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Bolívar: la espada y la rosa

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Por FRANCIA COROMOTO ANDRADE

Las historias nacionales de Occidente durante los siglos  XVIII y  XIX fueron una vorágine de sentimientos que dialogaron con las historias ficcionales. Traiciones, conspiraciones,  guerras  y relaciones clandestinas, todo  lo encontramos en estos siglos de grandes cambios, amores y héroes.

En ese contexto, el héroe romántico es el personaje Tipo del imaginario social, y eso lo podemos constatar en la historia y en la literatura de la época. Luego, en el siglo XX, la magia del cine lo ha recreado. Quizás el héroe cinematográfico que recordamos más apegado a la estética romántica es el legendario Zorro: educado, rico, sensible, valiente y apasionado por la justicia. En fin, el modelo de hombre que dibuja el Romanticismo, un movimiento artístico e ideológico.

Nos preguntamos entonces si esta corriente solo  se traduce en novelas de ídolos y relatos de amor  desdichado. La respuesta puede darla el curso de la historia y el comportamiento de los personajes reales de esos siglos, que estuvieron ajustados a ese ideal.

El Romanticismo, más que una posición ideológica, es una visión del mundo y bajo esta perspectiva se estremecen valores como el amor, la libertad, la justicia, entre otras cosas. Asimismo, esta corriente vuelve a la naturaleza y es en ella donde se gestan sentimientos e ideas heroicas y sublimes. Un ejemplo de esto lo encontramos en el célebre juramento de Bolívar en el Monte Sacro.

Frente a Roma, el héroe proclama ideas libertarias en medio de la naturaleza, con todo el equipaje lingüístico que identifica al Romanticismo: Dios, libertad y justicia. El juramento se presenta como un discurso marcado por esos rasgos:  «¡Juro delante de usted, juro por el Dios de mis padres, juro por ellos, juro por mi honor y juro por mi patria, que no daré descanso a mi brazo, ni reposo a mi alma, hasta que haya roto las cadenas que nos oprimen por voluntad del poder español!».

Sin duda, esta escena no puede ser más romántica, todos los elementos estéticos fueron plasmados en ese discurso. Con este marco, nos situamos en una época de grandes batallas: Waterloo y  Carabobo, esta última, liderada por nuestro héroe Bolívar, perfilado en el mismo modelo que Napoleón Bonaparte. Ambos hijos de las ideas Rousseaunianas: pero que,  aunque la razón les aconsejara, el corazón los impulsaba.

Toda la narrativa de  Bolívar versa sobre  su valentía y arrojo. Pero de lo que no se habla mucho es de Bolívar como hombre sentimental. Sin embargo, podemos verlo en  las cartas de amor que intercambió con Manuela Sáenz. Una mujer que se separó de su esposo para seguir al héroe. Y aquí un complemento perfecto de lo que significa el Romanticismo:   todo se arriesga por amor.

El intercambio epistolar entre Bolívar  y Manuela comienza aproximadamente hacia 1822. Esta primera carta revela un romance que ya venía desarrollándose, y es una respuesta al  reclamo femenino al que Bolívar responde  galante, atendiendo al deber ser de un hombre de su tiempo y de su estatus.

La carta dice lo siguiente:

Quiero contestarte, bellísima manuela, a tus requerimientos de amor que son muy justos. Pero he de ser sincero para quien como tú, todo me lo ha dado. Antes no hubo ilusión, no porque no te amara, Manuela. Y es tiempo de que sepas que antes amé a otra con singular pasión de juventud… No esquivo tus llamados que me son caros a mi deseo y a mi pasión. Solo reflexiono y te doy un tiempo a ti, pues tus palabras me obligan a regresar a ti; porque sé que esta es mi época de amarte y de amarnos mutuamente.

En estas letras se muestra el modelo romántico en las características del contexto y sus personajes: una relación intermitente y ansiosa, la ausencia del amado, entre otros. Es una historia de pasiones que comienza con la infidelidad de ella, quien al separarse de su esposo se une a la lucha libertadora con Bolívar: el amor de su vida. Por otro lado, el intercambio epistolar fogoso en medio de la guerra es un ingrediente infalible en los relatos románticos de cualquier época. La pluma y el papel en este escenario fueron los grandes aliados de los amantes, pero más que eso, son un símbolo de las separaciones forzadas y del amor a distancia.

Una muestra de la angustia por ausencia la encontramos en una carta de Manuela a Bolívar fechada en 1823. Veamos:

General Simón Bolívar

Muy Señor mío:

Aquí estoy yo, esperándole. No me niegue su presencia de usted. Sabe que me dejó en delirio y no va a irse sin verme y sin hablar… con su amiga, que es loca y desesperadamente.

                                                                                                       Manuela

Aquí hay todo lo que usted soñó y me dijo sobre el encuentro de Romeo y Julieta… y exuberancias de mí misma.

Al trasluz de este texto, vemos no solo a una  Manuela anhelante, sino a una mujer desbordada de pasión y admiración por Bolívar. El discurso en esta pequeña esquela gira en torno a las palabras “delirio” y “loca”, que insinúan la pérdida de la razón por amor; una característica del discurso romántico cuando se trata de  amores obsesivos.

Bolívar, por su parte, sublima a Manuela y la eleva a la categoría de ninfa. El erotismo exudado en sus letras trasciende la atracción sexual. Manuela para él es su inspiración y  la representación etérea de la lealtad.

La siguiente carta lo confirma:

Cuartel General Pasto, a 30 de enero de 1823

Mi adorada Manuelita:

Recibí tu apreciable que regocijó mi alma, al mismo tiempo que me hizo saltar de la cama; de lo contrario, esta hubiera sido víctima de la provocada ansiedad en mí. Manuela bella, Manuela mía, hoy mismo dejo todo y voy, cual centella que traspasa el universo, a encontrarme con la más dulce y tierna mujercita que colma mis pasiones con el ansia infinita de gozarte aquí y ahora, sin que importen las distancias. ¿Cómo lo sientes, ah? ¿Verdad que también estoy loco por ti? Tú me nombras y me tienes al instante. Pues sepa usted, mi amiga, que estoy en este momento cantando la música y tarareando el sonido que tú escuchas… Tuyo, Bolívar

Por otro lado, Bolívar, fiel a su formación, desarrolla en su escritura  un estilo retórico  propio del Romanticismo Alemán, metaforizando la relación con amantes inmortales de finales trágicos como Marco Antonio y Cleopatra, así como la mención de personajes mitológicos. Este rasgo también se puede observar en un fragmento de la carta anterior, veamos:

Pienso en tus ojos, tu cabello, en el aroma de tu cuerpo y la tersura de tu piel y empaco inmediatamente, como Marco Antonio fue hacia Cleopatra. Veo tu etérea figura ante mis ojos, y escucho el murmullo que  quiere escaparse de tu boca, desesperadamente, para salir a mi encuentro. Espérame, y hazlo, ataviada con ese velo azul y transparente, igual que la ninfa que cautiva al argonauta.

El melodrama  también  define las historias de amor, y el Romanticismo como corriente literaria así lo ha desarrollado. En el epistolario de Bolívar y Manuela  encontramos huellas de este rasgo en una relación insuflada no solo por el amor y el sexo, sino por los celos.  Bolívar nunca estuvo seguro de tenerla. Al principio, por su condición de mujer casada y luego el temor a perderla por la ausencia y la distancia. En este sentido, localizamos algunas cartas que dan fe de ello. La angustia de Bolívar por perder a Manuela en algunos momentos llegó a niveles de histeria;  reacción que es justamente, el motor del melodrama. Veamos:

Turbaco, a 2 de octubre de 1830

Mi adorada Manuelita:

Tú, Manuela mía, con tu férrea voluntad te resistes a verme. Tu influencia sobre mi espíritu ya no está más conmigo, y turbado por la circunstancia de la amistad y el dolor de separarme para siempre de la patria, que me dio la vida, no encuentro consuelo. Donde te halles, allí mi alma hallará el alivio de tu presencia aunque lejana. Si no tengo a mi Manuela, ¡no tengo nada! En mí solo hay los despojos de un hombre que solo se reanimará si tú vienes. Ven para estar juntos.

Vente, ruego.

Tuyo,

Bolívar

La histeria junto con la tristeza y la depresión constituyen la atmósfera emocional de la estética romántica. Lo podemos ver en algunas obras de Goethe y otros autores. Pero de la forma que sea, el Romanticismo enfoca sus historias en personajes signados por la angustia, la inseguridad y la desesperanza. En algunas obras el desenlace es el suicidio. Bolívar, como hombre modelado por esta corriente, no escapa a un comportamiento ansioso. Obviamente, no llegó al suicidio pero sí a escribir cartas desesperadas como lo podemos ver en las líneas de  la siguiente epístola:

La Magdalena, julio de 1826

A Manuela Sáenz

Mi adorada: ¿Con qué tú no me contestas claramente sobre tu terrible viaje a Londres???!!! ¿Es posible, mi amiga? Vamos, no te vengas con enigmas misteriosos. Diga Vmd. la verdad; y no se vaya Vmd. a ninguna parte. Yo lo quiero resueltamente.

Responde a lo que te escribí el otro día de un modo que yo pueda saber con certeza tu determinación.

Tú quieres verme, siquiera con los ojos. Yo también quiero verte, y reverte y tocarte y sentirte y saborearte y unirte a mí por todos los contactos. ¿A que tú no quieres tanto como yo? Pues bien, ésta es la más pura y la más cordial verdad. Aprende a amar y no te vayas ni aún con Dios mismo.

A la mujer ÚNICA, como tú me llamas a mí.

Tuyo.

Esta misiva es un huracán de emociones; los celos, la desesperación y el erotismo envuelven  el discurso, que luego desemboca  en la confesión de entrega y exclusividad, otra característica del Romanticismo. Asimismo, el imaginario de los  seres que se fusionan por amor se observa  en varios lugares de este texto, pero lo más notable es la despedida. Bolívar cierra esta carta con la palabra “tuyo”, para abrazarse a la entrega amorosa,  sin muchos rodeos. Y aquí continuamos viendo el melodrama.

La literatura romántica en América contiene abundantes historias melodramáticas, María, de Jorge Isaac (1867), es un ejemplo de ello, en esa historia encontramos un final fúnebre, y es que morir por amor también es un acto heroico y romántico.

Pero la muerte por amor no selló la relación de Bolívar y Manuela. Aunque la muerte siempre  acechó a Bolívar  en su lucha por la libertad. No obstante, en la estética romántica,  cuando el  héroe  presiente el final, desea acompañarse de la mujer que ama. Y esto se evidencia en una carta sin fecha que,  se intuye, escribió nuestro héroe al término de su vida. La carta dice lo siguiente:

El hielo de mis años se reanima con tus bondades y gracias. Tu amor da una vida que está expirando. Yo no puedo estar sin ti, no puedo privarme voluntariamente de mi Manuela. No tengo tantas fuerzas como tú para no verte: apenas basta una inmensa distancia; te veo aunque lejos de ti. Ven, ven, ven, luego.

Tuyo de alma. Bolívar.

Esta es quizás una de sus últimas cartas. En todo caso, estas letras reafirman la personalidad romántica del héroe americano que ante la inminencia del final clama por la presencia de  la amada.

El Romanticismo más que una posición literaria o política fue una forma de vida y de ella no escapó casi ningún prócer de la independencia venezolana. Simón Bolívar, obviamente, fue formado tanto intelectual como socialmente con los principios del Romanticismo.

No cabe duda, después de leer estas cartas, que Bolívar fue un héroe romántico con todas sus fuerzas. Un hombre que arrastró varias tragedias personales: orfandad, viudez temprana y una relación tormentosa con su amante; sellada por las distancias, las ausencias y los rigores de la guerra. Sin embargo, un hombre que pese a las circunstancias creyó en el amor, en sus sueños y en la libertad. Tal y como fueron los personajes románticos en la literatura de los siglos XVIII y XIX.

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