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¿Una casa dividida?

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Thomas Jefferson

“Una casa dividida contra sí misma no resistirá de pie”. Abraham Lincoln

El pórtico de este artículo lo tomo de un dramático discurso del presidente Lincoln el año de 1858, donde plantea la necesidad de dar los pasos necesarios para poner fin a la esclavitud y con ello definitivamente unir al país, tarea que costó una cruenta guerra civil y un largo camino a favor de la reconciliación e integración de los diversos elementos que conforman  la comunidad  de esa gran nación. Nuevamente, por supuesto en un contexto diferente y dentro de innegables progresos en todos los aspectos, políticos y sociales, el presidente Biden en un discurso reciente, en mi opinión de indudable relevancia, dirigido a los graduandos de la Universidad de Howard en Washington, planteó la necesidad de continuar la lucha contra el racismo no totalmente superado y advirtiendo en duras palabras que “el supremacismo blanco es la amenaza terrorista más peligrosa para nuestra seguridad nacional.”

De entrada afirmaría que Estados Unidos es un país extenso y diverso, de compleja gobernabilidad, consecuencia de un sistema federal que al lego se le hace difícil entender,  y del cual por lo demás se sienten orgullosos, así como por su democracia de alto espíritu pluralista y su celo por la protección del ámbito de la vida de cada quien, y por ende los límites que se intentan por lo general imponer a la tentación interventora de la autoridad estatal, basado en un sentimiento casi sagrado de respeto a su orgullosamente longeva  Constitución y su principios y valores en ella recogidos.

Junto a la Constitución florece un documento de la mayor relevancia para los ciudadanos norteamericanos, y porque no decirlo, también del mundo, dada su trascendencia e influencia a través del orbe, que no es otro que  la Declaración de Independencia aprobada el año 1776, y que tuvo como redactor a uno de los llamados “padres fundadores” de la nueva nación, el virginiano Thomas Jefferson. Con esa Declaración la joven nación pasa a ser la primera de la modernidad, al ser también la primera genuinamente democrática, al reposar su legitimidad en el principio de la soberanía popular.

Jefferson perteneció a la pléyade de hombres ilustrados que diseñaron los fundamentos ideológicos, jurídicos y políticos, por los cuales se sigue rigiendo Estados Unidos. La Declaración de Independencia es por sobre todo obra suya. Redactada con una claridad tersa y convincente, recoge en pocas pero esclarecedoras palabras las razones de su independencia del imperio británico. Hijo de la Ilustración, el autor se vale de argumentos  inspirados en el derecho natural para sostener evidentes verdades, “una apelación al tribunal del mundo”, que institucionalizarán los principios a regir la nueva nación, el primero de todos la igualdad entre los seres humanos, la realidad inscrita en nuestra naturaleza de que todos los hombres somos creados iguales, y por tanto “dotados por el Creador de ciertos derechos inalienables”.

Jefferson fue un convencido adversario de la esclavitud, y por ende partidario de su abolición; sin embargo, la resistencia en particular de los delegados sureños impedía para el momento histórico un planteamiento más decisivo. La historia de los largos años transcurridos jalonan la lucha por  las condiciones jurídicas, políticas, sociales y económicas que hagan realidad efectiva  el tenor idealista de la Declaración.

Retornando al sentido de las combativas palabras antes citadas del presidente Biden, y que no tengo duda tienen su fuente de inspiración  en el espíritu de la Declaración, cabe preguntarse por las batallas de hoy y del próximo futuro en torno al crucial tema. Me atrevo a pensar que Estados Unidos está en la actualidad atravesado por una lucha cultural, para lo cual me valgo de un término de origen germánico,  “kultur kampf” , concepto de lucha a favor de la civilización y la humanidad. En efecto, ese gran país, admirable en muchos sentidos, confronta el combate entre dos formas de identificarse con la nación, en definitiva su conciencia nacional, uno inspirado en el valor de la integración solidaria de sus ciudadanos, y el otro que se resiste a abandonar el “supremacismo blanco” al que alude el presidente Biden.

En el largo pero inevitable camino de la humanidad por reconciliarse consigo misma, abrigo el deseo de que ese admirable documento, la Declaración de Independencia, siga siendo el faro de unión que inspire las mejores luchas de su pueblo por reconocer la igualdad de oportunidades de todos sus ciudadanos sin excepción, con independencia del color de su piel, su forma de vida y sus peculiaridades culturales.

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