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Simonovis y sus amigos

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El escape del comisario Iván Simonovis del domicilio que tenía como cárcel ha vuelto a las portadas de los medios porque ahora, después de recuperarse de su arriesgada peripecia y de sentir el alivio de vivir sin rejas, él ha descrito lo fundamental del camino que lo condujo al exilio y a la libertad. Se trata de un episodio que produce regocijo, de un acto de valentía personal digno de celebración, pero también de un hecho político que requiere detenido análisis.

Que un cautivo de la injusticia se escape de la jaula es suficiente motivo para hacer una fiesta, que un hombre justo sometido a pena severa por delitos que no cometió esté ahora caminando por las calles, merece aplausos y generosos brindis. Desde aquí levantamos la copa por el hombre libre, por su arrojo frente a los verdugos, por el ejemplo que trasmite su conducta, pero conviene mirar hacia los soportes que tuvo para lograr la hazaña.

De las cadenas no pudo librarse solo. Su plan necesitaba apoyos imprescindibles, procedentes del entorno que lo rodeaba y también dispuestos a jugarse la libertad y quizá la vida para ponerlo en buen recaudo. Estamos ante un tema primordial, porque el escape solo pudo llevarse a cabo con la complicidad de figuras del oficialismo. Solo podía salir gracias al auxilio de los carceleros y así sucedió. No puede el comisario detallar la nómina de sus cómplices, ni nadie pretende que la redacte, pero ha confesado la existencia de apoyos altos y medianos del oficialismo que limpiaron el sendero de su libertad.

Y así llegamos al asunto primordial: la disidencia dentro de las fuerzas de la represión, la defección de factores de autoridad que antes lucían como un grupo compacto, hizo posible el escape del comisario. Agentes de relevancia o de mediana estatura, mandos elevados y más chicos, oficiales y simples subalternos, juntaron sus esfuerzos para lograr que el plan llegara a feliz término. Como hablamos de un suceso que comenzó en el interior del domicilio del prisionero para prolongarse en escondites de Caracas, en largo recorrido por carreteras, en la superación de alcabalas y en el abandono del país por vía marítima en intrépida navegación, estamos ante una empresa colectiva que da cuenta de cómo el régimen usurpador carece de la capacidad de controlar negocios primordiales para su supervivencia.

La dictadura no ha abierto la boca sobre el suceso. Apenas ofreció un escueto comunicado al cual ha seguido el silencio. No puede nombrar la soga en la casa del ahorcado, no puede referirse a una procesión que se mueve dentro de sus entrañas, por fortuna. Y para regocijo de quienes queremos el fin de la opresión.

 

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