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¿Y la sororidad con Corina Machado?

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Corina Machado es una mujer valiente, carismática y con el mismo número de neuronas que de ovarios, abundantes en ambos casos. Ella se ha echado encima la tarea heroica de derribar a un régimen abyecto, mafioso, corrupto, violento, liberticida, empobrecedor y tiránico encabezado por un payaso en chándal, que es el uniforme oficial de los sátrapas en Venezuela o Cuba: lo que aquí utilizan, a partir de los 40, solo camellos y presidiarios, allí es el disfraz con el que intentan simular una campechanía inexistente.

A Corina, que supo renunciar a sus ambiciones personales para integrar bajo un único mando a toda la oposición venezolana, la inhabilitó el régimen y ahora quiere detenerla, tal y como ha dicho uno de los mayores sicarios de Maduro, hermano de Delcy Rodríguez y presidente de una de esas instituciones que, como aquí en España el Tribunal Constitucional, trabaja en la legalización vergonzosa de los peores abusos del Patrón.

El tal Jorge Rodríguez, presidente de la Asamblea Nacional y jefe de campaña del Profesor Jirafales, amenazó con una frase que tampoco suena ya extraña en boca de los heraldos del régimen sanchista, aún no tan siniestro pero en la misma deriva caribeña:

«Con el fascismo no se transige, se le aplican las leyes. Con esto quiero decir que (…) tienen que ir presos sus jefes (…), no me refiero solamente a María Corina Machado, que tiene que ir presa, me refiero a Edmundo González Urrutia, porque él es el jefe de la conspiración fascista que están intentando imponer en Venezuela. Esa es la verdad».

La escena, rematada con Maduro desafiando al ganador real de las elecciones a acudir al palacio de Miraflores a enfrentarse con él, preludia un conflicto sangriento entre el Ejército chavista y sus matones contra la población civil, ya en fase inicial, y coloca a Corina en el punto de mira de esa violencia institucionalizada que animaliza a los rivales para justificar su sacrificio.

Hay pocas mujeres en el mundo, pues, que reúnan tantas virtudes cívicas, políticas, personales y morales. Y sin embargo, no despierta sororidad, empatía, complicidad y todos esos sentimientos que llenan la boca cotidiana de las profesionales del feminismo oficial en España. ¿Hay algo más definitorio del empoderamiento que una mujer valiente e inteligente luchando contra una satrapía feroz, jugándose la vida y encabezando a todo un pueblo en una épica resistencia democrática?

Ninguna distancia ideológica existe ni prevalece cuando el combate es entre la democracia y la dictadura, y quienes pese a esa evidencia la anteponen, están con la segunda. Yolanda Díaz, Irene Montero, Teresa Ribera, María Jesús Montero, Carmen Calvo, Ione Belarra y la pléyade de periodistas que entonan cánticos feministas en cada tertulia no han tenido ni un minuto para dedicarle su «sororidad» a una de ellas, a la mejor en las peores circunstancias, con una demostración infame de la verdadera naturaleza de sus principios.

La mujer es una excusa para el negocio económico y electoral que solo existe cuando se afilia a su cuadra ideológica o le sirve a sus objetivos, refrendados todos por el presidente del «gobierno más feminista de la historia», hoy enmudecido por ración doble: nada puede decir de su esposa, empática con las cátedras y los fondos públicos ante todo, y nada quiere decir de María Corina, que ya es la unidad métrica del verdadero feminismo y la decencia política. La que toda esta tropa no tiene.

Artículo publicado en el diario El Debate de España

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