
El 7 de mayo de 1971 el diario El Nacional publicó el encuentro entre dos maestros venezolanos: Carlos Cruz-Diez, entonces un artista consagrado residenciado en París, y Miyó Vestrini, poeta fundamental y destacada periodista cultural. El material forma parte de la antología 70 años de entrevistas, publicado por Banesco y disponible en la Biblioteca Digital Banesco
Por MIYÓ VESTRINI
Obras recientes del pintor Carlos Cruz Diez –que tratan de poner en evidencia el comportamiento del color por adición, de allí el término “color aditivo”–, así como un muro de seis metros de largo, podrán verse a partir del domingo próximo en la Galería Conkright.
El artista viajó especialmente desde París, para estar presente en la inauguración de la muestra, la tercera que realiza en Venezuela, desde que se residenciara en Francia hace ya once años. Simultáneamente con esta exposición en la Galería Conkright, Cruz Diez expone en galerías de Toronto, Canadá y Dusseldorf, Alemania.
El pintor trae impresionantes patillas que no alteran, sin embargo, su buen humor y sencillez. En Cruz Diez la voluntad de comunicación no es fábula, ni simple decir: quiere que se entienda su trabajo, que se conozcan sus ideas, que se aprecie su actitud frente al arte y el mundo que lo rodea. Todos sus esfuerzos tienden hacia ello y de allí que una conversación con él sea tan agradable, tan auténtica. Consagrado unánimemente por la crítica europea, Cruz Diez asume esta favorable respuesta a su trabajo, con una modestia y naturalidad muy raras en nuestro medio. Su a veces difícil y árida teoría en torno al color, se convierte rápidamente en algo simple y accesible, cuando él muestra su obra y se toma el tiempo y la molestia de detallar cada línea, cada color.
¿Por qué líneas de colores rojo, verde, blanco y negro, crean una gama diferente a los utilizados?
Tal es la pregunta que ha interesado a Cruz Diez y en torno a la cual ha estructurado gran par te de sus proposiciones: esta experiencia, unida al fenómeno de interferencias, lo ha llevado a realizar lo que él llama “color aditivo”, “cromointerferencias” e “inducción cromática”.
Cruz Diez ha tomado el color como una fenomenología, o sea como él mismo lo expresa, “el color es una situación evolutiva, una realidad que actúa con la misma violencia sobre el ser humano, como lo frío, lo caliente, la libido, el sonido, etc.”.
–Lo que sucede entre esta situación evolutiva y la complicidad e implicación de cada espectador –afirma– es para mí una nueva noción del arte.
Un taller en Venezuela
Aunque sin querer proporcionar mayores detalles, Cruz Diez expresó el deseo de estrechar sus vínculos con el país. Para ello, tiene un proyecto muy concreto: abrir en Caracas un taller donde trabajaría durante seis meses y los otros seis permanecería en París. Dicho taller, al cual tendrían libre acceso los jóvenes artistas que así lo deseasen, permitiría a Cruz Diez vivir de muy cerca la realidad y los problemas venezolanos.
–Aquí se ha sentido con fuerza cierto éxodo hacia Europa, y particularmente hacia París. ¿Cómo se siente allá este éxodo?
–Es cierto que el número de latinoamericanos residenciados en París es muy elevado. Bastaría citar por ejemplo, la reciente exposición “Grandes y jóvenes de hoy”, celebrada en París hace poco y donde participaron 27 latinoamericanos, de los cuales 19 eran venezolanos. Es obvio, que el trabajo de los latinoamericanos impresiona a los franceses y europeos en general, por la frescura y originalidad de sus proposiciones. Creo que en Francia, concretamente, el movimiento de mayo del 68 y sus posteriores resultados, desalentó mucho a los artistas. Hay como un receso, una revisión: digamos que mayo se ha consumido. Hoy en Auropa la mirada está puesta sobre italianos, latinoamericanos y ciertos alemanes.
Esta violenta “mise en cause” del arte y los artistas, surgida dentro del seno mismo del mo vimiento de mayo del 68, estremeció las bases de todo el sistema en el que se movían los artis tas franceses. Y se llevó inclusive a asentar como principio la inutilidad del arte.
–Yo no creo que el arte sea inútil –opinó Cruz Diez–. Quienes sustentan esto señalan que un arte burgués realizado para una sociedad de consumo fortalece el sistema. Pero pienso que el no pintar no va a cambiar nada. Los mecanismos para cambiar el sistema no están en las galerías. Y son los mecanismos de poder los que deben ser destruidos.
Para Cruz Diez, es obvio que lo fundamental reside en una “distribución” del trabajo. En lo que a él concierne –y lo da como ejemplo muy concreto– sus búsquedas, sus experiencias, su trabajo mismo como creador, constituyen un trabajo, una función, muy precisas. No podría pedírsele que fuera líder político o que manejara armas o que militara en algún partido, ya que ninguna de esas labores serían cumplidas con la eficacia requerida. Cada creador, en medio de esta violenta crisis de ideas, debe tener conciencia de que contribuye a cambiar el pensamiento del espectador con su propia obra.
Es así como la idea del cinetismo en Cruz Diez, no es sólo el hecho del movimiento, sino la creación de “otra realidad” aparente, de un “acontecimiento” donde cosas se suceden y se transforman en el tiempo y en el espacio, implicando al espectador. Una obra, afirma, donde el principal móvil estético es la creación de un soporte para un acontecimiento y la eficacia de su evidencia. Una especie de realidad autónoma: no una versión de la naturaleza. Es hacer un arte de la “realidad”.
Una ambientación fabulosa
Carlos Cruz Diez y otros artistas contemporáneos latinoamericanos no solamente exponen su trabajo en galerías. En efecto, y de acuerdo a una ley francesa, según la cual “el uno por ciento de las construcciones estará dedicado al arte”, pueden participar en forma directa y cálida a todas las formas de vida cotidiana de la población (por cierto que Cruz Diez tuvo la oportunidad de colocar sus ambientes de cromosaturación en pleno Barrio Latino, cosa que en nuestro país sería bastante difícil de lograr…). Actualmente, Cruz Diez, y el mismo Soto, reciben con frecuencia solicitudes de ambientaciones fabulosas en edificios privados y públicos.
–Estoy trabajando en una ambientación para la Universidad de Villataneuse, donde se levantará una torre cromointerferente y un ambiente cromosaturado para el anfiteatro de la Universidad –reveló Cruz Diez–. La torre tiene un mecanismo móvil que sube y baja a lo largo de su estructura a una velocidad de 36 centímetros por minuto, lo cual produce ondas visuales de un efecto muy particular. En cuanto al ambiente cromosaturado, lo crearé en el anfiteatro de la universidad, que tiene 45 por 45 metros y está ubicado debajo de una gran pérgola. Tres columnas de luz (rojo, verde y azul, con potencia de 18 kilovatios por luz), bajarán desde el techo y sus efectos serán como los de vitrales en una catedral. Según la zona donde se ubiquen las personas, estarán saturadas por determinado color.
Además de estas proposiciones, Cruz Diez hará en el Bois de Vincennes, por encargo del Centro Nacional Contemporáneo, un laberinto de cromosaturación. Ubicado en un lugar estratégico del bosque, obligará al público a penetrar por el laberinto, apreciando desde adentro, la transformación total del paisaje a medida que avanza por las diferentes zonas de color. Pequeños agujeros en los vidrios, al dejar penetrar la luz natural, crearán puntos luminosos flotantes en el ambiente cromosaturado.
Ir hacia sensaciones
Todo lo que propone Cruz Diez son situaciones. Y es importante partir de este criterio para colocarse frente a su obra sin patrones culturales determinados. Dejarse envolver y arrastrar por la situación propuesta, en este caso el color, no de teniéndose jamás en definiciones o limitaciones preestablecidas.
–Los patrones culturales contribuyen a la ceguera –señaló–. Se pierde la facultad de ver. Mientras menos patrones culturales se tengan, más receptivo se es a la vanguardia cultural. Hay que intentar despertar esa cosa dormida que hay en nosotros, reaprender a mirar. La cultura es muy vieja, hay que renovarla y para ello, debemos ir hacia las sensaciones, destruyendo los patrones culturales.
Lo que en el fondo propone Cruz Diez, no es pues, sino una amplia y total libertad interior para reaprender a situarse frente a las cosas sin trabas. Convertir la mirada en un gesto puro, elemental, he allí la mejor manera de enfrentarse al arte contemporáneo. Y esa experiencia puede llevarse a cabo plenamente, frente a las obras que expone en la Conkright. Hay en ellas la posibilidad absoluta de comprender ese color autónomo, como situación evolutiva en el espacio, y de sumergirse en un mundo no alucinado, sino real, con el cual, hace ya mucho tiempo, hemos perdido contacto auténtico.
*70 años de entrevistas en Venezuela. Selección: Sergio Dahbar. Prólogo: Francisco Suniaga. Banesco. Venezuela.
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