El tema Venezuela hace rato que ha dejado de ser asunto exclusivo de los venezolanos para pasar a ser cuestión importante en la escena política internacional y en campañas electorales que están en curso, la más importante la de Estados Unidos, para las elecciones presidenciales del próximo noviembre.
La elección presidencial norteamericana, de conformidad con la Constitución de ese país y para sorpresa de muchos, es popular pero no es directa como sí lo es en Venezuela. En efecto, cuando un elector ejerce el voto expresando su preferencia el mismo no se computa para el candidato sino para elegir unos electores que forman un Colegio Electoral que es el que en definitiva elige al presidente.
Esos electores (538) lo son por cada estado con base en el número de representantes que llevan al Congreso, que a su vez es reflejado por su población, lo cual significa que los más populosos (California, Texas, Nueva York, Florida, Illinois, etc.) aportan mayor número de electores al Colegio Electoral que recién entonces proclama quién es el vencedor. Casi siempre el ganador es aquel que ha tenido más votos populares, pero no siempre ha sido así. En el siglo XIX hubo varios casos y modernamente en la elección del año 1992 Al Gore obtuvo más votos que George Bush (h), pero pese a ello –luego de haber perdido los electores del estado de Florida por apenas 500 votos– resultó vencido. Lo mismo aconteció en 2016, cuando Hillary Clinton obtuvo casi 3 millones de votos más que Trump y sin embargo no obtuvo mayoría en el Colegio Electoral.
Muchos dicen –entre ellos Chávez también lo repetía siempre- que el sistema es ridículo por cuanto –como se ha visto- pueden ocurrir estos resultados tan sorprendentes como consecuencia de que quien gana en un estado, así sea por poco, se lleva todos los electores (con algunas excepciones menores). Esas son las reglas y tienen rango constitucional. A algunos no les gusta, pero son las que son y las que todos aceptan y han estado vigentes desde que el sistema fue introducido en la Constitución en 1804. La crítica se centra en la obsolescencia del sistema y no en su confiabilidad. En el “imperio” los votos no los cuenta Tibisay Lucena sino la autoridad electoral de cada estado, lo cual no impide la emergencia de alguna que otra disputa, tal como ocurrió cuando el recuento de los votos de Florida en 1992, cuyo estrecho margen (500) terminó inclinando el Colegio Electoral a favor de Bush. Hubo descontentos, pero nadie alegó trampa.
El punto ahora es que como consecuencia de ese sistema los candidatos se tienen que dedicar a buscar votos preferentemente en los estados que tienen mayor población y dentro de ellos en aquellos donde los márgenes de diferencia anteriores hayan sido de menor cuantía y exista posibilidad de inclinarlos en su favor. Esos son los estados péndulo (“swing states”) que en las últimas dos elecciones han sido Florida con 29 electores, Michigan (16), Ohio (18), Pennsylvania (20) y Wisconsin (10), por lo cual los aspirantes dedican más esfuerzo y dinero para hacer campaña en ellos que en Alaska, Delaware, Nebraska, North y South Dakota, Vermont y Wyoming, que solo aportan 3 cada uno. Por eso es que Trump consiguió 304 votos de electores y la señora Clinton apenas 277, cuando había obtenido una ventaja de más de 2% en el voto popular.
Todo lo anterior nos lleva a Florida, hoy ya el cuarto estado más populoso de la Unión cuyo voto latino es crucial, siendo que los cubano-americanos y los venezolano-americanos (solo los que votan obviamente) constituyen la mayoría de ese sector. Es por ello que siendo un “swing state” ambos candidatos cortejan a ese grupo cuya decisión inclinará a sus electores por uno o por el otro con el aporte de 29 electores al Colegio Electoral donde se necesitan 270 votos (sobre 538) para triunfar.
Ante esa situación el romance, las promesas, el discurso complaciente, etcétera, no se hacen esperar. Trump –que visitó Miami en la semana– se afincó en la línea dura que ha mantenido ante Cuba y Maduro, asegurando que si gana acentuará esas presiones. Por su parte Biden, que por ahora lleva la delantera a nivel nacional, procura que la gente se olvide del engaño del que Obama –de quien él fue su vicepresidente– resultó víctima al final de su mandato cuando buscó acercamiento con Cuba a cambio de unas promesas de democratización que jamás se concretaron en la isla. Biden –como es natural– ahora promete mano de hierro con La Habana, facilidades para legalizar estadía a nuestros compatriotas (programa TPS) y demás atractivos que suenen a caramelo. Veremos cómo le va. En 2016 fue Trump quien ganó en Florida y quien a la fecha acumula el apoyo de la mayoría de la diáspora venezolana, que por encima de cualquier otra cosa reconoce que si el régimen de Caracas está contra las cuerdas es por el efecto de las sanciones puestas en vigor durante su gobierno.