción apasionada de verdadero italiano, asunto que siento debe confirmar la mayoría de los entendidos: Entre los valores que quisiera se transmitiesen al próximo milenio –los años que vivimos– figura sobre todo este: el de una literatura que haya hecho suyo el gusto por el orden mental y la exactitud, la inteligencia de la poesía y al mismo tiempo de la ciencia y de la filosofía, como la del Valery ensayista y prosista… Si tuviera que decir quién ha realizado a la perfección, en la narrativa, el ideal estético de Valery en cuanto a exactitud de imaginación y lenguaje, construyendo obras que responden a la rigurosa geometría del cristal y a la abstracción de un razonamiento deductivo, diría sin vacilar que Jorge Luis Borges.

No quiero lucir osado, y más que osado, atrevido con el Signore Calvino; en mi caso, es el juicio de un simple lector aficionado que ama las letras, y suscribe jubiloso su sentencia sobre esos dos genios de la literatura, pero la misma valoración que aplica para el ensayo, el cuento y la poesía con Valery y Borges debe reproducirse para la novela con Ud., Madame Yourcenar. Si alguna vez un texto condensó de manera ejemplar cálculo, disciplina mental y exactitud, entendida como evocación de imágenes nítidas, incisivas y memorables, y un lenguaje lo más preciso posible como expresión de matices del pensamiento y la imaginación, inteligencia de la poesía y simultáneamente de la ciencia y de la filosofía, asunto nada fácil en textos extensos, ello fue posible con mucho virtuosismo, en su obra cumbre, Memorias de Adriano.

Resulta imposible, cuando se produce el milagro estético donde el escritor se encuentra con el lector inducido por el encanto del estilo, la calidad del lenguaje y la exactitud de la prosa, que en ese instante no se encienda una chispa en la memoria de ambos: por un lado, que se inicie el fuego de un llamativo candelabro que se consume sensualmente en la noche, como parte de una lectura romántica o un amor de ocasión, o en su lugar, que se convierta en un vasto y apasionado fuego que remueva del tal forma la existencia del lector, que lo deje a expensas del escritor para que este lo haga un amante perpetuo. Acontece con su prosa, que, cuando Ud. se posesiona de los lectores, ya no es posible ponerla a un lado, abandonarla, menos aún olvidarla. Su lectura es más que un sutil llamado de atención, es un firme mandato, de yo estoy aquí. Después del encuentro con la esencia de su literatura las paginas no se pasan en vano. Son hojas hechas de papel gala en las que uno se regodea en cada tramo como si bailara toda la noche en una fiesta inolvidable. Ninguno de sus selectos lectores, estoy seguro, sale ileso después de haberla leído. Quien se aproxima a sus lecturas, si sabe valorar, quedará enamorado para siempre.

Siento que la calidad literaria de Memorias de Adriano la ubica a Ud., como una dama encantada de las letras, por su virtuosismo y dones, y a su libro como un clásico en la exacta definición de Borges, que toma al I Ching de referencia –libro de filosofía y adivinacion del que Confucio dijo que dedicaría cincuenta años a su estudio –:

Un clásico es un libro que una nación o grupo de naciones o el largo tiempo han decidido leer como si en sus páginas todo fuera deliberado, fatal, profundo como el cosmos y capaz de interpretaciones sin término.

Aunque nos advierta con clasica sabiduría: Previsiblemente, esas decisiones varian. Para los alemanes y austriaco el Fausto es una obra genial; para otros, una de las mas famosas formas del tedio, como el Segundo Paraíso de Milton o las obras de Rabelais. Libros como el de Job, la Divina Comedia… prometen una larga inmortalidad, pero nada sabemos del porvenir, salvo que diferirá del presente. Una preferencia bien puede ser una superticion.

Si cuando escribió Alexis era un Chef con mucho oficio que preparaba maravillosamente  ensaladas y otros platillos. Ahora, estoy seguro de que después de Adriano quedó lista para preparar y servir cualquiera de las exquisiteces vegetarianas mas sofisticadas con el reconocimiento, la venia y el aplausos de los mejores chefs del mundo.