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«Archivologías» de Eduardo Vargas Rico

Hasta hoy estará abierta la exposición “Archivologías (lógicas de un archivo local)”, del artista multidisciplinar Eduardo Vargas Rico

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El archivo es ante todo la ley de lo que puede ser dicho, el sistema que rige 

la aparición de los enunciados como acontecimientos singulares

Michel Foucault

Si algún nudo metodológico podríamos añadir a la trepidante historia de las sociedades contemporáneas, tal vez el archivo sería la estructura capital del conocimiento que parece dirigir los ejercicios de poder de nuestro mundo contemporáneo. Ya hacia finales de los años 60, Foucault apelaba a esta figura en su texto la Arqueología del saber, para develar una buena parte de la metodología usada en muchas de sus reflexiones y presentar esta figura no como una simple estructura de resguardo de la memoria sino como un documento de enunciaciones del poder que empezaba a dirigir las formas de recapitulación del pasado. Así, en el futuro, el conocimiento de la historia no estaría solo albergado por el saber canónico de la biblioteca, sino con mayor potencia por ese nuevo canon de jerarquías y especulaciones, entidad a un tiempo reveladora y cruel que sería el testigo depositario de una historia tan colmada de referencias y encuentros como de olvidos y desapariciones.

De los archivos bibliográficos, audiovisuales, historiográficos y hemerográficos –entre muchas otras asignaciones– nuestro mundo contemporáneo ha multiplicado esta posibilidad anunciada por Foucault hasta el infinito. En nuestro espacio virtual de saberes y aprehensiones, de gustos y recuerdos, de recuperaciones y evanescencias, el archivo digital se ha vuelto una fuerza centrípeta, multiplicando con una velocidad inusitada la aparición y desaparición de la verdad en una atmósfera repleta de figuraciones, movimiento inusual que incluso ha llevado al lugar de obra de arte a los documentos impresos de un pasado no tan lejano. Muchas vertientes de este complejo paradigma contemporáneo que vivimos, conforman el sedimento que atraviesa cada uno de los capítulos de la propuesta más reciente del artista Eduardo Vargas Rico, la cual se exhibe hasta este domingo 9 de junio en la Galería Spazio Zero de la ciudad de Caracas bajo el nombre Archivologías, lógicas de un archivo local.

Entrar a la sala de exposiciones es sumergirse en una inquietante experiencia. Allí, a cada paso que damos, penetramos en un cúmulo excepcional de documentos visuales y testimonios en aparente ruina, los cuales con sus presencias y acabados formales recomponen los ámbitos museográficos de esa extensión museal que recorremos. En las demarcaciones de esta suerte de nueva genealogía edificada por el artista, la percepción se disloca mientras va reconstruyendo las fisuras y los enlaces, las supresiones e iluminaciones, los vacíos y plenitudes de una semblanza que deambula y reaparece por entre los quiebres de vaciados de cemento, deshechos de cartón, rastros de tierra, fracciones de vidrio, figuraciones del metal, copias alegóricas, fotografías extraviadas, escombros perdidos y trozos textuales. En esta extravagante narrativa las reorganizaciones de ese archivo destacan por el planteamiento de una cartografía personal con la cual Vargas Rico no solo debate su derecho a fijarse en el mundo y a contarse a sí mismo como parte de una historia otra al borde de la desaparición, sino también por el despertar de un espacio heterotópico que en el mejor estilo foucaultiano desata el encuentro con una clasificación incomprensible e impensable, la cual pone a su vez en discusión todas las otras clasificaciones. En ese desmoronamiento reordenado y estetizante, el archivo de Vargas Rico se vuelve tela de juicio para todos los otros órdenes y distribuciones normales que, al decir de Foucault, se han convertido en posibles por ser en esencia pensables para todos nosotros. La pregunta decisiva es sondear por entre los bordes y linderos de aquellos criterios con los cuales ordenamos el mundo: por qué asignamos, cómo dividimos, con qué fines catalogamos, reunimos, segmentamos, distribuimos, excluimos y finalmente institucionalizamos.

El trabajo artístico de Eduardo Vargas Rico está conformado por un conjunto de obras desprendidas desde los cruces de la experiencia íntima (local), albergada en una relación de complejas interrogantes entre las formas de construcción de su historia –como promesa del vacío, la desaparición y la muerte– frente a las variables del entorno y los enunciados oficiales de nuestro también quebrantado orbe de verdades supuestas (global). De esta forma cada obra se dinamiza como el resultado activo de un recorrido que da pie a un doble testimonio: por un lado, el diario personal del gesto privado y vinculante; y por el otro, la consolidación de un documento colectivo, metáfora que desde el yo se ha transfigurado en obra para abrirse hacia el espectador e interpelarlo, atendiendo a las problemáticas sociales, económicas y políticas que traspapelan la identidad en contextos sitiados por transformaciones perennes. Las relaciones entre el cuerpo y la vacilante cartografía del contexto es un movimiento profundo y sutil que siempre le acompaña como creador, una alusión a la falla geográfica, al suelo inestable, a los espejismos, a las reliquias, a las marcas y los fragmentos que va dejando lo corpóreo en su sinuoso paso por terrenos tambaleantes.

Con una fuerza significativa, la obra de este artista rebate las líneas oficiales de la historia conocida y de la trama porvenir. Surge de epigramas colmados de desasosiegos, colonizaciones e imperios, de opresiones y contingencias que parecen regresar una y otra vez. Es un proceso que se niega a sí mismo en una lógica de archivo que acontece en el borde de lo pensable, de lo posible, y que desciende hacia las fuerzas irrefrenables del ser y de lo que ese ser proyecta más allá de las líneas acreditadas del orden y la razón. En su transcurrir tan petrificado como vertiginoso, en ese pasado que no solo amplía los acontecimientos del presente, sino que también dibuja los espejismos del futuro, cada pieza adquiere la capacidad de abrir para nosotros la peripecia cismática de la historia junto a la cadencia in-finita de la existencia, en ese uno que también somos todos. Lugar, suceso, individuo y sociedad son en este caso enunciados vistos no como un curso lineal de acontecimientos sino como la revelación de esa vorágine indescifrable que es el instante: construcción alejada de la representación ecuánime de la realidad, magma que desbasta zonas ocultas para volverse caudal, resonancias de un trasfondo minado, de un orden transitorio –no el medido, ni el legal, ni el regulado– que repentinamente es develado y tachado, y que en su breve permanencia frente a nosotros convoca el trastocamiento de la percepción, el debate de los sentidos, el derrumbe de esa memoria fugaz que levemente nos sostiene en los debilitados fragmentos de este perturbado espacio-tiempo que nos ha tocado vivir.

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