Tenemos un nuevo producto de exportación no tradicional (como se le llamaba antaño a las exportaciones no mineras): el enjuiciamiento penal de expresidentes. Verdaderos pioneros en la materia, los peruanos; ahora tenemos competidores: los Estados Unidos de América.

Aunque existe algún debate sobre cuándo empezó a gestarse tan controvertida innovación, este articulista piensa que fue en los tiempos del presidente Ollanta Humala Tasso cuando, alimentado por las pasiones políticas de su famosa esposa, doña Nadine Heredia, y los odios atávicos de las izquierdas, se desataron todo tipo de investigaciones en contra del expresidente Alan García Pérez, cuyo desenlace conocemos.

Aparentemente, el señor Humala Tasso nunca pensó que al promover investigaciones en contra de su predecesor preparaba el terreno para otras en su contra, sin darse cuenta de que cruzaba un Rubicón. El hecho es que, al poco tiempo, él también estuvo investigado e incluso apresado junto a su señora esposa, la que ejerció tanto poder que, en su tiempo, se referían a ellos como la “pareja presidencial”.

Volemos al norte y en tiempos del presidente Clinton, doña Hillary Rodham, su esposa, también fue una poderosa fuerza, pero no en la discreción del consejo conyugal dado en la intimidad de la alcoba, sino en abiertos terrenos políticos. Pero Hillary nunca tuvo el talento y carisma innato de Bill (Fernando Belaunde Terry lo definió privadamente, entiendo, como “Kennedy de trocha angosta”), aunque sí mucha disciplina y, sobre todo, ambición.

Pasaron los años y la poca simpatía de Hillary, así como su falta de talento político, la convirtieron en una perdedora segura en las elecciones. Primero, la interna ante Barack Obama y luego la general ante, ya saben, Donald J. Trump.

Este último personaje, cargado de especiales talentos y defectos, concita odios duraderos, similares a los que Fujimori y el APRA ocasionan en nuestro país. Aquí el problema no es tanto la ausencia de motivos para odiar siempre puede haber, sino su carácter destructivo. Todos los entes que profesan ese bajo sentimiento acaban aniquilándose.

El hecho concreto es que sobre Trump se desencadenaron todas las investigaciones imaginables, cada una era la definitiva, la que lo llevaría a la cárcel y lo destruiría. Es cierto también que Trump se empeñó en darle artillería a sus enemigos, con actitudes desafortunadas y modales deplorables. El peor enemigo de Trump no es el demócrata que lo detesta, sino su propia personalidad. Genio y figura, hasta la sepultura.

El hecho es que ahora hay tantos procesos penales en su contra que ya casi perdí la cuenta. Lo curioso es que nadie en el Partido Demócrata se detiene a reflexionar que quizá ellos también han cruzado un Rubicón, del cual no hay retorno.

Esto adquiere particular importancia e inmediatez debido a la ya complicada situación legal en la que se encuentra el hijo del presidente Biden, Hunter. En su contra pesan una serie de investigaciones sobre muy diversos temas: evasión fiscal, uso indebido de armas de fuego, posesión de drogas, contratación de prostitutas y actuar como agente extranjero sin registro (toda una joya, el muchacho).

Hunter incluso celebró un acuerdo con la Fiscalía denominado “plea bargain”, similar a la confesión sincera del derecho penal peruano, que le hubiese conferido inmunidad. Desafortunadamente para Hunter, la juez a cargo del proceso rechazó el acuerdo, por su disimulada y exagerada amplitud.

Y aquí viene lo que sucede cuando se cruza el Rubicón: Los republicanos, ni cortos ni perezosos, han contraatacado y en el camino han disparado artillería pesada en contra del actual presidente. Han obtenido, del ex socio de Hunter, Devon Archer, testimonio, corroborado y confirmado, de cómo Biden, siendo vicepresidente, ayudó a los negocios del hijo con clientes extranjeros de dudoso origen, apareciendo fugazmente en más de veinte llamadas telefónicas.

En palabras de Hunter, se trataba de “vender la marca”. O sea, demostrar el privilegiado acceso al poder que tenía el muchacho, por el cual fue generosamente compensado.

Las acusaciones en contra de Trump también son delicadas y podrían llevarlo a la cárcel, si aún está libre sin fianza, es por su estatus de expresidente permanentemente custodiado por el Servicio Secreto (no hay riesgo de fuga). No es momento para debatir los méritos sustantivos de las acusaciones, pero estas tendrán un fuerte impacto en las elecciones del próximo año y convulsionan la primaria republicana.

El problema para los demócratas es que la naturaleza de las cosas hará que las investigaciones en contra de Hunter continúen, las cuales, inevitablemente, involucrarán a su padre cada vez más. Tampoco me pronunciaré (ahora) sobre los méritos de estas, más allá de mencionar las muchas tormentas que también desatarán.

¿Será que pronto en Estados Unidos, al igual que en Perú, sus expresidentes vivos estarán presos o comprendidos en procesos penales?

También me pregunto por qué, los que inauguraron esta tendencia, no se dieron cuenta de que la judicialización de la política arrastra a todos por igual. La respuesta es que el odio los nubló, impidiéndoles visualizar que las inevitables tormentas también arrasarían con ellos. Ojalá que en Perú y en Estados Unidos se superen estos sentimientos, pues nada bueno traen.

Artículo publicado en el diario El Reporte de Perú


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