
“El movimiento y las expresiones faciales llevados a una lentitud asombrosa revelan, como en un fresco, la naturaleza y personalidad de cada uno de ellos en medio de una atmósfera psicológica donde el espectador descubre sus estados de desasosiego, dolor, ira y compasión”
Por EDGAR CHERUBINI LECUNA
Bill Viola (1951-2024) se definió a sí mismo como un escultor del tiempo. Mediante la utilización de cámaras y programas de video de alta velocidad, al ralentizar el movimiento al máximo, este artista logró captar los detalles que el ojo no puede ver, brindando al espectador una lectura inusitada de la lenta anatomía de un movimiento, del perpetuo transcurrir de un gesto. Sus propuestas profundizan en la idea de que, el movimiento, al desacelerarlo al límite, sin detenerlo, nos muestra un ritmo particular en su fragmentación. En su intento de conjurar la fugacidad del tiempo, el artista detiene el presente en medio del flujo de una acción, buscando eternizar un instante.
La primera obra de Bill Viola que presencié fue Emergence (2002), expuesta en el Getty Museum de Los Ángeles. En una de las salas me topé con una conmovedora escena inspirada en el Cristo in pietà del pintor italiano del siglo XII, Masolino da Panicale. Allí, Viola interpreta cabalmente el significante simbólico de Masolino sobre la redención. En Lugar de la Madonna y San Juan evangelista, Viola coloca a dos mujeres que presencian cómo una cisterna de mármol comienza a desbordarse en extrema cámara lenta, mientras emerge de entre las aguas un joven de una palidez extraordinaria. El milagro sorprende a ambas, quienes lo reciben en sus regazos y le prestan cuidados y caricias. El espectador podría interpretar que se trata de una metáfora de la pasión de Cristo, sin embargo, la asociación es ambigua ya que las aguas en las que ha estado inmerso para luego surgir simbolizan el nacimiento, el bautismo o la resurrección, tal y como lo planteó da Panicale en su fresco. Sin embargo, el hecho de ser acogido en el regazo de las mujeres simboliza la muerte.
Como lo afirma el crítico Jérome Neutres, “Viola es un pintor que ha inventado una nueva paleta de colores tecnológica y digital, que utiliza para pintar frescos en movimiento”. Esto es así en The Quintet of the Atonished (2.000), que admiramos en la exposición Bill Viola (2014), en el Grand Palais de París, donde muestra a cinco personas, próximas las unas a las otras, expresando sus emociones sin tomar en cuenta la presencia del otro. En una escena que transcurre durante 15 minutos, solo los personajes están iluminados en un entorno donde se ha abolido la referencia espacial. El movimiento y las expresiones faciales llevados a una lentitud asombrosa revelan, como en un fresco, la naturaleza y personalidad de cada uno de ellos en medio de una atmósfera psicológica donde el espectador descubre sus estados de desasosiego, dolor, ira y compasión. Otra de sus obras, Tristan’s Ascension (2005), video utilizado por la Ópera de París en 2014, para la puesta en escena de Tristán e Isolda, describe la ascensión del alma después de la muerte, en el momento en que esta se despierta siendo transportada dentro de una poderosa y estrepitosa cascada.
En los siete minutos de Reflecting Pool (1977), un hombre surge del bosque y al toparse con una alberca, se impulsa y salta para zambullirse, pero al capturar el cuerpo en el aire, la imagen permanece cuasi congelada mientras el viento mueve los árboles y en el agua se reflejan las nubes en movimiento; el ritmo de la naturaleza continúa inexorable hasta que el cuerpo del hombre se eterniza y se funde con el bosque. Es una búsqueda estética que se aproxima a la meditación, lo que Viola propone es como si uno pudiera sustraer una nota de una melodía y escucharla solo a esta sin interrumpir el desarrollo y los tiempos de la partitura. Los milisegundos de un gesto mostrado por Viola en sus videos parecen eternos y nos inducen a pensar en la expansión ilimitada que posee nuestra propia vida en cada instante vital y que todo el mundo fenoménico existe en un solo instante de la vida. Sus videos nos conmueven y motivan a reflexionar sobre lo que comúnmente no vemos, que el tiempo es una sucesión de instantes y si pudiéramos detener uno solo y vivir en él, al decir de Borges, no tendrían cabida ni la decadencia ni el adiós. El 12 de julio de 2024, la vida de Bill Viola se detuvo en un instante eterno.
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