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Venezuela se prepara para la meta

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Como es habitual, bordado por el pesebre, los aguinaldos y los arbolitos de Navidad, el recién finalizado mes de diciembre dio la oportunidad a todos para la reflexión personal y también para lidiar con las preocupaciones que va dibujando el país.

Fueron días que propiciaron el ensimismamiento que nos lleva a pensar y preguntarnos sobre la manera en que transcurre la vida de cada quien. Ofrecen, pues, la oportunidad de recapacitar respecto a cosas sobre las que no se suele “filosofar”, debido a nuestra cotidiana preocupación por “ganarnos la vida”, por expresarlo de alguna manera.

Y por otra parte, reflexionar adicionalmente en torno a la profunda crisis global, que, descrita  sin exagerar, ha sembrado el caos en el Planeta Azul, al punto de que ha sido descrito como una crisis de nuestra civilización, asociada entre otros temas a uno de extremada significación. Con esto nos referimos a los peligros derivados de los atropellos ambientales, así como a la incertidumbre provocada por los cambios tecnológicos que rondan especialmente alrededor de la inteligencia artificial, incluyendo los dilemas éticos que traen consigo el transhumanismo y el poshumanismo. En suma, se ha puesto sobre la mesa la necesidad de redefinir profundamente nuestra convivencia en la Casa Común, como diría el papa Francisco.

Habiendo pasado la Navidad, la anterior reflexión nos ha abierto el espacio para la preocupación en torno a la política venezolana. En efecto, en los próximos días deberá llevarse a cabo la juramentación de Edmundo González Urrutia como nuevo presidente de Venezuela, tras un proceso electoral envuelto en incontables irregularidades perpetradas por el gobierno sin el menor gesto de disimulo, contando para ello con el “apoyo institucional” del Consejo Nacional Electoral. 

Sin adelantarnos a las circunstancias, habrá que esperar, pues, que el 10 de enero haya una dosis de sensatez que contribuya a zanjar un conflicto político que ya nos parece a todos una eternidad y que tiene al país en un proceso de deterioro  que se ha “normalizado” en todos sus escenarios, primordialmente a lo largo de los últimos diez años, conforme lo muestra un menú de amplios estudios (pero sobre todo la vida cotidiana de cada ciudadano).

Tal como ha venido siendo gobernada, Venezuela tiene por delante un horizonte opaco, por decir lo menos. Se reclama con urgencia transformaciones de fondo respecto a las maneras de entender y resolver sus múltiples problemas y prepararse con el fin de aprovechar las oportunidades que se le puedan presentar en esta nueva época signada por transformaciones disruptivas y aceleradas en todas las esferas de la vida social.

El 10 de enero, o los días o las semanas que le siguen, deben abrirnos las puertas a la vida nueva que soñamos cada fin de año. Para nosotros, los venezolanos, como algunos otros pueblos del mundo que atraviesan por crisis profundas, significa la posibilidad de renacer, reconstruir y de reunirnos a todos en el camino del progreso, el trabajo, la solidaridad, el bien común, la democracia y la libertad. Que así sea.

 

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