La historia del chavismo es una historia de contradicciones. Hugo Chávez Frías, quien venía de una familia de clase media, se fabricó una historia con el fin de vendérsela al votante promedio venezolano, cuya mentalidad conocía y supo interpretar como nadie. Chávez no solo sabía que el venezolano tenía un cierto fetiche por el uniforme militar, sino que también le encantaba las telenovelas rosas donde el pobre siempre era el bueno y el rico el villano. Así fue como le dijo al país que él, hijo de dos educadores, era un “pata en el suelo” que había crecido en una casa de baharaque vendiendo arañitas para ganarse su pan diario y el de su abuela. Una historia llena de clichés, drama y victimización, que mucha gente le compró a pesar de representar el primer gran fraude de quien poco tiempo después se convertiría en presidente. Digo fraude porque todo aquel que vive o ha vivido en un pueblo sabe que un hijo de un maestro en la mal llamada “cuarta república”, era todo menos un “pata en el suelo”. Las mejores cosas del pueblo eran la de los maestros. No era nada extraño, al menos para los educadores antes de 1998, quienes históricamente habían tenido buenos sueldos, acceso a créditos, seguro médico y otro gran número de beneficios que hoy quedaron en el pasado.
Pese a alimentar sus arengas políticas con un discurso clasista contra los ricos, fueron precisamente los grandes grupos económicos y particularmente la clase media quienes llevaron a Chávez al poder. Empresarios con apellidos de renombre y los principales medios de comunicación arroparon al candidato anti-sistema que venía para poner fin a 40 años de gobiernos de AD y Copei. Era la venganza del poder económico contra el poder político. Pero como bien dijo Confucio “antes de empezar un viaje de venganza cava dos tumbas”. Con la democracia, también fueron sepultadas miles de empresas, cuyos años de esfuerzo y tradición también hoy forman parte del recuerdo.
Con el transcurrir de los años el chavismo asumió un discurso mucho más radical frente a lo privado, adoptando al pie de la letra el modelo castrista, donde el Estado pasó a ser dueño de todo. Se confiscaron cientos de empresas, otras tantas, sobre todo las de capital extranjero, fueron expropiadas. El Estado pagó millones para compensar a sus dueños, bajo la promesa que una vez nacionalizadas, estas empresas pasarían a ser de servicio público y tener una vocación social. Los ejemplos más conocidos son la Cantv, Agroisleña o las redes de cadenas Éxito y Cada. Aunque durante cierto tiempo estas empresas siguieron generando dividendos, la desinversión y manejo ineficiente las destruyeron al punto en el que están hoy.
Pero las contradicciones no han dejando de aparecer. Aunque mucha gente pensó que el chavismo jamás abandonaría sus dogmas, hoy vemos cómo el madurismo, que en principio parecía muy débil como para atreverse a traicionar el “legado de Chávez”, ha sacrificado los dogmas en nombre de la supervivencia. La demonización de lo privado, el Estado dueño de todo, la gratuidad de todo y la filosofía del “ser rico es malo” han quedado en el pasado. En la Venezuela de hoy donde hubo abastos Bicentenarios, aparecen bodegones; donde hubo una empresa estatizada salen unos misteriosos inversionistas interesados en comprar; las empresas recientemente nacionalizadas son vendidas a precios de gallina flaca, en la oscuridad, sin ningún tipo de licitación. Mientras tanto, una nueva oligarquía toma más y más poder en lo que se ha convertido la economía venezolana, una nueva clase económica encargada de guindar en la corroída fachada de lo que nos queda como país un cartelito con la frase: Socialismo en remate.
@BrianFincheltub
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