Ilustración: Juan Diego Avendaño Rondón

Venezuela se ha convertido en país de emigrantes. Antes, sólo unos pocos lo abandonaban por alguna circunstancia personal. Ahora, 21,3% de la población (o sea, 1 de cada 5) vive afuera, como resultado de un ensayo político que terminó en catástrofe colectiva. Para la inmensa mayoría el camino de salida ha sido muy difícil: oficiales de policía encontraron a una familia perdida en el desierto de Arizona y cooperantes de una vicaría eclesiástica a los miembros de otra extenuados en una montaña del norte de Chile. Así como ellos, millones han llegado a los más diversos lugares del mundo. Otros han quedado en el camino: en estos días en la selva del Darién.

Desde mediados del siglo XX Venezuela fue un país de inmigrantes, especialmente de quienes, por distintas razones, buscaban refugio o mejoramiento de sus condiciones de vida. Antes, debido a la inestabilidad política que impedía el progreso económico, llegaron pocos: la mayoría de Colombia o de España. Para 1881 eran 34.916. Pero, desde el fin de las guerras civiles (1903) y el surgimiento del petróleo (1914) las condiciones cambiaron. No obstante, la desconfianza hacia los extranjeros y las circunstancias internacionales no favorecieron grandes corrientes migratorias. El censo de 1936 registró la presencia de 47.026 nacidos en el exterior. Pero, después las fronteras se abrieron. Eran 206.767 en 1950 y 526.188 en 1961, los más colombianos, españoles, italianos y portugueses. A partir de entonces, se agregaron otros latinoamericanos y los árabes (sobre todo libaneses y sirios). En 1971 se contaron 585.352 (5,5% del total de la población). Después los números aumentaron.

Esa inmigración influyó en forma decisiva en el desarrollo del país. En buena parte, la formaban gentes preparadas y trabajadores calificados. Algunos dieron impulso a las ciencias y a las artes. Como L. D. Beauperthuy, Adolf Ernst y Henri Pittier o Fausto Teodoro de Aldrey y Nicolás Ferdinandov. En los Andes maestros neogranadinos (como Matías Codina) abrieron escuelas de prestigio. También fundaron empresas o casas comerciales (como John Boulton en La Guaira y Gustav Zingg en Maracaibo). Su influencia fue aún mayor desde los años treinta del siglo pasado, especialmente en la vida cultural y económica (agricultura, industria, comercio y servicios). Venezuela dio refugio a republicanos españoles, a judíos perseguidos por el nazismo, a quienes luchaban por la libertad (enfrentando regímenes comunistas o dictaduras militares) o huían de la pobreza o simplemente buscaban un mejor lugar para vivir. Pronto se integraron a la nación y contribuyeron a su progreso y modernización.

Hasta finales del siglo pasado los emigrantes venezolanos eran muy pocos. En su mayoría se trataba de opositores a quienes mandaban, obligados a huir: algunos miles durante los tiempos de Juan Vicente Gómez o Marcos Pérez Jiménez. Pero, casi todos esperaban regresar y, en efecto, lo hicieron. Hubo otros, aquellos que no podían desarrollar sus talentos en Venezuela, como R. M. Baralt, Teresa Carreño, Humberto Tejera, Baruj Benacerraf, Carlos Cruz-Diez. También estos, alguna vez, recordaron el verso del poeta marabino: Dichoso yo si un día / A ti me vuelve compasivo el cielo. Siempre, por supuesto, estaban los estudiantes que querían formarse en los mejores centros para luego participar en la vida del país (centenares hasta 1974 se multiplicaron al establecerse el programa de becas Mariscal de Ayacucho); y los “aventureros” de todo tipo. En conjunto, representaban porcentajes pequeños de la población nacional. Para 1990 eran 185.888 (1,03% del total).

Al comenzar este siglo eran más los inmigrantes que los emigrantes. Aunque no se habían superado las dificultades económicas y los desajustes sociales (que se manifestaban desde dos décadas atrás), existía confianza en las posibilidades del país. Y, en verdad, se recibieron ingresos suficientes para atender las necesidades básicas. No obstante, el desmantelamiento del sistema democrático, el intento de establecer una economía socialista y el mal manejo de los recursos públicos provocaron una crisis general que se agravó con el tiempo. En 2000 vivían en el exterior 320.040 venezolanos (1,4%). Para 2015 esa cifra se había duplicado: 640.686. A partir de entonces, la situación empeoró: al caer la producción petrolera disminuyeron los ingresos y aumentó la pobreza (hasta 94%); y el régimen, perdida la legitimidad, derivó hacia una dictadura (partidista y militar), intensamente represiva. Perdidas las esperanzas de mejoramiento, la salida de personas se convirtió en huida en masa.

Diversos factores han obligado a 6,11 millones de venezolanos (ONU, abril de 2022) a emigrar en condiciones penosas, a menudo a pie, pues son pocas y costosas las posibilidades de hacerlo en forma regular (por cualquier tipo de transporte). Algunos miles han tratado de escapar a la persecución política. Distintos organismos han denunciado la violación de los derechos humanos (242 presos políticos) y la supresión de las prácticas democráticas. Incluso, muchos países no reconocen la legitimidad de quienes ejercen el poder. Pero, millones han sido aventados, desesperados, en muchas direcciones por las condiciones económicas, la violencia criminal (374,507 muertos desde 1999), el deterioro de los servicios, especialmente de educación y salud, la falta de alimentos (22,9% sufre de hambre) y en los últimos años la carencia de todo. La imagen es de desolación y destrucción, como si se hubiera sufrido una catástrofe causada por fuerzas telúricas.

Para abril de este año 2.207.990 venezolanos vivían en Colombia,  1.050.000 en Perú, 508.900 en Ecuador, 457.300 en Chile, 262.000 en Argentina, 174.230 en Brasil. Casi 5.054.000 en América Latina y el Caribe. A pesar de las trabas iniciales, 465.200 eran residentes legales en Estados Unidos. Lima cuenta con más de 800.000 habitantes llegados de Venezuela, Bogotá con 534.630, Santiago con 369.189. En Florida residen 273.216 y en Texas 273.216. En Europa, el número es creciente. España ha acogido ya 415.000; le siguen Italia con 59.400 y Portugal con 27.700, muchos de ellos antiguos emigrantes o sus descendientes. Cerca de 50.000 han optado por otros países. En realidad los venezolanos han llegado ya a todas las latitudes: centenares en la India y China, miles en Australia y las islas del Pacífico. Viven 41 en la Isla de Pascua y 2 al menos en Tasmania. Aparecen 4.300 en registros de África.

Entre los castigos infligidos por los conquistadores a los pueblos sometidos, especialmente a los muy rebeldes, figuró siempre el de la expulsión de sus tierras ancestrales y su dispersión. La palabra griega diáspora significa dispersión y se aplicaba a los grupos de un mismo origen étnico o religioso repartidos en muchos lugares. Como la diáspora judía (voluntaria o forzada). O como la sufrida por otras naciones o grupos en distintos sitios. Se produjo en América indígena y durante la conquista española o en África cuando el reparto europeo. El Estado turco obligó a los armenios a dispersarse para evitar el genocidio total. La impuso Stalin a naciones que se oponían a la socialización y Mao a los tibetanos contrarios a la incorporación de su reino a China. Sin embargo, alejadas de sus raíces las gentes trasladadas conservan su recuerdo y mantienen la esperanza de volver a la patria antigua.

La diáspora venezolana ha sido provocada por quienes manejan el poder. Las gentes escapan de la persecución y las carencias; pero, sobre todo, de la desesperanza, sentimiento que estimulan aquellos. La que fuera tierra de promisión es ahora dominio de fanáticos – propios o forasteros –  de proyectos fracasados, a quienes molesta la presencia de inconformes. Por eso, es de una magnitud impresionante: superior a la causada por las dictaduras en Uruguay, Argentina  y Chile, supera en cifras a la población de Uruguay, Costa Rica y Panamá. Y presenta una característica particular: dados los cambios políticos y las crisis económicas en la región, los escapados se han visto obligados a desplazarse de un país a otro, lo que multiplica el sufrimiento. Se trata, pues, de una migración “errante” de un pueblo abandonado por el régimen de Caracas y el llamado “gobierno” interino. Atendida en Colombia, Argentina o España encuentra resistencia en otros lugares.

Hace apenas unos días la Acnur, cuya preocupación por la suerte de los emigrados venezolanos se debe reconocer, señaló “que las personas continúan saliendo (del país) para huir” de las condiciones existentes. Y denunció la “situación de pobreza” que afecta a muchas de ellas. No es la de otros expatriados, partidarios del régimen, que no se sienten seguros al lado de sus antiguos compañeros. Es hora de exigir para los primeros –sostén de sus familias, que los acompaña o que se ha quedado en la patria maltratada– la atención que merecen, así como la representación a que tienen derecho.

@JesusRondonN


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