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«Latinoamérica» es un término relativamente reciente, se impulsó bajo la gobernanza de Napoleón III, por el economista y político francés Michel Chevalier en 1850. Este franco-neologismo, que lamentablemente se impuso de forma muy rápida en el mundo diplomático, respondía más al desesperado intento francés de tener cierta influencia política en la américa hispana ante el creciente impulso que tenía los Estados Unidos con su Doctrina Monroe. Algunos estadounidenses, intelectuales de tradición hispana, fueron los que desarrollaron un concepto vacío que en mi opiniónrera y es bastante similar a la unión del aceite y el agua. Más que un concepto, era una idea que tenían de bandera criollos como José Vasconcelos, Simón Bolívar y José Martí entre otros, personalidades históricas que trataron de romper un vínculo similar al paterno filial, y el capítulo 1º de la Constitución de Cádiz, que rezaba: «La nación española es la reunión de todos los españoles de ambos hemisferios», dejándonos sin brújula en manos de caudillos.

El término «Latinoamérica» tomó fuerza en la segunda mitad del siglo XX, con los movimientos de izquierdas. Hasta la primera mitad del siglo pasado, el término culturalmente extendido era América, América hispana, o Hispanoamérica, de hecho, en la famosa clasificación de razas de Estados Unidos, el término utilizado para referirse a nosotros es hispano, y ahí también entran los españoles. Latinos son los que estuvieron bajo el dominio del «Imperio Romano» y el latín, es decir: Italia, Francia, Gran Bretaña, España, etc.

Los hispanoamericanos hablamos español, pero no tenemos que ver en un sentido directo con la cultura romana, que fue una de las justificaciones para imponernos el término «Latinoamérica». Evidentemente la imprescindible influencia jurídico-política-cultural y religiosa greco-romana, fueron los cimientos del Siglo de Oro español, siglo en que el humanismo cristiano, tomó forma en la «Escuela de Salamanca», tanto que nutrió a Europa, como al naciente imperio español. Tanta fue la influencia que España, en el Concilio de Trento, estableció las normas de funcionamiento de la Iglesia Católica. El término «Latinoamérica» se impuso de forma subliminal, cuando nos creímos libres en los sesenta del siglo XX, y caíamos como moscas bajo dictaduras de izquierdas, derechas, guerrillas marxistas-leninistas, maoístas, y mucho terrorismo comunista. Este fue el caldo de cultivo ideal del negro legendarismo, que nos ha convertido en unos parias llorones, que añoramos imperios que nos hubiesen exterminado.

Si realmente la América hispana hubiese sido una colonia como dicen algunos, no hubiese durado cuatro siglos de paz y armonía. Las guerras que tenían lugar en la América hispana eran contra otros poderes europeos que intentaban ocupar el territorio español. El colonialismo es saqueo, y lo que existía en la América hispana eran provincias, virreinatos, y capitanías generales, y se estableció tempranamente, 20 años después de la llegada de los españoles al continente, los derechos fundamentales de los autóctonos, siendo las Leyes de Burgos 1512, la primera declaración universal de los derechos humanos. Tres siglos antes que la de la ONU, y las Leyes de Burgos, convertían en súbditos con derechos a los originarios del continente, y permitía el matrimonio interracial, una colonia jamás se preocuparía por los derechos de los pobladores, y muchísimo menos en mezclarse con los que consideran inferiores –vean el caso de Suráfrica–, el sentido de una colonia es explotar y expoliar. La preocupación de España fue tal que hoy en día todavía hay descendientes de los nobles virreyes indígenas, y si se hablan lenguas precolombinas es gracias a que los españoles desarrollaron una gramática, y además, maldecimos, pensamos, amamos y adoramos a Cristo en español.

¿Tuvieron lugar excesos? Por supuesto que sí, pero existían unas leyes muy duras para aquellos que cometían injusticias. La esclavitud de los negros sí que es un capitulo negro del imperio español. Pero a esta altura del cuento, serías profundamente imbécil si sigues viviendo la vida de unos muertos, sin vivir la tuya. Es posible que yo por algún lugar en este batido genético que tengo quizás sea el resultado de una violación, o del amor entre un señorito/a y un negro/a, y ahí está el mestizaje que representa la hispanidad. No hubo extinción, hubo mezcla racial.

En general, hasta que Francia, Reino Unido y por último Estados Unidos terminaron de romper el cordón umbilical entre la España peninsular, y la América española, fue un gran éxito la Hispanidad. Y a ella tenemos que volver, no con una mentalidad de anexionismo a España, sino pensando en una mancomunidad de naciones, algo parecido a la «Commonwealth» o la «UE», algo que llegaría a ser la cuarta economía del mundo, por eso nos quieren separados, apelando a un sentimiento latino vacío de contenido que no existe, a un indigenismo que sufrió después que se fueron los españoles, u otras influencias anglo-eugenésicas que están arrastrando al mundo al abismo.

Somos una etnia de 600 millones de seres humanos, incluidos vascos y catalanes, que volviendo a tener el suelo que teníamos, estaríamos todos de acuerdo como gran etnia de una mancomunidad de naciones, que el autoritarismo, el terrorismo, el comunismo y otras ideologías dañinas, no pueden acampar entre nosotros, porque en ello nos va la supervivencia. Y como no tenemos la intención de ser primera potencia mundial, porque ya lo fuimos, estoy seguro de que los poderes geopolíticos tendrían que finalmente convivir con nosotros, y comerciar. Se acabarían los éxodos migratorios al primer mundo porque formaríamos parte de él, y volveríamos a nutrir a Europa como lo hicimos en el pasado. Sería un triunfo para todos, la Hispanidad en el siglo XXI, es como la luz del saber y la fe que iluminó el concilio de Trento.


Sayde Chaling-Chong García es presidente de la Alianza Iberoamericana Europea contra el Comunismo (AIECC).

Artículo publicado en el diario El Debate de España


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