Mucho puede decirse sobre la condición humana. Dependiendo de la posición desde la cual se observe, se puede exaltar la grandeza del ingenio y la conciencia, o condenar los delirios de una especie que se considera superior a todo lo demás que existe. Sin importar nuestras perspectivas, existe una necesidad innata de ser «liberados» o «emancipados».
Cuando hablamos de «emancipación» o «liberación», nos referimos a liberarnos de cualquier tipo de subordinación o dependencia, según la segunda acepción que la Real Academia Española otorga al término. La complejidad de esta definición radica en que nosotros mismos nos preocupamos por muchas cosas. En nuestras mentes, creemos que somos seres que aparecen al azar en un mundo lleno de amenazas. Por lo tanto, las cosas de las cuales deseamos ser liberados adquieren características multidimensionales. Por ejemplo, deseamos ser libres de la angustia que nos provoca el dolor, la muerte, la opresión, la escasez, la falta de propósito, entre otros aspectos «desfavorables» de la vida.
Frente a esta serie de desgracias, buscamos soluciones de manera inmediata, sin importar cómo ni quién las brinde, a través de técnicas o dogmas que resuelvan el enigma del sufrimiento. Lo peligroso de esto es que, debido a nuestra propia naturaleza, tendemos a optar por los caminos más fáciles y terminamos construyendo dioses por doquier: el hombre providencial que nos liberará de la perdición, el Estado que nos liberará de la violencia de otros, el paraíso ultraterreno que compensará todas nuestras pérdidas, la tecnología que nos liberará del peso de ser humanos, y así sucesivamente.
No negamos que en el mundo actual existen muchos problemas, pero la opresión comienza en primer lugar en nuestro propio entorno, en nuestro interior. Por lo tanto, no debería sorprendernos que la cuestión de las perspectivas con las que interpretamos el mundo sea crucial, ya que estas dan forma a nuestra relación con la realidad. Si nos consideramos seres que simplemente «caímos» en este mundo, entonces este mundo nos resultará ajeno y hostil. Si consideramos que el dolor y la muerte son enfermedades, entonces buscaremos curarlos a toda costa. Si creemos que necesitamos esto o aquello para ser libres, entonces hemos aceptado que la libertad es una carencia.
Por todo lo expuesto, es sugerible contemplar perspectivas distintas. Perspectivas como que no «caímos» en este mundo, sino que surgimos de él; que el dolor es necesario para apreciar el placer; que la muerte es natural y necesaria para valorar la vida; y que todo comienza y termina solo para volver a comenzar. Lo poderoso de un verdadero cambio de perspectiva es que, por definición, cambia nuestra forma de pensar y, al cambiar nuestra forma de pensar, cambiamos nuestra forma de actuar. Este es el ciclo que nos eleva o nos hunde, dependiendo de nuestras premisas. Si comprendemos nuestro lugar en el mundo de manera diferente, tanto en nuestra mente como en nuestro corazón, entonces ya no estaremos solos, ya no habrá carceleros ni prisioneros y, en el mejor de los casos, ya no habrá necesidad de buscar la liberación, porque siempre hemos sido libres.
@jrvizca
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