Joe Biden vino a Miami. La coartada fue el hundimiento del edificio en Miami Beach. Murieron varios cubanos. Copio un mensaje, consternado, del ingeniero Ariel Gutiérrez. Yo le había preguntado, curioso, por el infrecuente apellido Berezdivin, leído en un diario se Miami: “Deborah Berezdivin es la nieta de Diana y Manolo. Es hija de Jeff, el menor de sus descendientes. Deborah está desaparecida. Así como Nancy Kress, hermana de Diana y sus dos hijos con sus respectivas esposas. Nancy estaba casada con mi gran amigo Saúl Kleiman, quien es el padre de estos dos hijos. Estudió en el Instituto Edison”.
La suerte se ensañó con ellos. Dudo que la tragedia del edificio derribado haya golpeado con tanta intensidad a otra familia como a los Berezdivin-Kress de Manolo y Deborah, una ejemplar pareja hebreo-cubana. Lógicamente, están inconsolables. Pero hay más pérdidas cubanas: mis amigos Tony Lozano y su mujer de toda la vida. A Tony no lo veía hace décadas. Lo recuerdo siempre amable y risueño. Me dicen que así fue. Parece que era un feliz matrimonio. Veo en el noticiero a uno de sus hijos. Dijo que sus padres solían debatir, preocupados, quién se “iría” primero. Generalmente, son las mujeres las que enviudan. Es absolutamente natural el temor a quedarse solo en este valle de lágrimas. Se fueron juntos, súbitamente, mientras dormían. Como en el verso de Miguel Hernández, murieron “como del rayo”. Ojalá no hayan sufrido.
Pero Joe Biden venía, también, a otros asuntos. Por ejemplo, a fortalecer el bipartidismo. A sus 78 años había confirmado mil veces que la razón no suele estar en solo un lado de la mesa. Se reunió con Ron Desantis, el gobernador republicano de Florida y trumpistaferviente, y con Daniella Levine Cava, alcaldesa demócrata de Miami-Dade, la urbe más poblada de Florida. Levine Cava ha tenido la cortesía de aprender español razonablemente bien, dado que 69,4% de las personas que habitan en Miami-Dade son de esa procedencia. También el senador Rick Scott.
A Biden le esperaba una misiva a propósito de Cuba, también bipartidista, dirigida al belga Charles Michel, presidente de la Comisión Europea; al español Josep Borrell, una especie de ministro de Relaciones Exteriores de la Unión Europea; y al periodista italiano David Sassoli, presidente del Parlamento Europeo. La carta la firman los congresistas republicanos Mario Díaz-Balart, Alex X. Mooney y Carlos A. Giménez, y los demócratas Albio Sires y Debbie Wasserman Schultz, así como los dos senadores de la Florida: Marco Rubio y Rick Scott, ambos republicanos.
Pero, al margen de ser una carta bipartidista, lo que le resta peso al argumento de que el anticastrismo es una actitud solamente republicana, lo importante es su contenido. Viene a decir que nada ha cambiado en la isla tras la muerte de Fidel y el retiro de Raúl. La dictadura continúa oprimiendo a los cubanos, aunque la novedad es que los enemigos son otros: nada menos que los jóvenes artistas y músicos del Movimiento San Isidro, y José Daniel Ferrer, líder de la Unión Patriótica de Cuba (Unpacu), una persona extraordinariamente valiente que fue encarcelada durante la Primavera Negra de 2003.
El cáncer cubano ha hecho metástasis por la geografía latinoamericana. Está presente en Venezuela y en Nicaragua (y muy pronto asomará su cabeza totalitaria en Perú, decimos nosotros). Mientras el gobierno cubano practica el más hondo y repulsivo racismo –de acuerdo con la carta de marras–, simultáneamente la Unión Europea le entrega a España la orientación de su política hacia la isla, en lugar de contar con el consejo de Lituania, el pequeño país báltico que primero se liberó del yugo soviético.
A mí me parece bien que se tome en serio la postura de Lituania con relación a Cuba, pero en realidad esa parte de la denuncia no es exacta. No tiene en cuenta cómo el gobierno de José María Aznar propuso y logró que se aprobara en diciembre de 1996 una “posición común” hacia Cuba de la Unión Europea (redactada por Miguel Ángel Cortés) que duró hasta 2016. En ese momento, la italiana Federica Mogherini, comunista en su juventud hasta que el partido, taladrado por la corrupción, se convirtió en otra cosa. Mogherini consiguió desmantelar la posición de la Unión Europea con el peregrino argumento de que “no había logrado sus objetivos”, olvidando la defensa de las libertades y el respeto a los derechos humanos, tan caros en la historia de Europa.
Realmente, no es España la culpable de este desatino. Fue el gobierno de Pedro Sánchez, aconsejado por el leninista Pablo Iglesias, el culpable de la vergonzosa actitud de la diplomacia española, encarnada en Josep Borrell Fontelles, un socialista hispano-catalán, españolista, de la época dorada de Felipe González. En todo caso, no son únicamente los españoles los llamados a exigir que el gobierno de Cuba rectifique. Todos esperan, dentro y fuera de la isla, a que un Gorbachov se atreva a cambiar el miserable destino del país. Lo aplaudirían hasta el delirio.
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