En el mundo de hoy existe consenso en el sentido de que la negociación es la manera civilizada de resolver los conflictos, tanto más cuando ninguna de las partes que se enfrentan tiene la fuerza suficiente como para someter a la otra. Sin embargo, en Venezuela el principal debate reside justamente en la conveniencia o no de negociar.
El término “negociación” es el sustantivo del verbo “negociar” que en definitiva significa hacer concesiones mutuas que lleven a las partes a la obtención de un resultado aceptable así no sea el que originalmente se habían propuesto al inicio del proceso. De eso se trata el contencioso Oslo/Barbados que con sus altibajos se está llevando a cabo en las últimas semanas y que al día de hoy pudiera estar naufragando.
Cuando la negociación es de tipo político, relacionada con un proceso de pacificación o normalización de intereses que afectan a la población en general es natural que aparezcan corrientes de opinión que favorezcan uno u otro abordaje de las estrategias requeridas. Tal condición se potencia exponencialmente cuando en la ecuación intervienen los actores políticos que puedan creer –con mayor o menor buena fe– que el desarrollo y el resultado del proceso sea favorable a su parcialidad o grupo. Creemos que algo de eso ocurre en la tragedia venezolana.
El resultado de lo anterior produce tensiones y desencuentros que revisten mayor relevancia cuanto más democrático sea cada bando. Eso es lo que ocurre en Venezuela hoy: la usurpación se presenta con unidad de mando y organización vertical mientras la oposición lleva una delegación que –siendo de primera calidad– es producto de la pluralidad de sus componentes. Observamos de paso que la tal “verticalidad” oficial está comenzando a dar muestras de quiebre (Maduro/Cabello), lo cual lleva a las contradicciones que ya se vienen observando y que –en nuestra opinión– pudieran mejorar las demandas del sector democrático.
La realidad al día de hoy es que ninguna de las partes tiene la fuerza para vencer a la otra e imponerle sus condiciones, como pudo hacerlo Estados Unidos después de arrojar dos bombas atómicas sobre Japón en 1945. Sin embargo, existen sectores que sostienen que la oposición nunca ha debido sentarse a la mesa con quienes son delincuentes irredentos y que hacerlo es una traición. Si tienen la bomba atómica pudieran tener razón. Pero no la tienen. Si lo que quieren es agradar al público en las tribunas es posible que ello les resulte.
En opinión de este columnista la usurpación tan se da cuenta de su debilidad que habiendo sido la promotora (de mala fe sí) del proceso negociador, ahora estima que para lograr su objetivo primordial –no dejar el poder– les resulta conveniente aprovechar la excusa de las sanciones para levantarse de la mesa. Por lo mismo, quienes adversan el proceso Oslo/Barbados encuentran motivo para celebrar esta situación con el consabido “yo te lo dije” con lo cual el status quo puede estancarse en perjuicio del colectivo nacional que precisa una solución si no perfecta al menos buena. Feo pero real es reconocer que muchas veces habrá que tragar grueso y ponerse trapo en la nariz. Quien tenga mejor propuesta que la traiga pronto por favor. De todos modos creemos que más temprano que tarde quienes hoy se levantaron de la mesa encontrarán la justificación para regresar a ella cuando las sanciones internacionales y el deterioro de la situación interna lo haga imprescindible.
Otro punto que merece ser tenido en cuenta es el de la transparencia. Cierto es que –para bien o para mal– la oposición está representada por unos delegados que se supone tienen buena fe y experticia negociadora. Proponemos otorgarles un voto provisional de confianza para facilitarles su acción. Nosotros –los de a pie– tenemos el derecho de estar informados de lo que se gestiona en nuestro nombre, pero ello no puede interpretarse como equivalente a dejar de lado la confidencialidad requerida en circunstancias como las que se viven. Por supuesto que necesitamos saber los lineamientos generales y oportunamente requerir la rendición de cuentas adecuada dando aprobación o reprobación a lo actuado. Quien esto escribe solicita al estamento político que no trate de sacar ventaja de las convulsiones que sufre una sociedad atormentada.
NOTA: Desde aquí expresamos nuestro pesar por la repentina desaparición del doctor Lewis Pérez Daboín, connotado dirigente político que a lo largo de su existencia actuó con moderación, equidad, decencia y alto sentido de la amistad. ¡Que pena que Lewis no pueda ver los importantes acontecimientos que pronto vendrán y a los que él tanto contribuyó!