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Tácitamente Roma

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“No se vio aquella ciudad jamás tan afligida y amedrentada como entonces, recatándose todos hasta de las personas más suyas; huíanse las conversaciones, las pláticas y los oídos, tanto de conocidos como de extraños; hasta las cosas inanimadas y mudas causaban sospecha; los techos y las paredes se reconocían y se investigaban”. No es de Caracas que se habla. El texto que copié pertenece al libro IV de una de las obras del bachiller Cornelio Tácito, al que los confianzudos e igualados, que siempre los ha habido, llaman Tácito. Me refiero a sus Anales, y que se cree fue escrito a comienzos del segundo siglo de nuestra era. La ciudad de la que habla es Roma y el tiempo que le tocó vivir durante el gobierno de Tiberio.

Vale la pena recordar que este caballero fue el segundo emperador romano. Su nombre completo era Tiberio Claudio Nerón, y nació en la cuna de Rómulo y Remo el 16 de noviembre del año 42 a.C., cuando estaba en pleno apogeo el gran zaperoco por el control de la herencia política de Julio César. 

Para abreviar el cuento, y antes de que la profesora Molina me reclame por el exceso de palabras, su majestad Tiberio heredó el temible cuerpo marcial que era la Guardia Pretoriana. 

Esta cohorte de guerreros incondicionales lo había fundado Augusto para que le cuidaran las espaldas y las asentaderas, pero tuvo el tino de, y así prevenirse de sorpresas, nombrar dos prefectos encargados de comandar ese cuerpo. Con esto buscaba que ninguno de los dos acumulara demasiado poder. Don Tiberio, a quien achacan una incompetencia paranoica, obvió este equilibrio y nombró como comandante único del mencionado cuerpo al señor Lucio Elio Sejano, conocido como Sejano, a secas. 

El oficial Sejano se dio cuenta de la debilidad manifiesta del emperador y se aprovechó al máximo de sus miedos, de su –y cito el término acuñado por el amigo Wilmer Suárez– culicardia. Era tiempo en los que se destapaban complots cada dos por tres. Con frecuencia se descubrían planes para darle matarile a don Tiberio. Aquello era como la bazooka de Chávez o el dron de Maduro. 

El pretor máximo obtuvo un poder ilimitado, y convirtió a ese cuerpo en un verdadero ejército de 12.000 efectivos.  Amén de ser el comandante pretoriano, también obtuvo del emperador poderes adicionales en el control y administración de Roma. Al final convenció a Tiberio para que abandonara la capital y se mudara a Capri, con el argumento de que sería mucho más fácil protegerlo en una isla pequeña que en una ciudad llena de espías y traidores. Bien lo explicó Tácito, Sejano no buscaba más que controlar toda la información que llegaba al emperador. 

Con los pretorianos fiscalizando Roma, Tiberio aislado en Capri en una bacanal sin fin y él controlando toda la información que se recibía en la isla, Sejano se convirtió en el verdadero emperador. Se encargó de purgar a todo posible opositor, un Stalin latino que llaman. En la razzia cayeron muchos miembros de la propia familia imperial, tras acusarlos falsamente de traición. 

Al final alguien pudo hacer llegar una carta a Tiberio echándole todos los chismes. Él esperó su momento y en secreto nombró a Nevio Sutorio Macrón como prefecto de los vigiles, quien se ocupó de organizar un golpe contra Sejano. Y en octubre del año 31 de nuestra era fue arrestado. La noche de ese mismo día, el Senado celebró una sesión en el Templo de la Concordia y lo condenó formalmente. Lo sacaron de la cárcel, lo estrangularon y su cuerpo fue lanzado por las temidas escaleras Gemoniae, donde una multitud enfebrecida lo desgarró en pedazos, para después arrojarlo al Tíber. Luego, Tiberio nombró a Macrón comandante de la Guardia Pretoriana. 

Años más tarde, algunos dicen que el 16 de marzo del año 37, Tiberio, que ya rozaba los ochenta, tomó parte en unos juegos ceremoniales y se dislocó el hombro al lanzar una jabalina. Fue llevado a su palacio y sus médicos, tras examinarlo, declararon que no viviría ni un día más. 

Con este panorama al frente, la guardia pretoriana aclamó a Calígula como nuevo emperador y se enviaron correos a todo el imperio para anunciar la sucesión. Pero…la medicina de aquellos días no era muy de fiar; así que, al cabo de un rato Tiberio se despertó y, como si no hubiera pasado nada, empezó a pegar gritos pidiendo comida. Senadores y pretorianos se pusieron las manos en la cabeza y, con las nalgas en cabestrillo, por el reconocimiento otorgado a Cayo Julio César Augusto Germánico​, su verdadero nombre, lo cual no podían revertir, so riesgo de provocar una guerra civil.   

Esta inesperada recuperación desató el pánico entre la guardia y los senadores, que ya habían reconocido a Calígula como nuevo emperador. Temían lo que podía suponer aquella mejoría: una nueva guerra civil.

El ya citado escritor, Tácito, describió así esos momentos: “Cuando de improviso se supo que Tiberio había cobrado el habla y la vista y que a gran priesa pedía la vianda. Amedrentados todos y esparcidos, unos procuraban volver a componer el rostro conforme a las pasadas muestras de tristeza, y otros disimular el caso. Enmudeció Calígula, y, caído de tan altas esperanzas, comenzaba ya a temer de su propia persona. Sólo Macrón, sin alguna alteración, ordenó que aquel viejo fuese ahogado con echarle encima cantidad de ropa, mandando salir antes a todos del aposento. Este fin tuvo Tiberio a los setenta y ocho años de su edad”.

Releo esta parte de Anales y no puedo dejar de pensar en la casta rojita que por un cuarto de siglo hemos padecido. Ensoberbecidos y rodeados de supuestos perros fieles no es difícil imaginarlos temblando hasta con sus propias sombras. 

Cierro los ojos y veo a Nico, con gesto adusto y aire agrio, pensando: ¿Será que Jorge me va a echar la gran vaina? ¿O será la hermana que, con esa cara de personificación del desquicie, me va a entregar a la CIA?  

No se necesita mucho esfuerzo para imaginar al señor del mazo silbando para espantar al miedo mientras cavila: ¿Y si Tarazona era el que iba a cobrar los 10 millones por el pescuezo mío? ¿Esas no serán vainas de Vladimir que no deja de serrucharme las patas? 

En su oficina el fiscal, mientras hace mancuernas en el gimnasio que se mandó hacer al lado del despacho, se estremece al recordar a Danilo Anderson. 

Los ejemplos son inacabables, y es mejor parar porque no hay quien pueda conciliar el sueño solo de pensar en semejante fauna.  Por lo pronto Erick Prince asegura que falta menos de una semana para el 10…  No está de más recordar el viejo refrán: El miedo es libre. 

 

© Alfredo Cedeño  

http://textosyfotos.blogspot.com/

[email protected]

 

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