A Freddy Gutiérrez, dedico
Y dijo Dios a los hombres: “Servir fielmente al Señor: eso es sabiduría; apartarse del mal: eso es inteligencia”. Job: 24.24
El solo hecho de que las grandes religiones surgieron en Oriente para luego dispersarse por el mundo, y por supuesto impregnar fuertemente a Occidente, de por sí revela la profunda y real importancia de todo lo que significa el Oriente. El Oriente para nosotros significa trascendencia, mientras que al Occidente lo asociamos con la inmanencia. La razón, la racionalidad, creció ante todo en Occidente, y como razón instrumental explicó y justificó el imparable desarrollo del capitalismo, su fuerza y sus límites, como el cambio climático nos muestra hoy ante un futuro cada vez más inseguro y dramático. Mientras, la espiritualidad nunca decayó, se me antoja más auténtica en Oriente. Por supuesto, y para bien, la tendencia positiva hacia el diálogo entre religiones es una prueba de madurez de la humanidad, en el intento de unir lo mejor de Occidente con lo más puro del Oriente.
Confieso que soy atrevido cuando afirmo que la mejor demostración de la primacía de Oriente sobre Occidente está en la meditación de la muerte, ese destino ineludible con su inevitable misterio y la incertidumbre de la angustia que ella existencialmente nos produce. El misterio de la muerte es un concepto irracional, incapaz la mente humana con la lógica racionalista de nuestro ser entenderla. Solo nuestras obras, el sentido de intentar el bien y evitar el mal, particularmente el mal que producimos con nuestras acciones de daño al prójimo, y la serenidad de aceptar el destino que la divinidad, Dios, reserva para cada uno de nosotros, nos ayudan a morir con dignidad. Existen otros mundos espirituales, como nos lo revelan en ráfagas de iluminación divina, los profetas y las mentes dotadas por el don de la clarividencia, pero no sabemos si nos acogerán, si nos harán suyos, si somos los mismos que fuimos, si podemos avanzar y sentir la luz de lo divino. Lo cierto es que la meditación de la muerte y su manifestación antropológica ha revelado ser como regla superior en Oriente sobre nuestro mundo de Occidente.
La religión por excelencia que se propagó en Occidente fue sin duda el cristianismo, una religión por sobre todo del amor, del amor a Dios y de amor al prójimo, que sitúa en los humildes y los pobres el centro de su principal atención tanto en lo material como en lo espiritual. En el hermosísimo Sermón de la Montaña Jesús inicia con las siguientes palabras un mensaje que para todo auténtico cristiano deben ser sagradas: “Dichosos los que tienen espíritu de pobres, porque de ellos es el reino de los cielos”, Mt. 5.3. Son los evangelios el centro, el alfa y el omega del cristianismo, que como todas las religiones del mundo se humanizó (cierto que unas más que otras) y sufrió los embates de las tentaciones del poder temporal. Humanización entiendo aquí, para evitar confusiones, su compenetración para mal, y algunas veces con mucho mal, con las realidades del poder, sea como poder espiritual, sea como poder material, desde el mismo momento en que se convirtió en religión oficial del imperio romano gracias a un decreto del emperador Teodosio el año 381. Como ha expresado el teólogo Hans Küng, “muchas de las instituciones y constituciones de la Iglesia – y especialmente el papado, la institución central de la iglesia católica romana- son obra del hombre. Sin embargo, este hecho en sí mismo significa que tales instituciones y constituciones –incluido el papado- pueden cambiarse y reformarse. Mi crítica ‘destructiva’ se ofrece al servicio de la ‘construcción’, de la reforma y la renovación, para que la iglesia católica siga siendo capaz de vivir un tercer milenio».
En suma, y lo digo pues es nuestra religión, nacida orgullosamente en Oriente, para que se desprenda, o por lo menos se alivie de las jaulas de hierro de la burocracia y la jerarquía, tan odiosas en estos tiempos, para abrirse más al sentido de comunidad compenetrado con sus orígenes. En términos de las categorías del sociólogo Ferdinand Tönnies, ser menos “gesellschaft” y volver a ser más “gemeinschaft”.
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