
Por equipo editorial
La educación en Venezuela ha tocado fondo. Es inútil seguir dirigiéndose a unas autoridades retrógradas cuyo fin es precisamente la destrucción absoluta de la educación, sus estudiantes y la carrera docente.
Infraestructura en ruinas, deserción escolar y docentes en indigencia salarial son los tres problemas más graves que acusa el enterrado sistema educativo, cuya realidad poco importa a una autoridades que irónicamente exigen que vayan todos los niños y adolescentes a clases, cuando no solo el propio «ministro» de Educación promovió y aplaudió la aprehensión de niños y adolescentes, o sea, estuvo de acuerdo en que estos fueran detenidos sin pruebas, llevados a cárceles comunes y en condiciones miserables, y además jamás negó en ellos la condición de «terroristas» que les fue imputada por la cúpula neototalitaria de Miraflores, así como por quien realiza actuaciones como «fiscal» general de la República.
Es decir, un ministro que nunca solicitó la libertad de adolescentes, y jamás atendió a sus familias, es el mismo que hipócritamente exige clases y educación todos los días. Un ministro que nunca condenó detenciones arbitrarias post-elecciones presidenciales, y que tampoco fue a visitar a los adolescentes que fueron detenidos en condiciones de violaciones de derechos humanos, exige a las familias de los adolescentes que vayan a clases todos los días. Un ministro que jamás se sintió conmovido por la barbarie del madurismo es el que intenta ahora disfrazar que está «preocupado» por la educación.
En la misma medida, el «ministro» pide «calidad educativa» a los docentes cuando ni siquiera lograr recuperar las pésimas condiciones pedagógicas en que se encuentran las aulas, laboratorios, instalaciones deportivas y espacios de higiene en cada plantel, que hasta carecen de filtros de agua y lo que es peor, no existen ni sillas para que los estudiantes reciban tales «clases».
Y es que, en medio de tanta podredumbre educativa, este ministro sigue hablando en una completa nefelibata que todo está «muy bien» y hasta sugiere llevar la educación al «más alto nivel» en un degradado sistema, cuyo programa de «alimentación escolar» consiste en un plato de arroz blanco, o pasta blanca, una pobreza que afecta a la inmensa mayoría de los venezolanos y en la que son precisamente los niños y adolescentes las principales víctimas de la espantosa crisis económica y social que no se va a revertir porque tal individuo salga con una verborrea a hablar de «educación de calidad».
Por si fuera poco, este «ministro» desfasado de las necesidades humanas ignora la condición salarial de los educadores. Un docente cuyos ingresos apenas si promedian entre 5 y 10 dólares al mes no puede ni cubrir los gastos de transporte a su lugar de trabajo, pues menos podrá satisfacer sus requerimientos de alimentación y salud, y de complemento de necesidades, siendo obvio que alguien que se haga llamar «máxima autoridad educativa» y nunca se preocupe de las condiciones de sus subalternos es un individuo sin conciencia, practicante de la misantropía y que, en definitiva, solo está en semejantes «funciones» para acabar con el magisterio, para dejar al país sin docentes y sin carrera educativa.
Ante una realidad inquisitoria por parte del madurismo sobre la educación solo queda una gran convocatoria nacional del magisterio, una misma fecha y un mismo día. La unión de los docentes, alzando la voz al unísono, es el último recurso que queda ante un neototalitarismo que solo desea terminar de destruir lo más hermoso que tiene un país: la educación.
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