La desesperación que se va apoderando de muchos sectores de la vida nacional viene generando en grupos cada vez más numerosos la opinión favorable a buscar o precipitar un desenlace de fuerza militar ya sea invocando al TIAR, a la acción unilateral de Estados Unidos o a María, a quien –en el sentir popular– los venezolanos solemos poner en sus manos la solución de delicados problemas.
Esa misma desesperación a su vez genera escepticismo cuando la gente ve que una tras otra las distintas vías intentadas para resolver nuestro drama se ven frustradas. Es igualmente lógico que el colectivo lo vea de esa manera cuando toma nota del fracaso de distintas alternativas en las que puso su esperanza: el ingreso de la ayuda humanitaria, la famosa “todas las opciones sobre la mesa” expresadas por Mr. Trump, las negociaciones en Santo Domingo que solo sirvieron para comprar tiempo a la dictadura, el experimento Oslo/Barbados que luce estancado (para beneficio también de la usurpación), las gestiones ante la OEA, etc. El público ya no cree en nada y –según nuestra propia constatación– va perdiendo interés mientras lucha por acostumbrarse a asumir como normal una situación que no lo es. A ello agréguese el celestinaje que desde Miraflores se brinda a quienes han renunciado al proceso de paz de Colombia.
El resultado es que dentro del cuadro de creciente desesperanza van surgiendo voces críticas que reclaman al gobierno (e) soluciones visibles y rápidas porque ya no se aguanta más. Dentro de esas voces críticas percibimos las que son genuinas, las que surgen de la urgencia y también las que son inspiradas en intereses subalternos. El resultado es triste y se exhibe en las descalificaciones que unos grupos de la oposición profieren contra otros utilizando la mentira, el chisme, la deducción malintencionada, etc. Se ha vuelto verdadero aquello de que no hay “peor astilla que la del mismo palo”. ¡Mala cosa!
En medio de todo este cuadro Venezuela tiene la suerte de contar con la conducción encarnada en Juan Guaidó, quien –para quien le guste y a quien no– cuadruplica en credibilidad y prestigio a todas las demás figuras políticas del momento pese al también notable deterioro que el desgaste viene produciendo. Este columnista por el momento vuelve a expresar su decisión de acompañar al presidente (e) en todas las decisiones que tome, dejando para mejor momento las críticas que puedan haber (que sí las hay).
Apoyamos la estrategia de llevar adelante al mismo tiempo la lucha en todos los frentes: diplomático, económico, político, judicial, etc. Además de tener la razón contamos con equipos humanos de lujo que han venido poniendo al servicio de la causa de la democracia sus esfuerzos y capacidades profesionales, siendo que –hasta los momentos– no ha habido ningún recurso proveniente del tesoro público para atender las obligaciones más primarias que se requieren: arrendamientos, viajes, papel, salarios, etc. Nos consta personalmente el esfuerzo que un buen número de embajadores tienen que hacer de sus magras finanzas para poder atender lo que se les exige dentro del marco de una política de restituir no solo la democracia sino la credibilidad que por muchas décadas fue sello de Venezuela.
Dentro de ese esfuerzo por abordar todos los frentes, esta misma semana los medios han informado, y la Asamblea Nacional ha saludado la gestión de dos de nuestros embajadores (Viera-Blanco acreditado en Canadá y Sandoval acreditado en Honduras) ante la Corte Penal Internacional en La Haya, coincidiendo con la gestión personal similar del activista Walter Márquez para lograr sensibilizar a ese tribunal internacional acerca de los graves hechos que tienen lugar en nuestra patria y que justifican la transformación de la “investigación preliminar” que se está llevando a cabo por la Fiscalía del Tribunal a fin de convertirla en una acusación formal que desate un proceso judicial internacional dentro del marco del Tratado de Roma (que creó la Corte) y culmine en la condena de quienes hasta ahora vienen actuando con impunidad violando una amplia gama de derechos humanos.
La Corte Penal Internacional es un tribunal de justicia. No es una instancia política y por eso sus tiempos no coinciden con la urgencia de las circunstancias, pero no por ello la justicia deja de llegar adonde debe. Ya son varias las condenas –y algunas absoluciones– emitidas por ese tribunal ante el cual al menos seis Estados latinoamericanos han acusado a Maduro & Cía, la OEA adjuntó un voluminoso expediente demostrativo de los horrores que se cometen y la impunidad que reina. Personalidades como Diego Arria, Tamara Suju, Alfredo Romero, Walter Márquez y ahora nuestros dos embajadores han hecho y continúan haciendo el lobby permitido dentro del marco de un tribunal. También es cierto que la ex fiscal Ortega Díaz incursionó también por esas instalaciones. Por el momento nos reservamos la opinión que ella y su oportuno salto de talanquera nos merece. Todos y cada uno van haciendo su parte en la construcción de un expediente que en una u otra forma culminará en la administración de justicia, si es que antes no se impone alguna otra manifestación de desesperación que no aupamos pero tampoco descartamos.
En resumen: la difícil situación aconseja incrementar la presión desde todos los flancos. No proponemos paciencia porque ya se agotó, pero sí sindéresis y pragmatismo al tiempo en que nos pronunciamos por un activismo de calle sin pausa, fuerte y organizado que se sobreponga al miedo. Hasta en Sudán que sufrió una dictadura rayana en carnicería por más de 30 ãnos se acaba de deponer al sátrapa Al-Bashir e inaugurar un gobierno de transición y hace poco en Zimbabue se logró la renuncia de Mugabe a punta de movilización popular. ¿Es que acaso nosotros tenemos menos testosterona que nuestros hermanos africanos?