Cuando el dictador Juan Vicente Gómez murió, la gente decía que el país entraba al siglo XX con 35 años de retraso. Venezuela era una nación eminentemente rural, diezmada por las enfermedades y la pobreza endémica. Había sido manejada como una finca, cuyo único dueño era Gómez. Ni la propia Caracas lucía como una capital latinoamericana, pues la consentida del general andino era Maracay, desde donde gobernaba. Si pocas personas pensaron que un día era posible repetir algo parecido, sin duda nadie imaginó que pudiésemos vivir algo peor. Porque hay que decirlo, a diferencia del chavismo, hasta el régimen gomecista tiene cosas que rescatar, fundamentalmente haber institucionalizado a la Fuerza Armada Nacional y haber acabado con las montoneras dirigidas por caudillos regionales.
Cien años después, podemos decir: Venezuela no ha entrado al siglo XXI. Pero más trágico aún, hemos retrocedido, y no al siglo XIX, sino a los tiempos de las cavernas. Es triste el nivel de atraso al que está sometido el pueblo venezolano. En todos los ámbitos de la sociedad hemos vuelto al primitivismo, no hay nada que el chavismo no haya destruido, como si se tratara del poder de arrase de un tsunami, no han dejado piedra sobre piedra. Los servicios públicos en Venezuela se han convertido en una verdadera pesadilla, en pleno año 2020, ver venezolanos peleándose para llenar un tobo de agua es un verdadero crimen de Estado. Pero si hay algo que me preocupa y mucho, es el abandono de la educación, un sector del país golpeado por los sueldos de hambre de maestros y profesores, pero también por la migración forzada. Los maestros cuyo salario es de dos dólares al mes, se van a otros países así sea a hacer otros oficios con tal de sobrevivir.
Aunque muchos de los efectos de la destrucción de la educación no siempre son tangibles inmediatamente, por el futuro estos se acumulan y representarán un verdadero reto en todo proyecto de recuperación del país. Son cada vez más, los niños que deben dejar las aulas de clases para ir a trabajar, abandonando incluso sus hogares. La otra vez leí a quien se dice llamar ministro de Educación Universitaria que antes del chavismo no había becas, sino créditos. No solo había becas, sino que era posible para todo estudiante, cuyos méritos así lo permitieran, estudiar en las mejores universidades del mundo. El programa Gran Mariscal de Ayacucho fue creado en democracia, el chavismo lo desmanteló, al punto de que hoy sus becas si acaso alcanzarán para una empanada.
En estos 22 años de chavismo es mucho lo que hubiese podido lograr Venezuela en materia de educación, no solo por lo que significa haber tenido el poder durante más de dos décadas y no cualquier tipo de poder, el poder absoluto; sino también por haber manejado los mayores ingresos de nuestra historia repúblicana. Para que tengan una ilustración, la Europa devastada por la Segunda Guerra Mundial necesitó de 13.000 millones de dólares para ser reconstruida a través del Plan Marshall; Venezuela entre 1999 y 2014 recibió en sus arcas más de 900.000 millones de dólares. Lo que significa un promedio de 56.000 millones anuales durante 17 años. Montos astronómicos e incalculables, como es incalculable el desfalco al que fue sometida la nación. Con esa cifra qué no se hubiese hecho. Yo pienso, por ejemplo, centros de estudios con la misma o hasta mejor infraestructura que la Universidad Central de Venezuela en cada estado. Pero otras fueron las prioridades, muy alejadas del interés de todos los venezolanos. Pero aunque quieran hacerle creer al país que son para toda la vida, el chavismo es pasado. Una vez más nos tocará trabajar como nuestros antepasados para recuperar el tiempo perdido, formar a las nuevas generaciones, pero sobre todo instaurar en la memoria colectiva lo que significó esta etapa para todos.
@BrianFincheltub
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