OPINIÓN

Sindicalismo bueno y sindicalismo malo

por Adolfo P. Salgueiro Adolfo P. Salgueiro

 

Ron Adar/SOPA Images

La existencia del sindicalismo en principio luce como un avance en la sempiterna lucha de clases que se hizo históricamente más ácida a partir de la Revolución Industrial. Desde entonces hasta hoy el tema ha ofrecido lecturas tan interesantes como contradictorias.

Es evidente que de no haber sido por la unión de quienes componen la fuerza laboral, la mayoría de los propietarios de fábricas y negocios hubieran continuado manteniendo las durísimas condiciones de trabajo, carentes de todo atisbo de higiene, descanso, salud, etc., que solo fueron posibles gracias al surgimiento y consolidación de las organizaciones de naturaleza colectiva y sindical, casi todas ellas vinculadas con los orígenes del socialismo o la doctrina social de la Iglesia. Las mayores acumulaciones de capital de la historia pasada emanan en su casi totalidad de la explotación impuesta por los dueños de los medios de producción a quienes no tenían otra cosa que vender que no fuera su trabajo.

De esas épocas en las que la sensibilidad humana no era insumo relevante en las relaciones laborales es que llegan a nosotros tétricos relatos históricos o literarios que impactan los conceptos que hoy son parámetro común en cualquier sociedad civilizada.

En nuestra Venezuela han existido sindicalistas de toda laya, desde aquellos que con probidad y gónadas reivindicaron los derechos de la clase trabajadora, hasta aquellos que valiéndose de una representatividad muchas veces dudosa se dedicaron y dedican a lucrar en su beneficio a costa de las peticiones impulsadas por sus representados. Gracias a esos verdaderos luchadores es que se pudieron escenificar las primeras huelgas de trabajadores petroleros que reclamaban y obtuvieron mejores condiciones laborales. Lo mismo el caso de docentes, trabajadores industriales, de la sanidad, del transporte, etc., y todos esos que día a día aparecen ante los medios comprometiendo su pellejo con justos reclamos. De esas filas surgieron también dirigentes que incursionaron en la política nacional llegando a ocupar con acierto y probidad relevantes posiciones en la estructura institucional de la nación, constituyéndose en factores importantes de la evolución del país.

Cierto es también que otros –no pocos- utilizaron y siguen utilizando su representación (legal o ilegalmente alcanzada) para lograr su propio beneficio personal grupal o político traicionando a sus pares vendiéndose ante los patrones (privados o estatales), llegando hasta los que se convirtieron en traidores o entregadores de las reivindicaciones reclamadas a cambio de frecuentes actos de corrupción. En esa misma categoría encasillamos a quienes usurpando una representación son “sigüices” del gobierno de turno o de los intereses políticos del mismo, como es frecuente comprobar hoy.

Otro perfil de personajes de ese “metier” son aquellos que se corresponden con el curriculum del recientemente fallecido Aristóbulo Istúriz, quien habiendo surgido como eficiente dirigente magisterial,  además de probo y democrático funcionario, fuera elegido décadas atrás  para conducir –con razonable pulso- los destinos de nuestra Caracas, para que al final de su tránsito vital terminara desconociendo los valores que habían fundamentado su hasta entonces respetable trayectoria para ponerse al servicio de quienes desde un seudodiscurso revolucionario resultaron hambreadores del magisterio. Cuenta tendrá que dar el fallecido ministro ante el tribunal inapelable donde desde ahora ha de comparecer.

Otro fenómeno propio del sindicalismo en su vertiente negativa es aquel –bastante repetido- en el cual los representantes de los trabajadores preferían –y muchas veces conseguían- asfixiar y matar la fuente de trabajo de sus afiliados al no exhibir la visión de largo plazo por encima de la conquista momentánea.

A propósito de esto último vale la pena comentar el caso recientísimamente escenificado en Estados Unidos, en la ciudad de Bessemer, estado de Alabama.

A ese lugar, castigado por altísimas tasas de desempleo como consecuencia de la  emigración de la industria siderúrgica, otrora pilar casi único de la economía de la zona, llegó el nuevo macrogigante del comercio mundial –Amazon- absorbiendo toda la mano de obra ociosa para tripular un supercentro de distribución que ya está devolviendo el dinamismo a la economía local.

Hete aquí que algunos dirigentes laborales promovieron que se hiciera una elección entre los trabajadores de Amazon para determinar si querían o no formar un sindicato para representarlos en la defensa de sus intereses laborales. El resultado de la votación secreta y democrática arrojó más de 80% en contra y tan solo 20% a favor de tal iniciativa. Resulta claro, pues, que los trabajadores directamente involucrados en el interés de preservar sus empleos entienden la conveniencia de no ahuyentar a Amazon, que tiene opción de establecerse en cualquier lugar. Por eso prefirieron acomodarse a la posible buena voluntad de la empresa más valiosa del planeta antes que confiar sus destinos a quienes pudieran enrarecer una actitud patronal hasta ahora favorable a las aspiraciones razonables de la fuerza laboral.

En resumen, parece sensato postular que el sindicalismo sano es un activo para la paz general basada en relaciones armoniosas entre capital y trabajo. Privilegiar a uno u otro no suele ser buena conseja en un mundo donde prevalezcan la armonía y la libertad.

@apsalgueiro1