Hay un volcán en la boca del Caribe. Lleva en sus entrañas una intensa lava de violencia que ha salido por la región dejando a su paso muerte y zozobra. Lleva 25 años gestándose, con un magma en forma de sociedad maltrecha con daño antropológico. Se manifiesta a partir de muchas formas, pero la más peligrosa es a través de una élite de poder pervertida que se ha sentido dueña de un país, que roba, derrocha y mata.

Una minúscula esencia de esa lava con gran poder de daño fue condenada esta semana a 21 años de prisión por una Corte Federal de Nueva York luego de confesar haber contribuido a introducir toneladas de cocaína en Estados Unidos en asociación con las FARC. Se trata de un general del Ejército de Venezuela. Cualquiera comprendería que un delincuente común pueda verse involucrado en actos delictivos, pero un general del Ejército que se supone es el ejemplo para la oficialidad y la sociedad plena, cometiendo tráfico de drogas, denota de un profundo daño moral en la estructura social de Venezuela.

Eso es lo que fue el general Clíver Alcalá Cordones, lava ardiente que se ha secado para luego partirse. No dejó nada a su pueblo sino muerte, desesperanza, desprestigio y corrupción. ¿Qué pasó con esa generación de oficiales venezolanos graduados en el año bicentenario del natalicio del Libertador Simón Bolívar en 1983? ¿habrá alguno que no se haya dañado? El actual ministro de la Defensa egresó un año después y hoy contribuye con el secuestro de una nación. Habría que realizar una investigación para determinar cuántos de ellos participaron en el fallido golpe de Estado del 4 de febrero de 1992, en el que demostraron su ineficiencia como militares y su desobediencia y traición a la Constitución y Leyes de la República a la que juraron servir.

Después de 26 años del triunfo de Hugo Chávez el saldo es lamentable. 2 hombres han ocupado 5 períodos presidenciales y robado el presupuesto mayor, por triplicado, al que se utilizó para la reconstrucción de Europa luego de la Segunda Guerra Mundial [Plan Marshall]. Han desmontado no sólo la economía, sino el tejido de relacionamiento vivencial que poseía la sociedad venezolana. Los espacios de corrupción pública se repartieron entre todos los niveles, desde el funcionario que cobraba en una taquilla ministerial hasta la Presidencia de la República. La separación de poderes quedó eliminada del tramado institucional y fue conculcada la carrera de servicio público. Todos debían rendir pleitesía al “todopoderoso” de la revolución “socialista” Hugo Chávez.

En una consigna que iba de documentos públicos al trato entre funcionarios y militares se repetía a viva voz “Independencia y patria socialista, patria o muerte”, hasta que luego del cáncer de Hugo Chávez y su viacrucis por la enfermedad, frente a su inminente mortalidad, el “patria o muerte” fue sustituido por “viviremos y venceremos, Chávez vive, la lucha sigue”. A la final murió como vamos a morir todos, dejando un legado de anomia en la estructura sociopolítica, altísimos niveles de corrupción jamás vistos en Venezuela y la alfombra roja para una dictadura en manos de un gran ineficiente para el manejo de la administración pública y como es conocido: el destructor de la Cancillería.

En efecto, Nicolás Maduro, sin profesión conocida, sindicalista y usuario permanente de licencias adulteradas, había sido designado por Chávez canciller en 2006. La entonces Cancillería estaba constituida por un personal de carrera bien formado en las mejores universidades de Venezuela y el mundo que luchaba desde “la casa” [nombre que se le asignaba al personal de carrera de la Cancillería] por hacer del servicio exterior un espacio más profesional y eficiente. Sin embargo, Maduro en 3 años ya había destruido todo lo que la democracia construyó en 40 años. Fueron suspendidos los concursos públicos de oposición y las embajadas se llenaron de compadres, barraganas, cómplices, terroristas con pasaporte venezolano y narcotraficantes. Es decir, ya se le veía a Maduro el talante mediocre para desde la presidencia darle el último zarpazo a la libertad de toda una nación.

De aquella democracia golpeada por la recesión económica de los ochenta y el golpe institucional de gobernabilidad asestado por esas promociones rebeldes de oficiales el 4 de febrero, que facilitó gracias a las profundas libertades que existían que Hugo Chávez pudiera ganar la elección presidencial, a la Venezuela actual en la cual Maduro pretende designar contra cuál o cuáles candidatos competirá, hay una abismal distancia marcada por los pasos lentos de una migración de desplazados que alcanza los 8 millones de venezolanos, y una autopista manchada por la sangre de jóvenes venezolanos que fallecieron en las últimas protestas de 2017.

La Venezuela de hoy es una novela de terror y lujos. Los aparatos represores [el Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional (Sebin)​ y la Dirección General de Contrainteligencia Militar (DGCIM)], que han sido designados por el Informe Independiente del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos como actores fundamentales de violación de derechos humanos, siguen siendo el látigo que castiga la espalda de una sociedad honesta e inocente. Mientras que los corruptos y cercanos al poder roban y derrochan.

Las reglas del juego electoral son dictadas desde la presidencia de la República sin más recato ni pudor. María Corina Machado a pesar de haber vencido en las elecciones primarias, realizadas en todo el mundo por más del 93% de aceptación popular, ha sido inhabilitada por el poder hegemónico de Maduro en todas las instituciones. Mientras la oposición se prepara para ir a unas elecciones amañadas sin la candidata que escogió la población mayoritaria, los desmanes siguen. Secuestran en el exterior, matan, extorsionan, amenazan a naciones vecinas, pierden territorio por negligencia, en fin ¿qué más daño se le puede hacer a una nación? La situación se puede poner peor.

La justicia parece estar escondida debajo de las faldas de la negociación política. No hay manera de que se puedan llevar a cabo elecciones presidenciales honestas, claras y transparentes. Los actores políticos están de manos amarradas a la voluntad del régimen. Es decir, hacen lo que quieran fuera y dentro del país. Mientras escribo estas páginas, ya han sido aprobadas leyes que serán utilizadas para aumentar la represión y justificar cualquier ataque contra los vecinos de la región.

Ley contra el fascismo, neofascismo y expresiones similares y Ley contra el odio

Más allá de lo que consagra la exposición de motivos de la Ley que manipula los conceptos de convivencia pacífica y democrática, su contenido busca controlar las redes sociales y la libertad de expresión de la colectividad ya que castiga duramente el pensamiento conservador, liberal o neoliberal, criminalizándolo. Sus normas demuestran la manipulación conceptual o la terrible ignorancia de quienes la promulgaron con absoluta dejación de los principios morales que debe contener toda norma jurídica para ser comprendida como parte de la estructura jurídica de un Estado. Bien lo expresó Gustav Radbruch cuando presentó aquella fórmula que lleva su nombre según la cual el Derecho extremadamente injusto no es Derecho. A la par con su ley hermana denominada “contra el odio”, el régimen, adueñado de todo el sistema judicial venezolano busca criminalizar a toda la oposición. ¿podrá encarcelar a todo un país?

Otros volcanes y peligros y amenaza contra Guyana.

Maduro no solo tiene una alianza estratégica con Putin de Rusia, sino que sus aliados más cercanos son los tiranos de Irán y Corea del Norte. La Rusia de Putin representa una amenaza para una Europa pacífica que se mantiene alerta ante la eventual escalada de la guerra en Ucrania. La OTAN está a la defensa, en espera del golpe que vuelva a encender el continente europeo en otra guerra, esta vez con consecuencias más feroces que las dejadas por los seis años de la Segunda Guerra Mundial.

De tal manera que Maduro podría representar para la región del Caribe, extensible a toda América Latina, una cabeza de playa para que sus socios, en una hipótesis de conflicto global, puedan causar un daño terrible tanto a Estados Unidos como a sus aliados en la región. Las intenciones belicistas de Maduro contra Guyana, se enmarcarían en ese escenario convulso. No es falso que Venezuela tiene derechos inobjetables sobre el territorio Esequibo que se encuentra en disputa primero con el Imperio Británico y luego con la República Cooperativa de Guyana. Sin embargo, la ausencia de capacidad para argumentar lo que nos pertenece por derecho ha llevado al régimen a explorar los caminos peligrosos de la beligerancia. Al aprobar la Ley Orgánica para la Defensa de la Guayana Esequiba sin esperar la decisión de la Corte internacional de Justicia, abre un espacio de mucho peligro para la región. Maduro se prepara a iniciar una aventura bélica en el Esequibo con la intención de suspender las elecciones por la existencia de un conflicto internacional y distraer la atención doméstica de los grandes problemas humanitarios y vivenciales de los venezolanos.

Los estruendos mayores y menores de la erupción de estos volcanes se han sentido en diversos espacios geográficos. La crisis humanitaria, la exportación de una criminalidad organizada y fomentada por el régimen de Venezuela en Colombia, Ecuador, Chile y Perú, la amenaza a los vecinos de Venezuela, la invasión de Ucrania por Rusia, el estado de guerra que mantiene Irán contra Israel, la amenaza China a Taiwán y el terrorismo internacional con suficiente poder para causar mayores daños, la violación de los derechos humanos en Cuba y Nicaragua, son ejemplo de lo peligroso que está el mundo y nuestra región del Caribe.


El autor es académico-investigador de la Universidad SEK – Chile y miembro del Foro Venezolano de Política Exterior.


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