Una de cal y otra de arena. La diplomacia de lo práctico. Sacudir el mapa trasero lo menos posible. Que el avispero no se alborote. El dinero petrolero no tiene ideología. El gobierno yanqui no tiene amigos/enemigos, sino socios. Parece importarles poco quién esté en Miraflores, mientras deje operar a Chevron
Las facturas políticas se pagan. Trump paga su apoyo al magnate del petróleo, Harry Sargeant III, quien ha sido un donante de los republicanos. Este, representando a los empresarios petroleros, ha realizado gestiones ante Trump para convencerle de la conveniencia de continuar los negocios con el régimen de Maduro. Eso, por conseguir que el dictador dejara volver a su «Tren» de delincuentes y demás deportados inocentes. El mediador en este macro negocio lo ha conseguido. Chevron seguirá enarbolando su bandera sobre el magma petrolero venezolano, al menos, por seis meses más a partir del siguiente día (1º de febrero) en que Richard Grenell visitó Miraflores admirando la espada de Bolívar.
Esta negociación es así. Maduro libera a los rehenes americanos, acepta recibir a los deportados, pero exige que el negocio «limpio» con Chevron siga intacto. Todo dentro de la retórica diplomática de traje y corbata yanqui, que no reconoce al presidente ilegal, Maduro, pero firma acuerdos con él. El gatopardismo IA es lo que navega entre el Norte y el Sur. Ambas partes ganan, ninguno pierde. Ni Maduro el poder, ni los americanos su cuota petrolera.
Tras esta entente cordial entre Trump y Maduro ha estado la mano diestra del empresario Sargeant III. Gestionó la visita de Grenell con Maduro trazando la agenda que se acordó entre ambos. El negocio petrolero sigue funcionando. Los deportados comenzarán a salir de Estados Unidos a partir de marzo, según Tom Homan, el vigilante de las fronteras nombrado por Mr. Trump. Hay que precisar que los venezolanos (cientos de miles), muchos de ellos acogidos al Estatus Protección Temporal (TPS por sus siglas en inglés), podrían ser deportados. Los otros, con delitos serios, están siendo embarcados a Guantánamo, tal vez algunos regresen a Venezuela, para ser reexportados.
El significado del encuentro de la espada bolivariana es que, por ahora, el nuevo gobierno de Trump tiene un convenio con el régimen del narcoestado de Maduro. Pese a que no reconozca al presidente ilegal y diga que sí reconoce al legalmente elegido, Edmundo González Urrutia. Si esos acuerdos y negocios van a llegar hasta el final del mandato de Trump, está por verse, como él mismo ha dicho con respecto al asunto Venezuela.
Las puertas de una transición, desde la dictadura viva a una nueva democracia, están cerradas. Maduro gana tiempo, mientras sigue comandando su narcoestado. El triunfo de EGU (más de 7 a 3 millones de votos) no ha sido suficiente para derrotar al régimen tramposo. El fraude Maduro no solo se impone, sino que obliga al Imperio a venir a pedirle su indulgencia. El mapa geopolítico, donde actúa el régimen chavista como invitado necesario, puede dar sorpresas aún. Así que, el apoyo de instituciones internacionales al advenimiento de una nueva democracia en Venezuela, no parece expedito, pues depende de factores intrincados en esos escenarios, donde las fichas yanquis juegan su juego. Por eso es primordial que la oposición interna a la banda usurpadora de Maduro sea firme, dura y eficaz. Como dice Mr. Trump: «Veremos».
Carlos Pérez-Ariza es doctor en Periodismo por la Universidad de Málaga.
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