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Transición: camino hacia la democracia

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Las transiciones políticas no se ajustan a una receta única, fórmula determinada o camino predecible. Solo una vez que han ocurrido, se puede determinar con alguna precisión cuándo comenzaron, quiénes fueron sus protagonistas y cuáles los momentos decisivos que condujeron al cambio hacia la democracia.

El proceso está en marcha, es inevitable. Lo que sucede en Venezuela no debe sorprender. Era cuestión de tiempo, y solo los ciegos no ven que ya estamos en modo de transición. La elección presidencial del 28 de julio será el hito más importante de los últimos 30 años. Proceso, polarizado entre PSUV y MUD, definirá al próximo presidente de la República, quien inevitablemente -le guste o no- será líder de la transición; agente temporal de transformación, porque requerirá legitimidad y, por tanto, obligado a convocar al pueblo en condiciones de justicia y legalidad. Cualquiera que sea el ganador -lo acepte o no- dará inicio -consciente o inconsciente- a un desarrollo de evolución paulatina y compleja que reconfigurará las reglas institucionales.

No es la primera vez que se planea. Sin embargo, a diferencia de otros momentos, hoy la vía no es la presión internacional ni la inútil discusión sobre la (i)legitimidad del espurio chavismo castrista en manos maduristas.

Venezuela esperanzada presencia, y mejor aún, protagoniza con fervor y entusiasmo, la apuesta democrática por la ruta electoral, incluso compitiendo en franca desventaja. La sociedad se moviliza en torno al voto, a pesar del proceso impuesto que menosprecia e ignora la integridad electoral saturándola de irregularidades, y bajo la constante amenaza por parte del continuismo autoritario que, sin miramientos, profana y atropella.

En su delirante persecución -con premeditación y alevosía- hacia el desastre social y económico, el castrismo venezolano gobernante no tuvo alternativa ni dilema que proceder a la violación de los Derechos Humanos, eliminación de las libertades, oblación del pensamiento, sacrificio de la conciencia y ruina de las instituciones. Cumplió, y cumpliendo, demostró falta de consideración y carencia de respeto por los valores morales y éticos de la especie humana, pero también, quedó expuesto a su propia estulticia e insuficiencia de talento.

Las cicatrices del presente y pasado, la búsqueda de justicia, serán aclaradas con la investigación abierta por crímenes de lesa humanidad en la Corte Penal Internacional y los abultados informes de la Misión de Determinación de los Hechos ante el Consejo de Derechos Humanos de la ONU. Cabría esperar -con razón- que haya sanciones inmediatas para los señalados por violaciones a los Derechos Humanos, independiente de que se produzca un cambio de gobierno. El deseo de justicia para quienes ordenaron abusos y ejecutaron arbitrariedades contra la población es lógico, normal y no es pecado el sentir. Sin duda, la expectativa es comprensible, pero su viabilidad a corto plazo no parece realizable ni realista. La justicia a veces tarda, pero siempre llega.

¿La negociación como salida? Todo indica que la transición será negociada, y una exigencia evidente para la dirigencia política que grita democracia, sería congelar el tema de la justicia y su castigo a los responsables de transgresiones y casos de corrupción. Esta garantía -para algunos aberrante, para otros inaceptable- dará inicio al trato con quienes ocupan el poder.

El autoritarismo se tiene que convencer de que su permanencia es inviable, y será el momento de pactar; y tendrá que ser de manera genuina, porque no les quedará otra opción. Por supuesto, la propuesta tendrá sus detractores y será motivo de mucha discordia. Pero no tiene sentido entregar el mando si de forma simultánea van a la cárcel.

Sin embargo, el futuro luce esperanzador a pesar de las dificultades. El castrismo, cautivo de pasiones inhumanas y rehén de intereses corruptos, atiende a los saqueadores, bandidos y delincuentes, no dispuestos a permitir se realice el menor examen de su conducta. El continuismo, enfermo de nebulosidad en el cristalino del ojo que afecta su visión, no podrá seguir amordazando al ciudadano, al pueblo, que decidió cambiar, que está en las calles reclamando libertad, dispuesto a conseguir un mejor futuro, de excelencia y oportunidades. Mientras tanto, el castro comunismo observa aterrado que ya no tiene clientes para comprar sus conciencias.

El apego a la justicia y lo sagrado de los derechos humanos es demasiado relevante y la impunidad está prohibida. Lo primordial es volver a vivir en democracia; para que, a posterior, la justicia pulcra, imparcial y adecentada, sancione a los responsables y ejecutores de ilegalidades, que jamás deben olvidarse. Habrá tiempo, con la refundación de las instituciones, su independencia y autonomía. Finalmente se estará en condiciones, incluso, con acompañamiento de instancias internacionales, condenar a violadores de los derechos humanos.

@ArmandoMartini

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