Los líderes europeos respiran con alivio ahora que en la elección de mitad de mandato en los Estados Unidos no se produjo una «ola roja» republicana. La composición definitiva de la Cámara de Representantes todavía no se conoce, pero los demócratas conservan el Senado, y ya está claro que el Congreso no estará lleno de aislacionistas simpatizantes de Donald Trump y de Vladímir Putin. Pero para los europeos, no es momento de celebrar, sino de prepararse para la próxima tormenta potencial.
Durante el año que pasó, Europa disfrutó un extraordinario momento de unidad transatlántica. La alianza con Estados Unidos dio una respuesta unida a la invasión rusa de Ucrania: se impusieron sanciones en forma coordinada y Estados Unidos consultó a los gobiernos europeos antes de llevar adelante conversaciones sobre el futuro de la seguridad europea con el Kremlin. La OTAN (a la que en 2019 el presidente francés Emmanuel Macron le declaró la «muerte cerebral») goza de buena salud y va camino de recibir a Finlandia y Suecia como nuevos miembros. Y por fin los europeos están gastando más en defensa; incluso Alemania alcanzó la meta largamente prometida del 2% del PIB.
Además, estadounidenses y europeos coinciden en general respecto del desafío estratégico que plantea China, sobre todo ahora que su presidente Xi Jinping (que ha gobernado con amenazas económicas y una política exterior agresiva) extendió y consolidó su poder. Hay una fuerte sensación de que «Occidente está de vuelta». Estados Unidos y Europa están poniendo una nueva unidad política al servicio de los valores compartidos y de una visión común del tipo de mundo que quieren.
Pero hay nubes de tormenta en formación. En lo inmediato, todavía es posible que una Cámara de Representantes bajo control republicano intente oponer resistencia a la idea de que Estados Unidos deba hacerse cargo de una parte desproporcionada del costo de la defensa de Ucrania. Como señala en un comentario reciente mi colega en el European Council on Foreign Relations Jeremy Shapiro, Estados Unidos prometió 24 000 millones de dólares en ayuda militar para Ucrania, mientras que Europa sólo comprometió la mitad de esa cifra. ¿Por qué deben pagar más los estadounidenses que otros países que son vecinos de Ucrania?
Además, a más largo plazo, el debate respecto de cómo definir una victoria ucraniana puede crear nuevas tensiones. El gobierno de Biden, Francia y Alemania señalan que en algún momento tendrá que haber negociaciones de paz, mientras que Polonia y los estados bálticos han dejado claro que quieren ver a Rusia humillada. En tanto, Trump se autodesignó para mediar un acuerdo entre Rusia y Ucrania.
Otro tema donde hay tensiones en ebullición bajo la superficie es China. Que los aliados transatlánticos se estén moviendo todos en la misma dirección no quiere decir que el punto de llegada al que apuntan sea el mismo. Por ejemplo, hace poco el canciller alemán Olaf Scholz visitó Beijing, donde mostró poco interés en desacoplar la economía europea de la de China (aunque reconoce los peligros de una dependencia excesiva).
Los europeos también están alarmados por el proteccionismo implícito en dos leyes recientes de los Estados Unidos (la de «chips y ciencia» y la de «reducción de la inflación») y en la decisión del Departamento de Comercio de restringir la cooperación en tecnología de avanzada. La ley de reducción de la inflación supone un cierre casi total del mercado estadounidense de vehículos eléctricos, incluso para empresas de jurisdicciones aliadas como Europa, Japón y Corea del Sur. Es lógico que los europeos teman convertirse en un daño colateral de la guerra económica de Estados Unidos contra China (y todavía falta que se les pida apoyo diplomático en la cuestión de Taiwán).
Pero los mayores peligros todavía proceden de la política interna de Estados Unidos. Muchos comentaristas se preguntan si el deslucido desempeño de los republicanos en la última elección marcará el final del control de Trump sobre el partido. No sólo perdieron muchos de sus candidatos favoritos, sino que además Ron DeSantis, gobernador de Florida y uno de los principales aspirantes a la candidatura presidencial republicana en 2024, obtuvo la reelección por amplia mayoría. DeSantis es popular, pero si desafía a Trump, puede terminar corriendo la misma suerte que Jeb Bush y los otros precandidatos rechazados en las primarias republicanas de 2016.
Y sobre todo, el trumpismo no está muerto. Los candidatos republicanos seguirán librando guerras culturales encarnizadas y adoptando posturas trumpianas contra el libre comercio, la inmigración, la intervención en el extranjero y Europa. Y en vista del estado cada vez peor de la economía mundial, puede haber condiciones propicias para que a los republicanos les vaya mejor en la próxima elección, sobre todo si aprenden de los errores de 2022.
Por todas estas razones, los europeos tienen que usar los próximos dos años para reducir su dependencia de los Estados Unidos. Si Biden se presenta a la reelección y gana, una Europa más autosuficiente puede ser un socio mucho mejor para Washington. Pero si gana Trump, o alguna otra figura euroescéptica, los europeos al menos estarán mejor posicionados para capear el temporal. Sólo quedan dos años para levantar defensas eficaces contra una futura ola roja, y es hora de que los europeos se construyan su propia clase de muro.
Traducción: Esteban Flamini
Mark Leonard, director del European Council on Foreign Relations, es autor de The Age of Unpeace: How Connectivity Causes Conflict (Bantam Press, 2021).
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