Así se titula (traducción libre de este escribidor) el primer tomo de las memorias de Churchill sobre la Segunda Guerra Mundial. Describe cómo, durante los años treinta del siglo pasado, la guerra se acercaba, mientras los líderes políticos, como el avestruz, hundían la cabeza en la arena ignorando la realidad. Me pregunto si vivimos un período similar.

Algunos factores explicaban esa actitud. En el caso de Francia, la sangría de la Primera Guerra Mundial la afectó debido a su demografía más débil. Esto se sumó a una desmoralización producto de divisiones internas.

En el Reino Unido, la situación fue diferente. Al estallar la Primera Guerra Mundial, no hubo reclutamiento obligatorio. Sin embargo, para sorpresa de los lectores contemporáneos, los jóvenes pertenecientes a la aristocracia y los herederos de las grandes fortunas fueron los primeros en enlistarse. Murieron en masa en las trincheras. En una época en la que la aristocracia aún gobernaba, quedó espantada y decidida a que nunca más ocurriera tamaña tragedia.

Estados Unidos estaba atravesando una etapa de aislacionismo y no quería saber nada de conflictos en tierras lejanas, sintiéndose seguro gracias a la relativa protección que le brindaban los océanos Atlántico y Pacífico.

El resultado de todo esto fue que Hitler avanzó demasiado, y cuando se reaccionó, era demasiado tarde. Si no se apoderó del planeta, fue por una serie de errores y, principalmente, porque las potencias Aliadas y la URSS movilizaban más recursos de los que Alemania y Japón, junto a los países que mantenían cautivos, podían capitanear.

La situación hoy es diferente. La realidad se evade no por el recuerdo de una guerra reciente, sino por fantasías pacifistas. Décadas de crecimiento económico y cambios sociales han alimentado el hedonismo y posturas políticas frívolas en las que todo se quiere subordinar a la promoción del matrimonio entre personas del mismo sexo, el aborto irrestricto y, más recientemente, la nefasta «identidad de género».

La política interna de Estados Unidos está dominada por odios atávicos, principalmente contra Trump, lo que genera una imagen de caos, debilidad y desunión. Se asemeja a la situación en Perú, donde el odio a Fujimori es el factor dominante. Nada bueno surge del odio y de las bajas pasiones; lo único que se logra es la autodestrucción.

Europa está en caída libre demográfica. Durante décadas ha recibido oleadas de inmigrantes que no pertenecen a la civilización occidental y cuyos valores, en muchos casos, le son antagónicos. En Europa se ha olvidado que la civilización occidental se basa en la fusión del sistema ético judeocristiano y la herencia grecolatina. La identidad de género y el «interseccionalismo» (marxismo con otro nombre) de moda en la academia estadounidense son pobres sustitutos.

En este escenario, la primera amenaza que se evidenció fue la del terrorismo islámico, innegable desde los atentados del 11 de septiembre de 2001. Si bien Al Qaeda y el Estado Islámico parecieron pasar a un segundo plano, los sucesos de las últimas dos semanas han cambiado la situación.

Irán, un país enemigo de Occidente que el gobierno de Obama intentó rehabilitar, es el protector de Hamás y auspiciador de las milicias de Hezbolá. Intenta incendiar el Medio Oriente, no solo para destruir a Israel, sino para derribar a los gobiernos de sus vecinos en el Golfo Pérsico, principalmente Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos, sometiéndolos a su dominio.

Rusia, fiel a su historia, busca crecer para no implosionar, intentando avasallar a las naciones que se liberaron de su yugo con la caída de la URSS en 1991. Quiere avanzar sobre Europa Central y dominar el extremo occidental de la masa continental euroasiática.

China se comporta cada vez con más agresividad con todos. Su responsabilidad en la tragedia del COVID es innegable, quedando solo por definir si fue diseminado deliberadamente o sin querer queriendo. Su economía cae y su demografía también, lo que podría impulsarla a dar un peligroso salto adelante en forma de una invasión a Taiwán, que involucraría inevitablemente a Estados Unidos, Japón y otros países de la zona. Diversas circunstancias impiden tener una adecuada lectura de sus intenciones, pero las señales que emite son ominosas.

En el ámbito religioso, mucho más importante de lo que los laicos fanáticos creen, el Papa actual parece no apreciar la magnitud de los riesgos que nos acechan y la necesidad de prepararse para tiempos potencialmente oscuros, en los que fuerzas realmente malignas se alistan para un ataque concertado contra todo lo que representa Occidente y la cristiandad. El gran liderazgo moral y espiritual que ofreció Juan Pablo II ya no existe.

Este momento histórico es el más oscuro y peligroso desde el estallido de la Segunda Guerra Mundial. La acción concertada de Rusia, China e Irán, de tener éxito, reuniría enormes recursos y capacidades que podrían superar o al menos igualar a las de Estados Unidos y las democracias, algo que no ocurrió en la Segunda Guerra Mundial.

Nos queda desear que Ucrania logre agotar el esfuerzo bélico ruso para alejar a Rusia de China. Respecto del Medio Oriente, esperemos que el actual conflicto se mantenga circunscrito a Israel y los proxies iraníes, socavando al régimen de los ayatolás en el proceso.

Finalmente, en el caso chino, todo depende de los cálculos cínicos del Partido Comunista y su líder Xi Jinping sobre lo que más conviene a la preservación y expansión de su poder. A ellos no les importa nada más.

Artículo publicado en el diario El Reporte de Perú

 


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