
Imagen: diariolasamericas.com
Con una buena dosis de displicencia el gigantesco subcontinente latinoamericano que agrupa a 663 millones de almas ha sido tradicionalmente calificado como el “backyard” -el patio trasero- de Estados Unidos. Era así, tanto para referirse a que Latinoamérica y el Caribe por su cercanía constituían un área geográfica de influencia obligada del norte, como para deplorar que por muchos años Estados Unidos deleznara el tamaño y la importancia de este inmenso espacio. Nunca fuimos un subcontinente, no pasábamos de ser el patio trasero de Estados Unidos
Llega ahora un Donald Trump lleno de energía creativa y coloca al frente de su política exterior a un americano de origen cubano con capacidad de aquilatar con precisión la importancia que tan vasto territorio y tan numeroso caudal de consumidores representa para Estados Unidos. El estado de cosas, con Marco Rubio a la cabeza, tenderá a cambiar cualitativamente.
Rubio entiende, mejor que ningún otro, que la estabilidad en los 33 países que esta región alberga representan un potencial gigantesco: puede tratarse de un potencial de influencia política o económica o puede tratarse también de un potencial de desestabilización notorio para Estados Unidos. Lo que es cierto es que hablamos de un área digna de ser tomada en consideración en la medida en que el equilibrio que imperó a escala planetaria se está transformando hoy de forma inexorable.
Otros países con mayor peso específico que Colombia en la región tienden a llamar prioritariamente la atención de Washington. México, Brasil, Argentina, Perú, Chile por su talla, su nivel relativo de desarrollo, su exposición a lo externo y su inclinación a la absorción de tecnologías nuevas, están de primeros en la lista de los que pudieran anudar una proactiva cooperación económico-comercial con Estados Unidos que fuera beneficiosa para ambos lados.
Colombia estaría en esa lista de países “salidores” si no fuera por la existencia en su interior de fuerzas con un alto potencial de desacomodo del entorno, su capacidad de penetración perniciosa de sus vecinos, su disposición a la alianza con fuerzas nocivas empeñadas en causar perjuicios a la sociedad y a la nación estadounidense. Colombia es además un eslabón importante en la indeseada migración de ciudadanos hacia Estados Unidos, uno de los caballos de batalla de la campaña del hoy presidente Donald Trump.
Al interior de uno de los países más industriosos del continente -Colombia- el narcotráfico se ha asociado al crimen común y al terrorismo planetario penetrando de forma tal Estados Unidos que las organizaciones que las lideran son consideradas hoy como entes que atentan contra su seguridad y que, como tales, deben ser perseguidas. Después de varios lustros de colaboración activa con Bogotá y de importantes asignaciones de recursos para financiar distintos planes de combate a estas lacras, en Washington existe hoy la convicción de que Colombia, además de ser descertificada en su lucha contra la droga, debe ser perseguida por atentar contra la seguridad de la primera potencia mundial. Después de más de dos años de actuación de Gustavo Petro como presidente, los anteriores desafueros se han fortalecido convirtiendo a Colombia en un eje del mal propulsor de inestabilidad en vecindario y sirviendo de soporte a su exportación hacia Estados Unidos. Ese y no otro ha sido el resultado de intentar imponer un Plan de Paz Total con firma “Petro” , descabellado a todas luces.
Por ello esta Colombia comenzará a formar parte de la estrategia estadounidense de abordaje de estas mismas distorsiones en Venezuela, en México, en el Caribe y en Brasil, donde operan a sus anchas, y con el soporte de organizaciones colombianas, carteles y organizaciones mundiales del crimen que han extendido su radio de acción hacia otros países y hacia Estados Unidos.
A pesar de que una tercera parte de las exportaciones colombianas se dirige al mercado del norte, este conflicto no es de los que se resuelven con nuevos aranceles. La cooperación económica o comercial con Colombia, tan necesaria para Bogotá en los años de reacomodo internacional que se avecinan, no tiene un eje de acción relevante para Estados Unidos si el gobierno neogranadino mantiene su inacción o su connivencia con estas lacras y nada de ello está por ocurrir.
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