Intentar el análisis de las pasadas elecciones, después de haber escrito de manera predictiva sobre sus resultados, puede peligrosamente conducirnos al consabido “yo te lo dije,” tan corriente en nuestro lenguaje coloquial.
Sin embargo, es así, después de más de veinte años de vivir esta distopía socialista, terminamos conociendo bien a los actores del mundo político y sus motivaciones.
Hay actores viejos y nuevos, vividores de la política, a los que nos hemos empeñado en llamar líderes, por el solo hecho de ejercer el vocerío que el régimen les permite.
Por un lado están los herederos de los viejos partidos, que agrupan porcentajes mínimos de la sociedad, reclaman pasadas glorias sin asumir que fueron los responsables de la destrucción de la democracia que intentábamos construir; y por otro, los fundadores de los nuevos partidos, efectivas franquicias políticas que se han aprovechado de la vocación democrática de los venezolanos, para usufructuar los votos unitarios que no les corresponden y convertirse en virtud de su audacia y desmedida ambición, en falsos interlocutores de una sociedad que clama por un sistema de gobierno diferente al que nos rige, sin que nadie les haya revestido de esa condición.
Así tenemos una plataforma unitaria, que no sabemos a quién une, negociando en México una propuesta que nadie sabe de dónde surgió, en representación de un gobierno interino que nadie eligió.
En una sociedad relativamente sana, los partidos políticos se apegan a una doctrina que define su actuación y a unos valores que orientan y obligan el comportamiento de su militancia; en el caso venezolano esta ausencia, casi absoluta, de valores de los “líderes políticos” les ha permitido pasearse por los diferentes partidos, como si todos fueran iguales, que a lo mejor lo son.
A los más viejos, los hemos visto pavonearse, como alegres aves migratorias de variado plumaje, desde los partidos definidos como comunistas hasta los partidos de reconocida tendencia liberal, o a la inversa; igual pasa con los partidos nacidos en estos veinte años de confrontación, los fundadores de los partidos, cuando sus ambiciones chocan se dividen y crean otros, o migran a los que van obteniendo más relevancia, y en épocas electorales, si no consiguen el respaldo, compran o alquilan tarjetas, como si fueran boletos aéreos con destino a los cargos de libre elección.
Esta danza frenética, en la coctelera de siglas que conforman los más de 50 partidos opositores, ha ido decantando las posiciones, motivados fundamentalmente por las emergencias que plantean las necesidades de la supervivencia económica.
Al final, los tres sectores opositores más relevantes han quedado determinados por los mecanismos de supervivencia que han logrado construir.
Hay un primer grupo, que, apalancado en el gran esfuerzo unitario de 2015, conformaron la Asamblea Nacional, lejos de fortalecer el Poder Legislativo se dedicaron a lograr arrancarle al régimen, en nombre de la legitimidad que les concedió el voto masivo de la sociedad, parte de los activos nacionales ubicados en el exterior, cuyo manejo se ha prestado a todo tipo de tendenciosas y oscuras interpretaciones, que nadie ha querido aclarar ante el país.
Ante la opacidad y las mutuas acusaciones, parece lógico pensar en la validez de la contundente frase de la esposa de un connotado líder cuando dijo: “De eso vivimos”.
El otro grupo está integrado por diputados elegidos para enfrentar al gobierno de Miraflores, que no lograron participar del manejo de los activos en el exterior y que aprovechando su asociación con el régimen, se llevaron las tarjetas y la representación de sus partidos; lo conforman también, otros “líderes” provenientes de organizaciones de izquierda que perdieron tempranamente su participación en el gobierno, por no asumir la línea integracionista, que los obligaba a disolver sus partidos para diluirlos a todos en el PSUV, además de un variado grupo, que va desde falsos profetas a fingidos empresarios.
Los miembros de este nutrido grupo entendieron que podían resolver su supervivencia económica, haciéndole el juego al gobierno, brindándole la oportunidad de mostrarse como un régimen de amplitud que permite la participación y el juego democrático.
Son utilizados como comodines para dividir las opiniones y la participación electoral.
Queda un tercer grupo opositor, minúsculo, buscando apoyo internacional que les permita sobrevivir, ejerciendo la oposición prolongada, con la ilusión de que sus ambiciones al final serán recompensadas.
Ajenos a los partidos y a la rebatiña política, trata de sobrevivir, sin mucho éxito, un cuarto grupo, cercano al 80% de la población nacional, constituido por el venezolano de a pie, que cree y espera que el país retome el camino democrático, quienes no han resuelto su problema de supervivencia, azotados por la falta de servicios, la crisis de salud, la pandemia, la inseguridad, el desempleo, la hiperinflación, batallando en medio de la extrema pobreza y toda clase de calamidades, abandonados por el gobierno de Miraflores y el interino, sumidos en la desesperanza.
¿Y cómo continuar con este análisis tan desesperanzador?
Como diría Lenin: ¿Qué hacer?
Dentro de las múltiples variables que dieron al traste con el deficiente ensayo democrático llamado cuarta república, debemos considerar, debidamente, lo que significó la descalificación y casi destrucción de los partidos y de qué manera contribuyó a la emergencia del chavismo, como fuerza contraria al sistema de gobierno que sustentaba nuestro más largo intento democrático.
Para el momento de la insurgencia chavista, los viejos líderes que sostenían el frágil sistema, lucían desgastados, tratando de procurarse, a toda costa, un lugar en la historia.
Las más importantes decisiones políticas se tomaron motivadas por los odios personales y los intereses económicos surgidos al amparo de los principales partidos.
A los llamados líderes “fundamentales” de la democracia dejaron de importarles el país y las organizaciones políticas que construyeron a lo largo de décadas de esfuerzos.
Se dieron situaciones como la de Rafael Caldera, que sacrificó su partido para garantizarse la candidatura, y casos como el de CAP, que fue sacrificado por su partido. Esta situación se reflejaba en la sociedad, que terminó considerando a los partidos como organismos corruptos, dañinos al país, que debían ser dejados de lado, por lo que nos volcamos masivamente a apoyar al paladín de la destrucción, al golpista que había insurgido dispuesto a dejar el país en escombros, para luego construir un nuevo modelo sobre la moribunda Constitución de 1961.
El paladín de la destrucción arruinó todo y sus herederos no supieron cómo reconstruirlo, ahora en este mar de escombros y chatarra en que vivimos, tanto los afectos al gobierno como los opositores, volvemos a poner en entredicho el papel de los partidos.
El partido de gobierno no llegó a ser el partido marxista leninista que pretendieron crear, tampoco llegó a ser el partido único capaz de orientar las discusiones sobre el Estado que querían, solo lograron construir una efectiva maquinaria electoral apoyada desde el Ejecutivo.
Por otro lado, los partidos opositores terminaron siendo simples asociaciones de buscadores de alguna capacidad de negociación para ofrecerla al régimen a cambio de canonjía$ y prebenda$
Las recientes elecciones demuestran que tanto el partido de gobierno como los partidos opositores, no cuentan con un apoyo significativo de la colectividad; sin embargo, hay que advertir a la sociedad que no son los partidos per se los que dañan al país, debemos resaltar la importancia que tienen en la construcción de la democracia y la ciudadanía, en la defensa de la libertad y la justicia, el Estado de Derecho, en la equidad social, en la orientación del desarrollo, y especialmente como mecanismo de toma de decisiones democráticas que garanticen los acuerdos de gobernabilidad y gobernanza.
Debemos insistir en que la crisis no es de los partidos, que si los desechamos estaremos alentando las salidas no democráticas, y que Venezuela no está para ensayos totalitarios ni de izquierdas ni de derechas.
El llamado es en primer lugar a la sociedad no militante, a crear nuevas y democráticas formas de organización y participación y en segundo lugar, a los partidos, a realizar una profunda evaluación de los principios y valores que rigen sus actividades y la conducta de sus dirigentes, a ejercer la democracia interna y armarse de valor para evaluar objetivamente a su dirigencia, la cual ya luce caduca y superada por la vocación democrática de los venezolanos, tanto el partido de gobierno como los partidos opositores, deben realizar su propia revolución interna que les lleve a la adecuación de sus partidos a las exigencias éticas y morales que el país está exigiendo.
La crisis que vivimos superó a los dirigentes actuales, ni el gobierno puede resolverla, ni la oposición pareciera tener la disposición.
Si los ciudadanos agrupados en los partidos y los que no militamos en ninguna organización, no entendemos que los que fungen de líderes son los responsables de la compleja crisis que sufrimos, seguiremos indefinidamente sumergidos en la desesperanza.
Ellos crearon esta situación, no tienen la capacidad para resolverla, su juego de poder solo puede agravarla.
El llamado es a la defensa de los partidos, a su fortalecimiento como instrumentos de cambio y de entendimiento nacional, a revisar los principios y valores que los crearon y a renovar sus dirigencias que han demostrado sobradamente su incapacidad para gobernar, unos y para reorientarlo, otros.
@wilvelasquez