OPINIÓN

Trump, la globalización y sus demonios

por Fidel Canelón Fidel Canelón

Se pueden realizar varios abordajes de las protestas antirraciales que se regaron de forma inusitadamente rápida en Estados Unidos y otros países a raíz de la muerte de George Floyd. La complejidad del momento actual -cuarentena de por medio- lo exige, a riesgo de quedarnos presos de visiones reductivas y dogmáticas, ancladas en categorías de la sociología políticas del siglo XX que en buena medida han sido superadas por la realidad.

Lo primero que salta a la vista es la vigencia, ahora más que nunca, de aquella teoría del efecto mariposa, utilizada para ilustrar la teoría del caos y ya un tanto olvidada: así como el  suicidio de un humilde vendedor ambulante, Mohamed Bouazizi, en Túnez en 2010, desató la Primavera Árabe, cuyos efectos caóticos y desoladores en el Medio Oriente y el norte de África no han cesado una década después, de la misma forma el indignante asesinato de un humilde hombre negro en Minneapolis desató las protestas más encendidas en Estados Unidos desde los tiempos de Martin Luther King. Y si bien en este caso el aleteo de la mariposa ha sido mucho más indulgente y menos traumático que en el mundo árabe (con su derrocamiento de dictaduras, guerras civiles y estados fallidos) no es menos cierto que sus manifestaciones han sido más plenamente globales, porque no solo han involucrado a los países occidentales desarrollados donde los movimientos antirraciales y antifascistas tienen un buen trecho recorrido (Inglaterra, Alemania, Francia, etc.) sino en países mucho más tibios a este respecto, como Australia, Nueva Zelandia, e incluso en países varios de lo que llamamos Tercer mundo. Aparte de constatarse, en estos inicios del nuevo milenio, que el mundo es aún más pequeño, se hace visible que el discurso que de los derechos civiles y la tolerancia política -de estirpe inconfundiblemente occidental- ha prendido más de lo que muchos estiman, pese al terreno ganado en las últimas dos décadas por los liderazgos mesiánicos y los regímenes autocráticos en casi todas las latitudes del orbe. Y junto a ello, podría agregarse, parece ganar terreno la idea de que la formación de una sociedad civil internacional no es un mero desiderátum de algunos estudiosos de las relaciones internacionales, plasmada en unos discretos logros en las OIG desde finales del siglo XX, sino un hecho cierto, que va alcanzando poco a poco cotas significativas.

Ahora bien, habría que tener los ojos cerrados para no percibir que las protestas tienen también, dentro de Estados Unidos, una notoria dimensión política-electoral, de cara a las presidenciales de noviembre de este año. De hecho, previo a la muerte de Floyd, las calles habían sido tomadas en varios estados norteamericanos por los partidarios de Trump, quienes solicitaban la flexibilización de las condiciones de la cuarentena establecidas por varios gobernadores y alcaldes demócratas, en obvio respaldo a los llamados hechos insistentemente por el presidente, en su línea de cesar lo más pronto posible las restricciones para incorporarse al trabajo y reactivar la economía. Trump, en cierta forma, preparó el terreno para las contraprotestas de Antifas, y no puede olvidarse que él, como otros líderes populistas, nadan como pez en el agua en ambientes de fuerte polarización y conflicto, y de hecho ese fue el camino que lo llevó a ganar los colegios electorales en 2016 (el anuncio, de hecho, de que piensa declarar a Antifas como organización terrorista, transita ese senda polarizante). Lo que no significa que en esta oportunidad la receta le vaya a servir necesariamente, pues la ventaja acumulada por Biden es muy amplia y no parece fácil que la economía y el empleo puedan recuperarse lo suficiente en 4 meses como para que los electores le den otra vez su voto de confianza.

Mencionado el elemento político-electoral, es obligación hacer referencia al trasfondo histórico social que enmarca estas protestas: el surgimiento de los movimientos antiglobalización a finales del siglo XX, cuya principal expresión fue la batalla de Seattle en 1999, cuando al reunirse en aquella ciudad norteamericana la cumbre de la OMC, los sindicatos norteamericanos, junto con diversos grupos ecologistas y anarquistas -incluyendo  radicales de izquierda, protagonizaron protestas tan intensas que la reunión tuvo que ser suspendida. Es indudable que Antifas, si bien tiene sus antecedentes específicos tanto en Estados Unidos como en Europa (los primeros grupos anti Ku Klux Klan, así como  antifascistas, datan de los veinte, treinta y cuarenta), se inscribe dentro del cada vez más amplio y heterogéneo movimiento alteroglobal, donde se agregan ­–además de los ya mencionados- LGTBI, derechos humanos, antitransgénicos, indigenistas, compartiendo los rasgos comunes de los nuevos movimientos sociales: preferencia por la acción eminentemente simbólica y organización descentralizada, de grupos autónomos y en redes.

Visto el origen y la precedencia de estos grupos, parece otro despropósito de las teorías de la conspiración atribuirle a los regímenes de Rusia, Irán, China y Venezuela la organización de estas manifestaciones, más allá de que seguramente (¿cuándo no?) aprovechen para pescar en río revueltos, financiando ciertas actividades y haciendo de las suyas con sus boots, fake news, etc. Pero sería insensato negar la espontaneidad y la profunda subjetividad, heteróclita y hasta contradictoria, que hay en estos movimientos, donde de hecho, hay expresiones alineadas con visiones ideológicas conservadoras y de derecha.

La antiglobalización, efectivamente, ya no es un campo exclusivo de la izquierda. Muchos movimientos conservadores y de derecha se han opuesto en los últimos años a la globalización, adversando sobre todo sus efectos concomitantes, como la inmigración, que han puesto a tambalear sus valores tradicionales. Trump, hay que recordarlo, es una expresión de esa derecha antiglobal. Dicho sea esto para que tengamos presente que los eventos políticos y sociales de los nuevos tiempos están mutando con una rapidez sorprendente y que no podemos seguir utilizando acrítica y dogmáticamente las categorías del pasado reciente.

@fidelcanelon