La diplomacia europea ha sido blanco de muchas críticas producto de la posición que han asumido los países de la unión respecto a la crisis venezolana. Para muchos, sobre todo para los venezolanos que sufren y padecen la dictadura en Venezuela, los tiempos del viejo continente se alejan de todo sentido de urgencia y, peor aún, se sitúan en el extremo contrario. Prueba de ello fue el llamado Grupo de Contacto, que no pasó de ser más que un sinnúmero de dilaciones que lejos de favorecer la causa de la libertad y la democracia, le permitieron al régimen chavista ganar tiempo en momentos donde el contexto interno e internacional exigía la máxima presión posible.
Aunque no tenga justificación para quienes hemos vivido esta tragedia más de veinte años, esta situación quizás tenga explicación en la propia naturaleza de la Unión Europea. Resulta extremadamente difícil para veintisiete Estados con gobiernos de distintas orientaciones políticas adoptar una posición común. La exigencia del consenso en la toma de decisiones hace que las posiciones más fuertes terminen siendo abandonadas en favor de soluciones intermedias, menos radicales. Sí, valiosas en términos de apoyo y solidaridad del concierto de naciones para con Venezuela, pero ineficaces a la hora de obtener lo esperado: salir de la dictadura de una vez por todas.
Este tipo de limitaciones de la diplomacia europea se traducen, lamentablemente, en el debilitamiento del prestigio del bloque de naciones en la escena internacional. Las consecuencias son más que evidentes y tienen en Venezuela un perfecto caso de estudio. La semana pasada, por ejemplo, frente a la decisión de los países miembros de la Unión Europea de implementar un conjunto de sanciones individuales contra aliados del chavismo, el dictador se atrevió no solamente a amenazar con expulsar a la embajadora de Bruselas en Caracas, sino que, cual matón, lanzó ataques contra el representante del gobierno español.
Aunque estas medidas finalmente nunca fueron ejecutadas, dejan en una posición muy incómoda a la Unión Europa. Sobre todo en momentos en los que algunos rectores del ministerio de votaciones de la dictadura han asomado la posibilidad de invitar como «acompañantes electorales» a una misión de la Unión Europea. Personalmente, no creo que Bruselas considere esa posibilidad, pero más allá de rechazarla, lo que se espera es una escalada en el cerco a un régimen que le ha negado a su población la posibilidad de una salida pacífica del poder. Mientras esperamos que se aclare el panorama, no queda más que decirle a los países del viejo continente: tanta diplomacia como sea posible, tanta presión como sea necesaria. Hoy más que nunca la presión es más que necesaria.
@BrianFincheltub